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No podemos condenar

Dios no hace acepción de personas. Los creyentes no debemos despreciar a quienes no creen, o pensar que por no creer tienen menos valor como seres humanos. Lo mismo sucede con aquellos que pertenecen a otras religiones o sistema de creencias. En nuestro afán porque otras personas conozcan de Cristo, a veces no somos muy cuidadosos y usamos expresiones que pueden ofender o confundir, y por lo tanto alejar del cristianismo a aquellos mismos que queremos alcanzar.

Si bien es cierto que Jesús fustigó duramente a los Fariseos —quienes sí creían precisamente en el mismo Dios— por su conducta fanática, errada, intolerante y a menudo inconsecuente, fue embargo muy comprensivo y generoso con las personas que carentes de fe, con creencias diferentes o con una vida no precisamente recomendable, se acercaban a él o le buscaban tratando de satisfacer alguna necesidad. Es conocido el pasaje bíblico en que una mujer, sorprendida en adulterio fue llevada delante de él por quienes pretendían apedrearla según la ley de Moisés.

—El que de vosotros esté sin pecado —dijo Jesús—, tire contra ella la primera piedra. Así desarmó a sus acusadores, que fueron retirándose uno a uno. Más sorprendente fue que cuando la mujer se quedó sola con Jesús, a pesar de conocer él perfectamente el pecado de ella, él le dijo:
—Yo no te condeno. Vete y no peques más.

Cuidémonos de tener una actitud condenatoria hacia aquellas personas que deseamos que escuchen y comprendan el mensaje del Evangelio. Mostrar superioridad espiritual o desprecio por las creencias que otras personas tienen, —las cuales le son a ellas muy valiosas y queridas—, puede ser totalmente negativo si queremos llegar a su corazón con el mensaje redentor del amor de Dios en Cristo.

Una mujer que militó mucho tiempo en una religión afrocubana, se convirtió al Evangelio. Antes le habían predicado hablándole despreciativamente de sus creencias y por mucho tiempo rechazó la fe cristiana. Un día conoció a un matrimonio que aunque apenas le predicó con palabras, sí le regaló una Biblia. Ambos le mostraron un cariño y consideración que desarmó sus prejuicios sobre Jesús y los cristianos. Al ser tratada de ese modo por la pareja sintió que por primera vez era considerada un ser humano valioso y digno de atención. Tal hecho revolucionó una vida hastiada de maltratos, desprecio y abandono. Hoy ella sirve al Señor con un gozo y una dedicación increíbles.

El método de Jesucristo es infalible. Acerquémonos a quienes deseamos ganar para Cristo haciéndoles sentir cuán valiosos son para Dios y para nosotros mismos. No importa cuán pecadora sea una persona, es tan valiosa para Dios que envió a su Hijo para salvarle. Como todos somos pecadores redimidos, no podemos condenar a nadie, sino mostrar comprensión y compasión a quienes viven esclavos de sus pecados y sus malas decisiones. Nuestra misión es presentarles el Salvador y hacerles sentir, al compartirles el mensaje del evangelio —especialmente mediante nuestras actitudes— cuánto Dios les ama. Para encontrar a Dios solo hay que hacer una cosa: buscarlo. A diferencia de los seres humanos, que cuando les abandonamos por algo o hemos dejado de hacer lo que otros esperaban nos espera una buena refriega antes de normalizar las relaciones, Dios simplemente abre los brazos y nos abraza. Él es misericordioso y perdonador.
Nuestra relación con Dios es capaz de deleitar nuestra alma, de satisfacer nuestros más profundos anhelos. ¡Y todo eso sin costo!

¡Dios les bendiga!

Fuente:
Alberto González Muñoz

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