Hay oraciones que Dios no nos contesta. Todos hemos hecho peticiones que jamás recibimos. Cuando era adolescente me emocioné con el versículo bíblico que afirma que todo lo que pidamos en oración creyendo lo recibiremos
. Al lado de mi casa vivía un amiguito a quien sus padres regalaron un tren eléctrico como el que yo siempre deseé tener. Pero mis padres no podían comprarlo. Entonces comencé a pedírselo a Dios y como sabía que Él no tenía limitaciones, le pedí uno mucho más grande que el de mi vecino. De más está decir que Dios no me lo concedió.
La promesa no es que vamos a lograr todos nuestros antojos con solo pedírselos a Dios. Algunos creyentes piensan que sí, que pueden darle órdenes a Dios y él obedece. Debemos cuidarnos de caer en ese error tan común en estos tiempos. Algunos dicen que el Señor les da tanto que los malcría. ¡Cómo si Dios no supiera educar a sus hijos! Él dice, “clama a mí y yo te responderé” pero eso no significa que la oración es una varita mágica que todo lo que toca se convierte en lo que deseamos. Del mismo modo que la Biblia enseña que Dios concederá nuestras peticiones evidencia que a veces no lo hará, aunque nuestras peticiones sean sinceras y aunque lo que pidamos sea justo y necesario a nuestra manera de ver.
Pablo pidió intensamente al Señor la liberación de un sufrimiento al cual llamaba “un aguijón clavado en mi carne”. No sabemos a qué se refería con esas palabras, pero era tan horrible que Pablo lo consideraba un mensajero de Satanás que lo abofeteaba. Sin embargo Dios no le libró del aguijón. La respuesta que recibió del Señor es sorprendente: “Bástate mi gracia”. Con ello el Señor quiso decirle que contrariamente a lo que pensaba, él podía ser útil y eficiente a pesar de sus limitaciones y sufrimientos. De otro modo podía volverse orgulloso e inútil.
Cuando Dios nos niega una petición no debemos sentirnos defraudados, sino protegidos. Él sabe lo que nos conviene porque nos conoce mejor que nosotros mismos. Nuestra visión espiritual a veces es tan corta que no comprendemos cuánta bondad hay encerrada en las peticiones que Dios nos niega. No podemos dudar de su amor porque las cosas no nos salgan como deseamos. Pablo aprendió a vivir con su aguijón. ¿No podemos hacerlo tú y yo?
¡Dios les bendiga!