En estos últimos tiempos con el crecimiento de las comunicaciones, la cultura y pensamientos de una nación a otra se transmiten de manera casi instantánea por medio de los dispositivos que tenemos al alcance de la mano y se ha puesto de moda, ver a los personajes de series, ya sean estos animados o reales; podemos ver a cada uno fungiendo su papel dentro de la trama, unos como personajes secundarios, otros como protagonistas y otros, como simples observadores o como se les llama cinematográficamente figurantes o extras.
En esta enseñanza, quisiera centrarme en estos dos últimos, los protagonistas y los observadores (extras).
Dice la Biblia: Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos (Salmo 139:14-16).
Podemos ver y aprender de aquí, que el Señor ya tenía escritos todos los días de nuestra vida en su libro y es que cada uno de nosotros tenemos delante de Dios un propósito muy grande, algo así como si de una película se tratara; en nuestra historia particular, somos nosotros al igual que un protagonista, los que tomamos las decisiones que nos van a llevar a la conquista de nuestra trama o la destrucción total.
Algo que es importante entender, es que el Padre Celestial en su gran misericordia y como en figura de un director de cine, no nos deja sin saber que hacer, pues como los actores tienen un guión a seguir, Dios ha preparado para nosotros el camino a seguir (Juan 14:6), la Escritura dice lo siguiente: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Efesios 2:10).
Dios no quiere que nadie se pierda, ni sea condenado o vaya a la destrucción eterna (2 Pedro 3:9-13). Como los protagonistas están destinados a la gloria en sus historias, también para nosotros está preparado un final precioso, lleno de gloria, aunque esta gloria será eterna y no pasajera como la de los actores de Hollywood. Paremos para hacer la siguiente pregunta ¿Qué quieres ser en tu historia, observador o protagonista? Tomemos como ejemplo la vida de uno de los personajes más conocidos de la Palabra, Moisés, dice la Biblia: Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto y llegó a Horeb, el monte de Dios.
Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró y he aquí, la zarza ardía en fuego y la zarza no se consumía. Entonces dijo Moisés: Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema… (Éxodo Cap. 3).
Podemos ver a Moisés llevando a cabo una tarea diaria y sencilla, por la cual se acercó al monte de Dios, lugar de encuentro entre él y el Señor; Moisés como si se tratara de un valiente protagonista, se acercó a la zarza que vio a lo lejos y de allí en adelante, comenzó un camino que lo llevaría a convertirse en el libertador de Israel; ahora bien, ¿Qué hubiera pasado si Moisés solamente hubiera sido un extra en esta historia y no un protagonista?
Tal vez esta historia hubiese cambiado de protagonista, ya que Dios no cambia de propósito, como dice la Biblia: El Señor frustra los planes de las naciones; desbarata los designios de los pueblos. Pero los planes del Señor quedan firmes para siempre; los designios de su mente son eternos… (Salmo 33:10-12 NVI 1984).
Como le fue dicho al profeta Elías: …Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto y salió y se puso a la entrada de la cueva. Y he aquí, una voz vino a él y le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He tenido mucho celo por el Señor, Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Me he quedado yo solo y buscan mi vida para quitársela.
Y el Señor le dijo: Ve, regresa por tu camino al desierto de Damasco y cuando hayas llegado, ungirás a Hazael por rey sobre Aram; y a Jehú, hijo de Nimsi, ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo, hijo de Safat de Abel-mehola, ungirás por profeta en tu lugar. Y sucederá que al que escape de la espada de Hazael, Jehú lo matará, y al que escape de la espada de Jehú, Eliseo lo matará. Pero dejaré siete mil en Israel, todas las rodillas que no se han doblado ante Baal y toda boca que no lo ha besado.
Y partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando con doce yuntas de bueyes delante de él y él estaba con la última. Elías pasó adonde él estaba y le echó su manto encima… (1 Reyes 19:15-21).
Si nosotros no nos levantamos a hacer o a terminar lo que nos corresponde según el plan divino del Señor, Él tiene preparados a por lo menos siete mil personas que podrían tomar nuestro lugar, es por lo que debemos hacer como hizo Jesucristo cuando Dios pronunció las siguientes Palabras: Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? Entonces respondí: Heme aquí; envíame a mí (Isaías 6:8; Cap. 53). Y agrega el apóstol Pablo como recomendación para nosotros: Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.
Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:5-11).
Otro personaje que dejó de ser extra en su historia fue Abraham, a quien el Señor le dijo: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande y te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3).
El que solo es un espectador, puede recibir una palabra poderosa de parte de Dios, tener un llamado como Abraham o Moisés, pero si esta persona no escucha, hace caso omiso y no hace nada, no recibirá nada.
Esto es porque algunos creen que Dios es como un Harry Potter, que al mover su varita, todas las ocurrirán por arte de magia. La Biblia dice lo siguiente para aquellos que se quedan expectantes y no son obradores de justicia, dice la Escritura: Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta. Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras y yo te mostraré mi fe por mis obras.
Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen y tiemblan. Pero, ¿Estás dispuesto a admitir, oh hombre vano, que la fe sin obras es estéril? (Santiago 2:17-20).
Abraham oyó el mensaje de Dios y no solo se quedó esperando a que algo sucediera, sino que se levantó y accionó en pos del mandato, dice la Biblia: ¿Qué diremos, entonces, que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué jactarse, pero no para con Dios. Porque ¿Qué dice la Escritura? Y creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia (Romanos 4:1-3).
No podemos creer que por las obras seremos justificados, sino que Dios en su misericordia nos pone el querer como el hacer (Filipenses 2:13) y como vimos anteriormente las buenas obras en las que debemos andar, es Dios quien las ha preparado, pero para cumplir con ellas, es necesario ya no ser solamente calienta bancas, sino protagonistas del libreto o propósito que el Señor dispuso para nosotros, como dijo el Señor a su siervo Jeremías: Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí y antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones.
Entonces dije: ¡Ah, Señor Dios! He aquí, no sé hablar, porque soy joven. Pero el Señor me dijo: No digas: «Soy joven», porque adondequiera que te envíe, irás y todo lo que te mande, dirás. No tengas temor ante ellos, porque contigo estoy para librarte; declara el Señor. Entonces extendió el Señor su mano y tocó mi boca. Y el Señor me dijo: He aquí, he puesto mis palabras en tu boca. Mira, hoy te he dado autoridad sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar… (Jeremías 1:4-12).
Podemos tener alguna excusa, pero nada vale delante de Dios, pues él mismo es quien nos equipa para llevar a cabo su obra.
Por lo tanto, no perdamos nuestro tiempo, pues el Señor declara y promete lo siguiente: He aquí, yo vengo pronto y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin (Apocalipsis 22:12-13).
Dios les continúe bendiciendo