
El ocho de abril ocurrió una tragedia que estremeció a toda nuestra nación. Una explosión en una discoteca de Santo Domingo se llevó la vida de jóvenes con sueños, familias enteras quedaron marcadas, y una sombra de dolor cubrió el corazón de muchos. Esta tragedia no sólo fue física, sino espiritual. Y hoy, con temor de Dios y la guía del Espíritu Santo, quiero compartir algo que me fue revelado antes de que todo sucediera.
No puedo callar lo que viví esa madrugada.
Me desperté sin razón aparente, pero con una fuerza que no venía de mí. Era una unción tan intensa que supe en mi espíritu: algo está por suceder. Esa certeza me llevó a orar como pocas veces antes. No entendía por qué, pero mi alma se inquietó. Esa misma mañana, una compañera y amiga me llamó entre lágrimas: su hermana era una de las víctimas fatales en esa discoteca.
¡Qué dolor! ¡Qué vacío! ¡Qué pérdida tan grande!
Pero días antes de que esta tragedia ocurriera, tuve un sueño que ahora comprendo con una claridad que me estremece. En la visión, me vi parada en medio de una gran avenida, con una Biblia en las manos, hablando del Señor. Multitudes me escuchaban. Era como si Dios mismo me hubiera puesto allí para anunciar su Palabra en un tiempo urgente.
Entonces, vi venir un camión a toda velocidad. Era una amenaza directa. Una voz —no humana, sino espiritual— me gritó con violencia:
“¡Si no te quitas del medio, te voy a aplastar!”
Pero dentro de mí se levantó una ira santa, y sin miedo, respondí:
“¡No me voy a quitar! ¡No voy a hacer lo que tú quieres!”
El camión me arrolló. Sentí el golpe. Caí al suelo, la gente gritaba. Pero yo, con la Biblia aún firme entre mis manos, levanté los brazos al cielo y clamé:
“¡En el nombre de Jesús, sáqueme de aquí!”
Y lo que pasó fue sobrenatural: el camión se elevó, y yo salí ilesa.
Desperté de ese sueño con el corazón latiendo fuerte. Sabía que no era solo una imagen simbólica. Era una advertencia. Era Dios mostrándome que el enemigo quiere callar las voces que anuncian su verdad. Pero también me mostró que no estamos solos. Que el que está con nosotros es más poderoso que cualquier fuerza que quiera destruirnos.
Por eso, hoy más que nunca, repito con firmeza:
No me voy a callar. No me voy a quitar del medio. Voy a seguir hablando lo que Dios me muestra.
Este testimonio no es solo mío. Es un llamado para ti también. Si algo se mueve en tu espíritu al leer estas palabras, levántate. Ora. Intercede por nuestra nación. Clama por misericordia. Porque Dios está hablando, aunque muchos no quieran escuchar.
No se trata de tener fama, títulos o una iglesia grande. Se trata de estar dispuesto. A veces, los que menos imaginan son los que Dios usa para despertar a su pueblo. Hoy más que nunca debemos discernir los tiempos.
La sangre de Cristo cubre cada vida, y el consuelo del Espíritu Santo abrace a cada familia afectada por esta tragedia. Nos unimos en oración. Nos mantenemos firmes. Porque el camión no podrá aplastar lo que Dios ha determinado.