La vida está llena de momentos y experiencias que nos marcan profundamente. Entre ellas, la partida de nuestros seres queridos deja un vacío que solo puede ser llenado con el amor y la esperanza que nos brinda nuestra fe en Dios.
Cuando alguien cercano a nosotros se va al cielo, podemos sentir una mezcla de tristeza por su ausencia física y alegría por saber que han encontrado paz en la presencia del Señor. La Biblia nos consuela al recordarnos que la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida eterna junto a Dios.
En Juan 14:1-3, Jesús nos dice: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar un lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.» Este pasaje nos ofrece la seguridad de que nuestros seres queridos están en un lugar mejor, en la casa del Padre, donde ya no hay dolor ni sufrimiento.
Cada vez que recordamos a aquellos que se han ido, es importante centrarnos en el legado que dejaron y en las enseñanzas que nos brindaron. Sus vidas nos inspiran a ser mejores personas, a vivir con humildad, honestidad e integridad.
En medio de nuestra tristeza, podemos encontrar consuelo en la oración y en la conexión espiritual que mantenemos con Dios. Él es nuestra fortaleza, nuestra paz y nuestro consuelo. Como nos enseña el Salmo 34:18: «Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.»
Hoy, mientras recordamos a nuestros seres queridos que están en La Presencia de Dios, hagámoslo con gratitud por el tiempo compartido y con la certeza de que un día nos reuniremos nuevamente en la presencia del Señor. Que su memoria viva en nuestros corazones y que su ejemplo nos guíe cada día. Gracia y Paz!!