
La educación teológica en la República Dominicana atraviesa una etapa de transformaciones profundas. Cada vez más, se distancia del control denominacional tradicional y da paso a una reflexión teológica independiente, plural y, en muchos casos, desvinculada de las estructuras eclesiales históricas. Quienes diseñan programas formativos desde los concilios deben ser conscientes de esta realidad emergente.
El momento que vivimos exige una revisión seria y profunda de los contenidos que se imparten en nuestros institutos bíblicos. Debemos prestar atención a los profundos cambios culturales, sociales y espirituales de nuestro tiempo y responder a ellos con una teología bíblica pertinente, más allá de una mera introducción a la teología bíblica o sistemática. Esto implica adentrarse con mayor profundidad en el texto bíblico, explorar con responsabilidad sus implicaciones para el presente y ofrecer respuestas contextualizadas a las necesidades de esta generación.
No se trata de cambiar la Biblia, sino de revisar los métodos con los que nos acercamos a ella. Es decir, debemos repensar nuestra hermenéutica. La memorización mecánica de textos bíblicos, útil en contextos de controversia doctrinal, ya no es suficiente. Hoy se requiere un conocimiento bíblico más profundo, reflexivo y estructurado. Esta es una tarea clave de la educación teológica contemporánea.
La educación teológica debe estar al servicio de las necesidades de la iglesia, al tiempo que esta se deja orientar por la reflexión que surge desde los seminarios. El desafío se encuentra en el delicado equilibrio entre tradición y cambio. Lamentablemente, en muchos casos hemos recibido una formación que reduce el evangelio a fórmulas religiosas simplistas, desconectadas de la cultura, la historia y la complejidad de un mundo en constante transformación.
Hemos construido, muchas veces sin advertirlo, un evangelio cultural marcado por extremos: en algunos casos, asociado a tabúes y prohibiciones rígidas; en otros, vinculado a prácticas excesivamente liberales, alejadas de la esencia bíblica. En ambos casos, perdemos de vista el mensaje central del evangelio. Es urgente liberar nuestra proclamación de estas distorsiones y avanzar hacia una teología más contextualizada y transformadora.
Oportunidades para la iglesia en tiempos de globalización y posmodernidad
Ante este panorama, gran parte de nuestros esfuerzos misioneros debe enfocarse en una formación teológica bíblica actualizada, pertinente y con visión de futuro. Esto requiere una renovación profunda de nuestras instituciones teológicas. Solo aquellas que se abren al cambio, que reafirman su compromiso con la misión de Dios y disciernen los tiempos a la luz de las Escrituras, podrán permanecer vigentes. Las instituciones que se niegan a renovarse corren el riesgo de extinguirse.
La globalización y la posmodernidad no deben verse únicamente como amenazas. Si se abordan con espíritu crítico y en el marco de una reflexión bíblica contextualizada, pueden convertirse en oportunidades para el avance del Reino. Vivimos en una sociedad profundamente insatisfecha. El desencanto con los grandes relatos ideológicos y revoluciones fallidas ha generado un vacío existencial, que muchas personas buscan llenar mediante placeres efímeros, adicciones y estilos de vida destructivos.
La cultura posmoderna, con su relativismo ético y su exaltación del placer sin límites, no ha ofrecido respuestas satisfactorias a las preguntas más trascendentes de la existencia humana. En cambio, ha producido una terminología que refleja angustia: “la era del vacío”, “la sociedad del instante”, “el individualismo deshumanizante”, entre otras expresiones que describen la desesperanza del hombre contemporáneo.
Paradójicamente, esta crisis ha dado lugar a una renovada búsqueda espiritual. En medio del materialismo y la banalidad, muchas personas están volviendo sus ojos hacia lo trascendente. La vida “light” —marcada por la fugacidad, el escape y el miedo— contrasta con la firmeza y la seguridad que ofrece el evangelio. La iglesia está llamada a ser puerto seguro en medio de este naufragio cultural.
El problema es ético, no denominacional
En este contexto, el mayor desafío no es de carácter doctrinal o denominacional, sino ético y existencial. Las discusiones sobre diferencias confesionales, que durante tanto tiempo nos dividieron, resultan hoy irrelevantes para una generación que busca respuestas prácticas y coherentes. El hombre de hoy no necesita debates religiosos; necesita actos de compasión, verdad y justicia.
Como en la parábola del buen samaritano, el herido en el camino no necesitaba un experto en teología ni un ministro litúrgico, sino alguien que se detuviera, lo ayudara y lo restaurara. Jesús nos enseña que la teología no es para exhibir títulos, sino para cargar con los heridos y acompañarlos en su sanidad.
La misión integral: respuesta al mundo globalizado
La misión integral es, sin duda, la respuesta más coherente ante los desafíos del mundo contemporáneo. Este enfoque no separa la proclamación verbal del evangelio de la atención a las necesidades humanas. Jesús mismo nos dejó el modelo: predicaba, enseñaba y sanaba (Mateo 9:35-36).
René Padilla define la misión integral como la expresión concreta del señorío de Jesucristo sobre toda la vida y toda la creación. Si Cristo es Señor del universo, su autoridad se extiende a todas las dimensiones de la existencia: lo económico, lo político, lo social, lo cultural, lo estético, lo ecológico, lo personal y lo comunitario.
Las instituciones teológicas de la República Dominicana, si quieren ser fieles al llamado de Dios, deben emprender sin demora un proceso de transformación. Esta renovación debe impactar no solo su currículo, sino también su visión de iglesia y su compromiso con los grandes desafíos de nuestra época. Solo así podrán contribuir verdaderamente a la misión de Dios en este tiempo de cambio y oportunidad.