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No se puede llegar a la grandeza sin antes pasar por el desierto

Debemos ser siervos unos de los otros. En última instancia no importa cuán alto lleguemos en nuestro servicio al Señor, cuánto éxito tengamos o cuánto reconocimiento nos den las personas acerca del buen trabajo que hacemos, siempre tenemos que recordar que somos siervos, somos gente que sirve a los demás. No debemos sentirnos como que somos especiales. Tenemos que retener siempre esa gran humildad cuando servimos a nuestros semejantes.

En el capítulo 20 de Mateo se nos presenta una situación interesante, versículo 20 dice que: «Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante Él,» ante el Señor «y pidiéndole algo. Y el Señor les pregunta: ¿qué quieres? Ella le dijo: ordena que en Tu Reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»

Es interesante la manera en que la madre presenta su petición ante el Señor. La madre de estos hijos de Zebedeo le dice: «Ordena que estos mis hijos.» Hay dos cosas allí: por una parte ella asume que el Señor es un gobernante arbitrario, que simplemente Él da la palabra de lo que se le antoja y la gente tiene que obedecerlo sea justo o sea injusto, entonces dice: «ordena.»

Fíjese que ella tiene esta mentalidad de señorío, esta mentalidad de mando, de control. No hay nada allí de consideración de los demás sino que ella le dice al Señor Jesucristo: hey, ordena porque Tú tienes el derecho y así es que se hacen las cosas en el mundo, da la orden simplemente de que estos mis dos hijos; en otras palabras ahí usted ve algo de este apego que esta mujer tiene a sus dos hijos y el sentido de egoísmo «estos mis dos hijos» o «mis hijos.» Hay allí un apego enfermizo, un deseo de esta madre de proteger los intereses de sus hijos inclusive a expensas del derecho de los demás.

Esta mujer está pensando como piensa la gente en el mundo normalmente: mi familia, mi casa, mis intereses los voy a presentar ante el que tiene todo el derecho de defender esos intereses y le voy a pedir que dé la palabra autoritaria y que se haga como yo deseo en mi corazón, y que estos mis dos hijos se sienten a la derecha y a la izquierda del Señor cuando esté sentado en Su Trono.

Ella entiende que Jesucristo va a ascender y que va a tener Señorío total algún día pero está muy interesada en que los dos lugares preferenciales de la realeza del Señor sean ocupados por sus dos hijos, hay aquí una mentalidad de poder, de provecho personal.

Entonces el Señor la sorprende con una pregunta y una declaración muy interesante, dice el Señor: «Ustedes no saben lo que me están pidiendo.» Esta mujer no entendía lo que estaba detrás de esa petición, no entendía ni la ignorancia de los valores del Reino que su petición proyectaba, ni tampoco entendía el costo de la autoridad en el Reino de Dios. Lo que tendría que suceder para que esa petición de ella pudiera cumplirse y vamos a hablar un poquito más adelante acerca de eso.

Pero le dice: «Tú no sabes lo que estás pidiendo mujer» y aquí está la pregunta clave «¿Podéis ustedes beber del vaso que Yo he de beber y ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado?»

En otras palabras el Señor está diciendo: Tú estás pidiendo autoridad y gobierno para tus dos hijos ¿pero estás tú dispuesta a pagar el precio para que esto se dé? ¿Cuál es el costo de tener autoridad en el Reino de Dios? bueno el costo es pasar por un proceso de quebrantamiento, un proceso de podamiento, de preparación, de ser probados, de ser humillados, llevarnos a entender quiénes somos para que entonces con una humildad total podamos acercarnos al Reino de Dios y usar adecuadamente los recursos del Reino.

En el Reino de Dios hermanos las cosas son muy misteriosas. No se puede llegar a la grandeza sin antes pasar por el desierto. No se puede llegar al domingo de la resurrección sin pasar por el viernes de la crucifixión. No se puede llegar a la altura de ser usados milagrosamente, portentosamente por Dios sin antes una larga espera, un gran tiempo de Dios formarnos, trabajarnos y llevarnos a ser como Su Hijo para que entonces nuestro servicio al Señor sea un servicio que refleje los valores del Reino de Dios.

Estos valores del Reino de Dios son valores de humildad, sencillez de corazón, mansedumbre, buscar la Gloria del Padre y no nuestra propia gloria, no hacer nada que traiga reproche al Reino de Dios, estar tan embebidos con la Presencia de Dios y tan concentrados en que se haga Su Voluntad que no tengamos tiempo de pensar en nuestro propio provecho, y para eso se necesita una costosa carrera, un trabajo arduo de parte de Dios sobre nuestras vidas para formarnos, y entonces hacernos elegibles para un uso sobrenatural en nuestras vidas.

Ese es el camino. El camino hacia la resurrección es a través de la cruz. El camino hacia la grandeza es a través de la humillación del ser interior. Esta mujer no entendía esto; ella quería simplemente subir inmediatamente a sus hijos al mando en vez de permitir que Dios los pasara a través de un proceso.

Nosotros si queremos grandeza en el Reino de Dios tenemos que pasar ese mismo proceso, no podemos acortar el trato de Dios en nuestras vidas. Miraremos más adelante este pasaje y espero que esto sea de bendición para usted, en el Nombre de Jesús le saludo, amén.

Fuente:
predicas.org

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