La oración no es una tarea opcional en la vida cristiana, es el oxígeno del alma. A través de ella nos conectamos con el Padre, encontramos dirección, descanso, fuerza y victoria espiritual. Sin embargo, la Palabra no solo nos invita a orar, sino a perseverar en la oración. (Efesios 6-18)
En Colosenses 4-2, se nos exhorta a orar con acción de gracias, una actitud que transforma incluso los momentos más oscuros en altares de fe. Aun cuando la respuesta parezca tardar, nuestro corazón puede mantenerse firme en gratitud por lo que Dios ya ha hecho y por lo que hará.
Pablo, en Romanos 12-12, nos recuerda que debemos gozarnos en la esperanza, incluso en medio del sufrimiento, sin dejar de estar dedicados a la oración. Esto no es simplemente orar cuando todo está bien, sino orar con más fervor cuando todo parece desmoronarse.
Jesús mismo, en Lucas 18-1, animó a sus discípulos a orar en todo tiempo y sin desfallecer. Él sabía cuán fácil es cansarse, distraerse o perder la fe en medio de la espera. Por eso nos dejó historias como la de la viuda persistente, que no se rindió hasta obtener justicia.
Finalmente, en Efesios 6-18, Pablo vincula la oración con la batalla espiritual. No se trata de oraciones repetitivas o automáticas, sino de una comunicación viva, en el Espíritu, que nos mantiene alertas, firmes, e intercediendo por los demás.
¿Te sientes cansado en tu vida de oración? ¿Ha disminuido tu fervor por los desafíos del día a día? Hoy el Espíritu Santo te recuerda que no estás solo. Él te ayuda a orar, aun cuando las palabras faltan. Sigue orando. Vela. Persevera. Y hazlo con gratitud. Porque en la perseverancia nace la victoria, y en la oración se forma la comunión con el corazón de Dios.