Yo diría que la sociedad en que vivimos es una de las sociedades más exigentes que ha existido en toda la historia de la humanidad, porque es la sociedad más desarrollada críticamente, tecnológicamente, racionalmente, científicamente, de todos los tiempos. La generación en la que habitamos actualmente tiene una capacidad para juzgar las cosas y disecarlas fríamente sobre una mesa, con una luz fluorescente perfectamente penetrante, y verlo todo con una lucidez y una claridad tremenda. Todo lo que enfoca lo puede ver perfectamente bien en sus deformaciones, imperfecciones y defectos.
La sociedad moderna se especializa en destronar héroes, encontrar la hipocresía escondida en las instituciones, reducir las leyendas al tamaño humano, señalar los defectos de la Iglesia y mostrar con perfecta claridad los pies de barro de los líderes espirituales y políticos.
Pero también es una de las sociedades más hipócritas y desagradables que yo he visto en mi vida.
Se trata de una verdadera paradoja: Es una sociedad tremendamente exigente, que se precia de ser liberal y tolerante. Sin embargo, es una de las sociedades más farisaicas e intolerantes de la imperfección humana que yo haya observado jamás. Muy demandante, pero también llena de defectos y de inconsistencias terribles. Tolera y promueve la homosexualidad, el aborto y el matrimonio gay, pero mira con desaprobación al adulterio, la poligamia y el incesto. Celebra el “sexo responsable” y la experimentación sexual entre los jóvenes, pero se lamenta de la promiscuidad juvenil y la deserción escolar. Puede gastar millones de dólares para salvar a un delfín o una ballena, pero desecha un embrión como si fuera un saco de basura. ¡Es una paradoja rara!
El hombre moderno ha llegado a un nivel de competencia y de capacidad en tantas cosas que es difícil no sentirse deficiente e incompetente. Hoy en día tenemos una presión increíble de ser perfectos, o por lo menos altamente desarrollados. Tenemos que desempeñar todo lo que hacemos a la perfección. Si no, nos sentimos culpables y deficientes. Y mucha gente alrededor de nosotros se encarga de reforzar este sentido de incompetencia. Hay mucha demanda en la sociedad moderna, pero poca generosidad.
Desgraciadamente, muchos jóvenes de esta generación frecuentemente heredan muchas de las inconsistencias de la sociedad en que se han desarrollado. Heredan esa misma tendencia crítica y exigente, ese sentido de que todo se les debe y que todo lo merecen. Pero frecuentemente, no asumen un sentido de servicio; de dar a los demás, de ser agradecidos y de honrar a los que los sirven. Critican a sus mayores despiadadamente. Cuestionan y resienten todo tipo de autoridad, incluyendo la de sus padres. Ven los graves defectos en sus padres, pero no celebran y aprecian sus sacrificios, sus desvelos, su amor por ellos.
Muchos padres internalizan ese chantajeo emocional, y se enfocan tanto en los errores cometidos y las imperfecciones de su paternidad o maternidad, que no ven el mérito y la belleza de sus sacrificios y esfuerzos, aunque sean imperfectos. Esto hace que muchos padres vivan en un constante estado de culpabilidad, condenándose a sí mismos. Inclusive, esto los lleva a ser demasiado permisivos con sus hijos. La culpabilidad les roba autoridad. Les quita la confianza que requieren para intervenir efectivamente en la vida de sus hijos, para darles el consejo que confronta, la corrección que detiene el deterioro, la negativa que les impide ir por el camino del error y la autodestrucción.
El Señor nos dice: “No vivas en culpabilidad. Yo conozco tus defectos. Yo sé lo que es ser padre, y ser criticado por mis hijos. Yo sé lo difícil que es disciplinar a una generación rebelde, y ser rechazado cuando trato de enderezar su camino. Yo también sufro cuando mi disciplina se interpreta como crueldad e incomprensión. Sigue adelante. Yo soy el Dios compasivo. Como el padre se compadece de los hijos, me compadezco de los que me temen. Haz lo mejor que puedas, y duerme tranquilo. Al final del día, yo me aseguraré de compensar por tus errores. Sólo encomiéndate a mí y busca mi sabiduría. Cuando yerres, admite tus errores. Pero no te enmarañes en la culpabilidad y la auto condenación”.
Dios quiere que disfrutes de tu paternidad o maternidad. No permitas que la duda o la auto condenación te roben el gozo de ser padre. Muévete bajo la gracia de tu Padre celestial, ¡y disfruta del privilegio de acompañarlo a Él en la difícil tarea de la paternidad!