Las batallas de la vida tienen que pelearse por medio de la oración insistente.
De nada sirve la fe, si no se manifiesta a través de peticiones decididas y persistentes. El gran reformador Martín Lutero oró: “Amado Señor, Aunque estoy seguro de mi posición, no puedo retenerla sin ti. Ayúdame o estoy perdido”. La oración efectiva requiere ese tipo de convicción y regularidad. C. H. Spurgeon, el gran predicador inglés del siglo diecinueve escribió: “La oración hala la soga abajo en el mundo, y la gran campana suena arriba en el oído de Dios. Algunos apenas mueven la campana, de lo lánguidas que son sus oraciones; otros sólo le dan un tirón ocasional a la soga. Pero el que se comunica con el cielo es el hombre que agarra la soga con denuedo y tira de ella continuamente con todas sus fuerzas”.
El Apóstol Pablo aconseja, “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones en toda oración y ruego” (Fil 4:6). En otras palabras, en vez de llorar, ora; en vez de que te tiemblen las rodillas, dóblalas. ¡Si están dobladas no van a poder temblar! (Esto me recuerda el chiste acerca del joven ministro que fue invitado a predicar al seminario del cual se había graduado. Cuando llegó el momento de pararse a predicar, se puso de pie y dijo, “Lo que tengo que decir debe ser bastante bueno, ¡porque ya mis rodillas están aplaudiendo”!)
En ocasiones, Dios se glorificará en no contestar nuestras oraciones inmediatamente. Nos llevará a través del silencio y la espera para que purifiquemos nuestras peticiones, para que entendamos mejor el porqué de lo que estamos pidiendo. Quizás querrá que esperemos hasta estar listos para poder procesar y retener lo que le estamos pidiendo.
La mayor prueba de fe y obediencia se la daremos a Dios cuando persistamos en nuestras oraciones a pesar de los largos tiempos de espera, en que parecía que ya Él había hecho caso omiso de nuestra necesidad. Al seguir orando, habremos demostrado nuestra convicción de que Él es fiel, y que siempre cumple lo que promete. Cuando llegue la respuesta después de esa larga espera, vendrá con intereses, acompañada del placer divino, ocasionado por un hijo sumiso y obediente que prefirió creer e insistir, antes que darse por vencido ante lo largo de la espera.