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¡No te dejes tentar!

Cuando llegamos a los pies de Cristo y nos rendimos a Él, la fe nos despierta inmediatamente una sensación de vitalidad y de esperanza en el nuevo futuro, pero pocas veces se habla de que, al experimentar el nuevo nacimiento espiritual, Cristo cambia radicalmente nuestro pasado. La esperanza de la vida eterna, desde la perspectiva de la fe salvadora en Jesucristo, nos abre definitivamente las entendederas que hace que comencemos a comprender al Dios salvador de nuestras vidas. ¿Y el pasado en el que andábamos “muertos en nuestros delitos y pecados”, dónde quedó? El recordar con frecuencia el pasado y traerlo al presente de la nueva vida en Cristo puede producir en el recién convertido – y en los cristianos que aún no lo han comprendido – confusiones y dudas. Será siempre como una sombra que intenta opacar la luz de la Salvación y empaña la alegría y el contentamiento que produce el milagro de la conversión genuina.

Muchos cristianos, viejos y nuevos, aún no han superado su pasado antes de conocer a Cristo y a menudo, en sus mentes y en sus actos, aparece el fantasma de Adán ofreciéndoles un nuevo mordisco a la manzana prohibida como queriendo hacerles cómplices del pecado original por el que fue necesario que viniera un Salvador al mundo. Ya no son Eva, ni Adán, ni siquiera la serpiente, los culpables de nuestras caídas como cristianos, sino la desdichada vocación que todos tenemos de echarle la culpa a alguien de nuestros tropiezos en la vida cristiana. La causa, casi siempre, descansa en no reconocer Su señorío sobre nuestras vidas, el no entender que cuando Él interviene mi vida, borra por completo mi lastre pecaminoso del pasado y resurjo, desde las aguas de su Espíritu, convertido en una nueva criatura. En Cristo, ese cuento de “pasarle la pelota de la culpa” al otro, se acabó. Se acabó porque Cristo nos regaló el mismo día de nuestro nacimiento espiritual, un nuevo pasado, un presente de gracia y un futuro de gloria.

Vivir la vida cristiana culpándose por los errores cometidos en el pasado, denota una clara evidencia de que hubo un nuevo nacimiento con la ayuda de fórceps. Lo expreso de esta forma sólo para ilustrar la idea, no literalmente y lo hago con la finalidad de que meditemos en que no tiene sentido auto-condenarnos cuando todo nuestro pasado fue exterminado de raíz por la divina intervención de quien nos convirtió en sus hijos. Dios nos habla hoy y dice: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” (Romanos 8:1 a)

¿Pero, dónde está el nuevo pasado? Pues bien, si Cristo borró tu pasado – todo lo que eras y lo que hacías antes de conocerlo – porque te hizo una nueva creación, entonces tu nuevo pasado está en lo que hizo Cristo en la Cruz; allí el viejo hombre que éramos fue crucificado para siempre con sus maldades, disparates y perversidades, de manera que lo que eras, ya murió, eres un ser espiritual que anhela glorificar a Dios en todo lo que haces. Dios nos recuerda: “Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:2-3 subrayado del autor). Sí, es una afirmación gloriosa saber que esa muerte de mi vida anterior a Cristo, se llevó mi pasado oscuro y ahora mi vida está en Cristo por la voluntad de Dios. Mi pasado quedó en la cruz, mi vida cristiana ahora me permite enfocarme hacia adelante, descansar en la esperanza de un futuro mejor en obediencia y santidad, mostrarle al mundo que soy un nuevo ser espiritual que ha puesto su mirada en Cristo. Pablo decía: “Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante”. (Filipenses 3:13 subrayado del autor).

Amados hermanos y hermanas, les invito a la reflexión y a la oración. No permitas que el maligno te tiente a rechazar la verdad de tu pasado muerto para siempre. Tu viejo pasado fue borrado para que sientas plenamente hoy Su presencia en tu vida. Eres vasija nueva para el nuevo vino de Dios que te brinda propósito y convicciones que trascienden lo eterno. No lo dudes. Él lo prometió.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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