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No patees la lata

Escribo estas líneas en medio de la triste separación de los padres de sus hijos y la decisión presidencial de detener esta práctica. Lo hago recordando que cada hombre, mujer y niño de cada idioma, raza y nación es una creación especial de Dios, hecha a su propia imagen (Génesis 1: 26-27).

Hace pocos días regresé de la reunión anual de la Convención Bautista del Sur reunida en Dallas en donde en medio de varias resoluciones se aprobó otra resolución en cuanto al tema de la inmigración en nuestro país.

En inglés existe la expresión «Kick the can» (Patear la lata). Esta hace referencia a una actitud de no estar dispuesto a enfrentar o encarar una situación o un problema en este momento. En consecuencia, la persona posterga su decisión (pateando la lata) sin encararla y dejando que el problema se haga más complejo y complicado con el tiempo. Esto pareciera ser el caso de la reforma migratoria.

Lo que hemos visto a lo largo de los últimos 20 años es un gran número de hombres y mujeres que han y siguen ingresando a los Estados Unidos sin la documentación apropiada. Esta realidad ha sido demostrada por la ineficiencia e inefectividad de los actuales controles de seguridad y las leyes migratorias actuales. El problema ha ido creciendo. Cada día que pasa parece ser más grande. En pocas palabras, el sistema actual no funciona. La propuesta de enviar a los 11 millones de regreso a su origen resulta poco factible.

Todos queremos que nuestras fronteras estén seguras como nación. Desde el 2011, la CBS aprobó una primera resolución en su reunión anual exhortando a nuestras autoridades gubernamentales a dar prioridad a los esfuerzos para asegurar la frontera y responsabilizar a las empresas por las prácticas de contratación relacionadas con el estatus migratorio. En esta misma resolución, los mensajeros también solicitaron a las autoridades gubernamentales a que implementara, con las fronteras aseguradas, un camino justo y compasivo hacia el estado legal, con medidas de restitución apropiadas, para aquellos inmigrantes indocumentados que ya viven en nuestro país.

Desde entonces la seguridad se ha reforzado. Las deportaciones durante el pasado período constitucional llegaron a niveles record en la historia. La actual administración pareciera querer sobrepasar estos números. Pero nada ha sucedido en cuanto a la reforma migratoria. Los líderes gubernamentales y en especial, el Congreso, siguen pateando la lata.

Es obvio que la respuesta a un problema tan complejo como este no es simple. No está en decir que la solución es simple amnistía para cualquier inmigrante indocumentado que viva en violación de la ley de la tierra. Algunos forman sus opiniones basados en lo que escuchan en medios de comunicación. Otros sacan conclusiones basadas en experiencias personales, dónde crecieron y afiliaciones políticas. Pocos basan sus creencias y convicciones en la Biblia. Me preocupa ver a sinceros hermanos en la fe abordar este tema ignorando totalmente las Escrituras y dejándose llevar por sus propias experiencias y razonamientos políticos.

Han pasado ya siete años de continuos atascos en las políticas que han tratado de aprobarse. Mucha retórica por parte de ambos partidos está en el centro de esto. Sin embargo, no ha habido cambios sustanciales en el sistema de inmigración que lo hagan más justo, humano, eficiente y ordenado. Más bien, lo que se ha creado es un ambiente de temor y xenofobia. Estamos estancados.

Los creyentes en Cristo vivimos por principios que están muy por encima de cualquier ley humana. El valor y la dignidad de los inmigrantes, independientemente de su raza, religión, origen étnico, cultura, origen nacional o estado legal nos persuade a instar a los líderes gubernamentales a no patear la lata y trabajar en una reforma migratoria. En mi humilde opinión, esta debe incluir un énfasis en asegurar nuestras fronteras y proporcionar un camino hacia el estado legal con medidas de restitución apropiadas y manteniendo la prioridad de la unidad familiar. Lo que deseamos es un sistema de inmigración eficiente que honre el valor y la dignidad de aquellos que buscan una vida mejor para ellos y sus familias.

