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Nuestra aspiración de vivir en paz

Todos los seres humanos deseamos vivir en paz, pero tenemos una naturaleza pecaminosa que no permite que esa aspiración se cristalice. La República Dominicana es un país que desea vivir en paz, como todos los países civilizados, pero actualmente hay una situación muy difícil y es que estamos atravesando por una inseguridad ciudadana, que se ha escapado del control de las autoridades que tienen que ver con el asunto.

Debido a esa inseguridad, donde hombres sin concepto asaltan, roban, matan, contrabandean y otros se dedican al narcotráfico y al lavado de activos, mantienen a las autoridades policiales y militares en jaque, pese a los esfuerzos que vienen realizando.

Pero vivir en paz nos hace sentir seguro, y con amplios deseos de superación para que todo el conglomerado social puede vivir en paz. Pero se nos escapa esta verdad y es que para vivir en paz, el hombre tiene que cambiar su naturaleza pecaminosa.

Sin embargo, ni siquiera los grandes países desarrollados económicamente y civilizados pueden disfrutar de una paz permanente, porque hay circunstancias pecaminosas del hombre que impide que eso ocurra.

¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar, combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”, (Santiago 4: 1-3).

La tolerancia es un ejercicio plural de la libertad. Diferencias étnicas, de religión, de edad, de pensamiento, de género, de identidad, de procedencia social, de nacionalidad, configuran señas particulares y colectivas que nos distinguen como seres únicos, originales y, debido a nuestra naturaleza humana, libres. No podemos sobrevivir ni desarrollarnos plenamente sino en comunión (común unión) con nuestros semejantes.

Nuestras relaciones políticas, económicas, sociales y culturales contienen grandes discriminaciones que la pobreza, la exclusión, los prejuicios y la violencia reproducen en las estructuras e instituciones, así como en las conductas cotidianas.

Al venir al mundo, todo ser humano tiene el derecho a que se le eduque; después, en pago, tiene el deber de contribuir a la educación de los demás. Estas palabras entendidas como derecho y deber son vitales para forjar el cimiento de una sociedad de aprendizaje para la paz y el desarrollo, en un mundo dividido y sometido a cambios drásticos.

Educar es despertar el potencial creativo de la persona; es edificar capacidades endógenas; es forjar actitudes de tolerancia y comprensión. La educación es la clave para edificar la paz, para consolidar un marco más equilibrado y menos asimétrico, para vivir todos juntos, distintos pero unidos por los principios democráticos de justicia, libertad, igualdad y solidaridad.

Esta paz que tanto nosotros necesitamos, no la que aspira el mundo, sino la espiritual, el único que la puede dar es el señor Jesucristo, quien se manifestó a este planeta como el Príncipe de paz. “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro, y su nombre será llamado Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”, (Isaías 9:6).

Durante su ministerio terrenal, ¿qué dijo Jesús acerca de la Paz? Fueron muchas sus palabras alentadoras que nos llenan de gozo y de paz cuando dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana,” (Mateo 11:28-30).

El apóstol Pablo dice: “No se inquieten por nada, pero en toda oración y ruego, con acción de gracias, vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, (Filipenses 4:6-7).

También es importante para el creyente servir a Cristo, “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. El que así sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”, (Romanos 14:17-19).

Pero ante todo, cuan bueno es estar dispuestos amar a Dios y disfrutar de su amor, como el apóstol Pablo nos dice: “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros”, (2 Corintios 13:11).

Apreciados hermanos y amigos no debemos olvidar lo que dice el Apóstol Santiago: “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”, (Santiago 3:18).

Me despido de ustedes, amigo lector o lectora, con esta bendición: “El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia: Jehová alce su rostro sobre ti y te conceda la paz”, (Números 6:25-26).” “Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos”, (Colosenses 3:15).

Fuente:
Miguel A. Matos

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