
Vivimos tiempos donde muchas obras en la iglesia y fuera de ella, aunque buenas, pierden su aroma espiritual porque están cargadas de una intención: que se sepa quién lo hizo. Le ponemos nombre a todo. A las ofrendas, a las ayudas, a los proyectos. Y con eso, muchas veces, dejamos de construir Reino para construir reputación. MATEO 6-3-
Pero el verdadero espíritu de Cristo es el del anonimato voluntario. Dar sin esperar ser aplaudido. Servir sin firmar lo servido. Amar sin esperar ser recordado. Porque el amor no busca lo suyo, y la unidad cristiana no necesita nombres, necesita corazones que se entrelazan en un mismo sentir.
Jesús nos dio el ejemplo más sublime: se humilló hasta lo sumo. Siendo Dios, se despojó. ¿Y nosotros, podremos dar sin recibir crédito? ¿O todo lo que hacemos debe tener una etiqueta?
La verdadera solidaridad no necesita etiquetas. El verdadero servicio no busca fotos, ni aplausos, ni placas conmemorativas. Porque Dios ve lo que hacemos en secreto y lo recompensa a su manera.
No pongamos nombre donde solo debe estar el amor de Cristo. Que nuestras obras tengan la firma invisible del Espíritu Santo.