Tributen al SEÑOR la gloria debida a Su nombre; Adoren al SEÑOR en la majestad de la santidad. Salmos 29:2
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios , a fin de que anuncien las virtudes de Aquél que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. 1 Pedro 2:9
La adoración es una poderosa arma en la guerra espiritual porque neutraliza la rebeldía y la soberbia del hombre, y reconoce el lugar de dependencia y sujeción ante Dios. La raíz de todo el mal y pecado en la humanidad es la rebeldía contra la gloria y el señorío de Dios. La adoración contrarresta este efecto negativo al reconocer la gloria de Dios y poner al hombre en su lugar adecuado de humildad y sumisión.
Una de las armas más poderosas de la guerra espiritual es, precisamente, la adoración. La motivación más poderosa para la acción de Satanás en el mundo es el deseo ilegítimo de obtener la gloria y la autoridad que sólo a Dios le pertenecen.
El profeta Isaías, en un pasaje que siempre ha sido reconocido como una referencia profética a los orígenes de Satanás, describe ese apetito insaciable de adoración ilegítima (Isaías 14: 12-15):
12 ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.
13 Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte;
14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
15 Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.
Dios derriba a Lucifer de su gloria original de arcángel precisamente debido a su soberbia y rebeldía. La raíz de todo el mal y el pecado que afecta a la humanidad es, precisamente, la rebeldía contra el señorío y la gloria de Dios. Por eso Dios es tan celoso de su gloria. La adoración se dirige a esa controversia eterna entre Satanás y Dios.
La adoración, además, neutraliza la soberbia y rebeldía que hay en el hombre, y reconoce el lugar de dependencia y sujeción que este ocupa ante Dios. En Romanos 1, el apóstol Pablo señala que la humanidad ha sufrido una degeneración similar a la de Lucifer por rehusarse, como él, a reconocerle a Dios la gloria que Él se merece:
21 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
22 Profesando ser sabios, se hicieron necios,
23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
24 Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos,
25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
26 Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza,
27 y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.
28 Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen;
El apóstol Pablo es claro. Como la humanidad se negó a darle a Dios la gloria debida a su nombre, Dios abandonó a los hombres rebeldes a una vergonzosa degeneración en la dimensión de su cuerpo, emociones, apetitos y mente. Como Lucifer desterrado de su gloria angelical, el hombre, por su rebeldía y negación a rendirle gloria y alabanza a Dios, también es depuesto de su dignidad y reducido a un estado vergonzoso y disfuncional. Sus acciones y comportamiento “no convienen” (kathēkonta, gr.). En otras palabras, sus actos son dañinos, peligrosos, perjudiciales para su propio bienestar.
Lo único que puede contrarrestar ese efecto negativo de la rebeldía es la humildad. Esa humildad se manifiesta por medio de una decisión de rendirle a Dios la adoración que Él se merece. Por eso la adoración es tan poderosa, pues corrige esa injusticia esencial cometida contra Dios, y lo pone tanto a Él como a su criatura (el ser humano) en la posición correcta.