Vale la pena destacar que cualquier forma de nativismo, maltrato o explotación es inconsistente con el evangelio de Jesucristo. Las palabras que usamos al referirnos a las personas importan. Esto nos toca a todos, incluyendo al presidente Trump. Por esto debemos estar a la expectativa de levantar nuestra voz, sin temor, cuando vemos que esto sucede. Un ejemplo de esto es la separación de los niños de sus padres recientemente detenidos en la frontera. Si no lo hacemos, nuestra voz profética se mezcla en el bullicio de la política. ¿Alguien pudiera preguntar, dónde están los Danieles y Josés de nuestros días? No todas las leyes humanas son justas. Recordemos la Biblia. Estamos llamados a responder primero ante Dios que ante los hombres.

Como creyentes tenemos el anhelo y deseo de proteger a las familias contra la guerra, la violencia, la enfermedad, la pobreza extrema y otras condiciones de indigencia universales. Esto hace que millones de personas abandonen sus países en busca de una vida mejor. La inmigración es un fenómeno que se refleja en las Escrituras. Desde Génesis hasta Apocalipsis notamos su impacto. No es un problema de una nación solamente. Según las Naciones Unidas, alrededor de 230 millones de personas migran de un lugar a otro cada año. La Biblia habla que somos peregrinos (transeúntes por este mundo) porque nuestra ciudadanía eterna está en los cielos.

Dios ordena a su pueblo que trate a los inmigrantes con el mismo respeto y dignidad que los nativos (Levítico 19: 33-34, Jeremías 7: 5-7, Ezequiel 47:22, Zacarías 7: 9-10). Como inmigrante que soy a esta nación, estoy agradecido por el privilegio de vivir acá y las oportunidades que esta nación ofrece. Pero debo recordar siempre que este no es mi destino final. Esta nación está compuesta mayoritariamente de personas no nativas. Es decir, los verdaderos nativos apenas representan una pequeña proporción de la población. La gran mayoría son descendientes de migrantes en segunda, tercera o cuarta generación.

La Escritura es clara en cuanto a la hospitalidad del creyente hacia los inmigrantes. Esta afirma que satisfacer las necesidades materiales de «extraños» equivale a servir al Señor Jesús mismo (Mateo 25: 35-40, Hebreos 13: 2).

Los Bautistas del Sur creemos firmemente en el valor de la familia. La misma declaración de Fe y Mensaje Bautistas describe claramente que «Dios ha ordenado a la familia como la institución fundamental de la sociedad humana» (Artículo XVIII), y las Sagradas Escrituras aclaran que los padres son los únicos responsables de levantar a sus niños «en el conocimiento y la instrucción del Señor» (Efesios 6: 4).

En humildad y sin temor debemos exhortar a todos los funcionarios electos, especialmente a aquellos que son creyentes, a hacer todo lo que esté en su mano para abogar por un sistema de inmigración justo y equitativo. Esto también incluye a aquellos en la comunidad profesional que buscan maneras de administrar cuidado compasivo y justo a los inmigrantes en nuestras comunidades. Debemos estar listos, como individuos e iglesias a proporcionar recursos que equipen y capaciten a otros para servir de apoyo y compartir el amor de Cristo con todos.

Este asunto nos incluye a todos los creyentes. En especial, los líderes no podemos ignorarlo. Es pertinente que nos alentemos unos a otros a abordar los problemas de inmigración en nuestras iglesias locales y exhortar a nuestras congregaciones a servir a nuestras comunidades. Una familia es grande no solo por lo que hace sino también por lo que tolera.

Los inmigrantes son hermanos y hermanas en Cristo o personas a quienes Dios ama y nos da la oportunidad de alcanzar con el evangelio donde, de otra manera, es posible que nunca escuchen.

Fuente:
Pastor Luis R. Lopez

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