Cuando oramos, debemos fundamentar nuestras peticiones sobre la Palabra, sobre las acciones y promesas específicas que Dios ha registrado en ella. Esa forma de abordar la oración—alabando a Dios y recordándole sus promesas y sus hechos antiguos— tiene una virtud singular.
Una de las cosas que tenemos que hacer cuando estamos incubando y cultivando un milagro es orar arraigados en la palabra específica de Dios. Debemos asegurarnos que lo que estamos pidiendo encaja y fluye en afinidad con las declaraciones de las Escrituras. Esto es importante.
Cuando fundamentamos nuestras peticiones en la Palabra y en las promesas de Dios, estamos en realidad apelando en una manera formal y judicial ante Su trono. Somos como abogados viniendo ante un juez y diciéndole, “Señor juez, la ley dice tal y tal cosa, y yo baso mi apelación en ese principio legal establecido”. ¡Y Dios se sujeta a su ley! El se sujeta a sus principios. Por la tanto, cuando estamos bien familiarizados con la Palabra de Dios, y conocemos bien los principios de la vida espiritual, podemos venir ante el Padre con mayor autoridad y confianza.
Por eso es importante conocer y estudiar la Biblia, la Palabra declarada de Dios. Si usted estudia detenidamente esta oración, verá cuántas veces Josafat le recuerda a Dios Su Palabra, Sus promesas, Sus actos poderosos a través de la historia de Israel. Está empleando lo que en el mundo judicial se conoce como el principio del precedente. Según este principio legal, los actos y decisiones formales anteriores de un gobierno o un sistema judicial establecen una base inconmovible para actos futuros en situaciones similares. Se presupone que un gobierno siempre actuará consistentemente. Y Dios, bien sabemos, es el Ser más consistente y fiel de todo el Universo.