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No estimó en ser igual a Dios como cosa a que aferrarse

Porque se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.

Para poder entender la perfecta obediencia de Cristo es necesario comprender el inmenso sacrificio que tuvo que hacer y cual es significado de la muerte de Cristo en la cruz. Pero tenemos que hacerlo con alegría y gozo, ya que por medio de su obediencia nos dio la salvación y el regalo de la vida eterna. A lo que Él se vio forzado a renunciar o despojarse, con tal de cumplir el sacrificio perfecto para bien de la humanidad.

Confesión de Westminster capítulo 8, párrafo 5, declara:

«El Señor Jesucristo, por su perfecta obediencia y por el sacrificio de sí mismo que ofreció una sola vez por el Espíritu eterno de Dios, ha satisfecho plenamente a la justicia de su Padre, y compró para aquellos que este le había dado no solo la reconciliación sino también una herencia eterna en el reino de los cielos»

¿Por qué Cristo se humilló así mismo?

Filipenses 2:6-8 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Lo que Pablo dice, pues, aquí en Filipenses. 2:6, es que Cristo Jesús ha sido siempre (y siempre continúa siendo) Dios por naturaleza, la imagen expresa de la deidad. El carácter específico de la deidad, según se manifiesta en cada uno de los atributos divinos, fue y es suyo eternamente. Cf. Col. 1:15, 17 (también Jn. 1:1; 8:58; 17:24).

Pero en su perfecta obediencia no se aferró a su deidad, al contrario renunció a ella, haciéndose igual a nosotros, todo esto con el propósito de cumplir su plan eterno, que es, salvar a la humanidad del pecado original. . A través de todos los evangelios Cristo demostró su deidad y el propósito de su encarnación.

Una pregunta estrechamente relacionada, a saber, “¿Habla Pablo aquí en Filipenses. 2:5–8 sobre el Cristo preencarnado o sobre el Cristo ya hecho carne?”, tiene fácil respuesta. Estas dos interrogantes nunca deben ser separadas. El que en su estado preencarnado es igual a Dios, es la misma Persona divina que en su encarnación obedece hasta la muerte, y muerte de cruz.

Naturalmente, para mostrar la grandeza del sacrificio de nuestro Señor, el punto de partida del apóstol es el Cristo en su estado preencarnado, siguiendo a continuación y necesariamente, el Cristo hecho carne. Esto le recuerda a uno en gran manera 2 Co. 8:9:

“Que por amor a vosotros, aunque siendo rico se hizo pobre”. Podría compararse esta transición a la que encontramos en el Evangelio de Juan, Capítulo 1: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. El mismo estaba en el principio cara a cara con Dios … Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros como en una tienda y vimos su gloria”

Cristo por su perfecta obediencia pudo cumplió su tarea en la tierra

Así pues, aunque existiendo en la forma de Dios, no consideró su existencia en un forma igual a Dios como algo a que aferrarse sino que se vació a sí mismo. El no estimó el ser igual a Dios como una cosa a que aferrarse. Por el contrario, él… (y aquí siguen las palabras que han provocado mucha discusión y disputa) se vació a sí mismo. La cuestión es: ¿De qué se vació a sí mismo Cristo Jesús? Ciertamente no de su existencia “en la forma de Dios”. Jamás dejó de ser el poseedor de la naturaleza divina. “El no podía prescindir de su deidad en su humillación… Aun en su muerte tuvo que ser el poderoso Dios, para que con su muerte venciera a la muerte” (R. C. H. Lenski).

El texto reza como sigue: “Cristo Jesús… aunque existiendo en la forma de Dios, no consideró su existencia en una manera igual a Dios como algo a que aferrarse, sino que se vació a sí mismo”.

La inferencia más natural es que Cristo se vació a sí mismo de su existencia-en-una-manera-igual-a-Dios.

Tomando como base las Escrituras, podemos particularizar de la siguiente manera:

El renunció a su relación favorable con respecto a la ley divina.

Mientras estaba en el cielo ninguna carga de culpabilidad pesaba sobre sus hombros. Pero en su encarnación la tomó sobre sí para quitarla del mundo (Jn. 1:29). Y así él, el Justo inmaculado, que nunca cometió pecado:

“por nosotros fue hecho pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21).

Esta es la base de todo lo demás.

El renunció a sus riquezas 

“… porque por amor a vosotros se hizo pobre, aunque era rico, para que vosotros por medio de su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9).

El renunció a todo, incluso a sí mismo, a su propia vida (Mt. 20:28; Mr. 10:45; Jn. 10:11). Tan pobre fue, que siempre anduvo pidiendo prestado: un sitio para nacer (¡y qué sitio!), una casa donde posar, una barca para predicar, un animal en el cual cabalgar, un aposento en el cual instituir la Cena del Señor, y finalmente una tumba donde ser enterrado. Además, cargó sobre sí mismo una deuda muy pesada, la más pesada que jamás nadie pudiera soportar (Is.53:6).

Una persona de tal manera endeudada ¡tuvo que ser pobre!

El renunció a su gloria celestial

Cuán profundamente lo sintió! Y fue por ello que, precisamente en la noche anterior a su crucifixión, tuvo que clamar desde lo más hondo de su corazón:

“Ahora, pues, Padre, gloríficame en tu presencia, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera: (Jn. 17:4).

Por su obediencia Dios le exaltó hasta lo sumo.

Filipenses 2:9 “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

El premio glorioso que Cristo recibió se nos describe en las siguientes palabras: Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo. Aquel que se humilló a sí mismo, fue ensalzado. La misma regla que había dado para otros, la aplicó en su propio caso. Para esta regla véase Mt. 23:12; Lc. 14:11; 18:14; y cf. Lc. 1:52; Stg. 4:10; y 1 P. 5:6. Fue “a causa del padecimiento de la muerte”, que él recibió tal premio (He. 2:9; cf. He. 1:3; 12:2). Sin embargo, hay una diferencia entre su exaltación y la nuestra.

Se comentan los dos estados de Cristo, el de humillación y el de exaltación. Cristo no sólo asumió la semejanza y el estilo o forma de hombre, sino el de uno de estado humilde; no se manifestó con esplendor. Toda su vida fue una vida de pobreza y sufrimientos, pero el paso más bajo fue morir la muerte de cruz, la muerte de un malhechor y de un esclavo; expuesto al odio y burla del público.

La exaltación fue de la naturaleza humana de Cristo, en unión con la divina. Todos deben rendir homenaje solemne al nombre de Jesús, no al solo sonido de la palabra, sino a la autoridad de Jesús. Confesar que Jesucristo es el Señor es para la gloria de Dios Padre; porque es su voluntad que todos los hombres honren al Hijo como honran al Padre, Juan v, 23. Aquí vemos tales motivos para el amor que se niega a sí mismo, que ninguna otra cosa podría suplir. ¿Amamos y obedecemos así al Hijo de Dios?

Si Cristo pudo ser obediente hasta la muerte por nosotros, aún siendo Dios, nos muestra que todos tenemos la obligación de ser obedientes y humildes y despojarnos de todo, con tal de agradarlo a Él haciendo Su voluntad.

Hoy nos toca a nosotros ser obedientes y recibir a Cristo como nuestro Salvador personal por su sacrificio en la cruz. Solo tiene que arrepentirse de todo corazón por sus pecados y abrir su corazón para que Él entre a morar dentro de usted, por medio de su Santo Espíritu.

Fuente:
Pastor José Alberto Vega

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