Recuerdo el momento en el que me di cuenta de que la ansiedad se había vuelto un problema real en mi corazón. Estaba en medio de una solicitud de trabajo y, conforme avanzaba en el proceso, una sensación de preocupación comenzó a apoderarse de mí.
A pesar de ayunar y orar durante varios días, un temor persistente se arraiga en lo más profundo de mi ser. La incertidumbre sobre el futuro me tenía paralizado. Me costaba dormir, concentrarme y pensar en otras cosas. La realidad es que el tema del trabajo se había convertido en una obsesión. Sin embargo, lo más terrible fue que la ansiedad me estaba robando gradualmente mi confianza en Dios.
Algo que aprendí en mi batalla contra la ansiedad durante aquellos días es que, en muchas ocasiones, fui yo mismo quien decidió alimentarla. No era simplemente una víctima pasiva de la ansiedad, sino que poco a poco cedió terreno en mi mente y terminé abrazando mentiras que me mantenían prisionero. Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre cómo, en más de una ocasión, somos nosotros quienes decidimos activamente participar en la ansiedad.
Pensando en esto, me gustaría compartirte tres reflexiones que me han ayudado a entender este aspecto activo de la ansiedad y a combatirla de una manera más efectiva.
1. Entiende el lado activo de la ansiedad
La ansiedad puede ser definida como un estado de incertidumbre, duda y preocupación excesiva por el futuro. Aunque la Biblia usa diferentes palabras para definir este estado (afán, preocupación o ansiedad), su fundamento es el mismo: una disposición de extrema inquietud sobre el futuro. La Biblia literalmente nos llama a despojarnos de ella (Mt 6:25, 31, 34; Fil 4:6) y el mismo Jesús nos dijo: «Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud» (Lc 12:29 RV60, énfasis añadido).
Lo que me interesa enfatizar sobre esto es que, si la Biblia nos exhorta a no vivir en ansiedad, significa que la ansiedad tiene un componente en el que nos involucramos activamente. Si la ansiedad fuera meramente un estado mental del que somos víctimas, la fuerza de las exhortaciones pierde su sentido.
Ahora, ese componente activo es la manera en que decidimos ocupar nuestra mente y, más específicamente, cómo esos pensamientos reflejan el concepto que tenemos de quién es Dios.
En la práctica, una persona que cede ante la ansiedad invierte energía mental y emocional al ocuparse en ciertas ideas sobre el futuro que lo conducen a alimentar su ansiedad. En otras palabras, pasamos demasiado tiempo pensando sobre nuestras preocupaciones, imaginando el futuro, sus consecuencias y las formas de manipularlo.
Mi punto es que esa clase de pensamientos en los que buscamos tomar el lugar de Dios como soberanos del mundo suelen ser catalizadores para nuestra ansiedad. Cuando decidimos abrazar estos pensamientos, podemos tener la certeza de que hemos decidido involucrarnos activamente en la ansiedad.
2. Entiende el potencial pecaminoso de la ansiedad
Esta actividad —involucrarnos activamente en nuestra ansiedad— se puede tornar pecaminosa básicamente por dos razones.
Primero, porque en nuestra mente estamos «jugando a ser Dios». Cuando participamos activamente de nuestra ansiedad y la alimentamos, creamos mundos en nuestra cabeza en los que nosotros somos pequeños soberanos. Aunque es prudente calcular riesgos, pensar en estrategias y proyectar resultados, es posible hacer esas cosas de manera pecaminosa, tratando en nuestra mente de controlarlo todo, sin orar o reconocer la soberanía y voluntad de Dios. Sin embargo, cuando nos damos cuenta de que no tenemos control sobre el mundo, nos ponemos más ansiosos.
La realidad es que no somos soberanos. Por tanto, cualquier intento de controlar las cosas sin tener en cuenta el control soberano de Dios no solo será pecaminoso, sino que también nos llevará inevitablemente a un sentimiento esclavizante de ansiedad.
Segundo, la ansiedad puede volverse pecaminosa cuando empieza a cuestionar el carácter bondadoso de Dios. En el Sermón del monte, la razón principal que nos da Jesús para despojarnos de la ansiedad es reconocer que Dios es nuestro Padre celestial (Mt 6:26). El problema es que, cuando participamos activamente de nuestra ansiedad, alimentamos en nuestros corazones la idea contraria: nos lleva a dudar de que Dios es realmente un padre amoroso que nos cuida.
Cuando cedemos ante la ansiedad, dudamos que Dios tenga el control o que realmente desee nuestro bien. Es muy triste, pero la imagen que estamos proyectando es que creemos en un padre horrible y negligente que ha perdido el afecto natural y prefiere cuidar de las flores y los animales en vez de cuidar de sus hijos.
Sin embargo, este no es el Dios de la Biblia. Con justa razón Jesús nos llama «hombres de poca fe» (Mt 6:30), porque somos propensos a crear en nuestra mente una imagen desfigurada de quién es Dios, mientras intentamos tomar Su lugar. Al respecto, el comentarista bíblico Robert Mounce afirma categóricamente: «La preocupación es ateísmo práctico y una afrenta contra Dios» (Matthew, p. 58).
3. Entiende el poder del evangelio
Finalmente, ¿cuál es el remedio para la ansiedad? Obviamente, la solución no es que te sientes y repitas dentro de ti: «No me voy a poner ansioso, no me voy a poner ansioso…». Esa no es la forma en que funciona nuestra mente ni nuestro corazón.
En cambio, la manera de vencer los pensamientos mentirosos que la ansiedad trae consigo es por medio de lo que Jesús ha hecho en nosotros; es decir, por medio del evangelio.
Una de las verdades más poderosas del evangelio es que hemos sido adoptados por Dios como parte de Su familia (Ro 8:15; Ef 1:5). A través del sacrificio de Jesús en la cruz, podemos tener la certeza de que Dios es nuestro Padre celestial. Esto significa que, en medio de la tentación de involucrarnos activamente en el sentimiento de la ansiedad, podemos decirnos a nosotros mismos: «¡Escrito está! Dios no me dejará ni me desamparará. ¡Escrito está! Todas las cosas ayudan para mi bien» (cp. Dt 31:8; Ro 8:28).
Ocupa tu mente pensando en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; en lo que tiene alguna virtud y es digno de alabanza (Fil 4:8-9). El poder del Espíritu, recordándonos que Dios está cerca y controlando todo para nuestro bien, podrá librarnos de la ansiedad.
No permitas nidos en tu cabeza
La famosa frase atribuida a Martín Lutero, «no puedo evitar que los pájaros vuelen por mi cabeza, pero sí puedo evitar que hagan un nido en ella», puede ser valiosa para nuestra reflexión.
Es obvio que no podemos evitar que los pensamientos de ansiedad vengan a nuestra mente. La inseguridad sobre el futuro es parte de nuestra fragilidad como seres humanos, por lo que esas perversas e insidiosas avecillas estarán ahí hasta el último día de nuestras vidas. Sin embargo, una cosa es que ellas aparezcan de vez en cuando, con mayor o menor frecuencia, pero otra muy diferente es que les construyamos casas en nuestra cabeza y las alimentemos para que depositen su veneno mortal de preocupación y ansiedad.
No podemos evitar que los pensamientos ansiosos vengan, pero sí podemos evitar abrazarlos, alimentarlos y permitirles que aniden en nuestros corazones a medida que somos diligentes en hacer lo que tenemos que hacer, encomendando nuestras vidas al Señor y confianza en Él. La batalla contra la ansiedad comienza justo ahí, cuando nos negamos a participar activamente en la ansiedad y no permitimos que nuestra mente se llene de mentiras sobre quién es Dios.