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Mi Dios es sabio

Dios lo sabe todo de antemano. Nos sorprende cada día su obrar en nuestras vidas. Nada ocurre sin su consentimiento. La sabiduría humana no es nada comparada con un solo pensamiento de Dios. Albert Einstein, Premio Nobel en Física, dijo en cierta ocasión que la humanidad posee menos del uno por ciento del total de conocimientos. En otras palabras, no hay balanza que resista el peso del conocimiento y la sabiduría de Dios porque la mente humana no lo puede concebir. El plan de Dios es la sabiduría de Dios, es su voluntad. La voluntad de Dios es que seamos sabios a través de su conocimiento, no adivinos ni agoreros, sino hombre y mujeres que destilen por sus poros la miel de su Palabra y el testimonio fiel, reflejo de las riquezas en gloria que tenemos en Cristo.

Dios no puede ser burlado ni chantajeado. Con frecuencia nos equivocamos tomando decisiones a espaldas de Dios. Podemos llegar a creer que una simple oración es suficiente para que el Señor bendiga nuestros planes o para que, después del fracaso, Él ordene los desastres que causamos por guiarnos por nuestros pensamientos. Dios no bendice lo que Él no ha aceptado desde el principio para bien de sus hijos: “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos—afirma el Señor—.Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra! (Is 55.8-9 NTV).

Después de hablarnos sobre la necesidad de “controlarnos la lengua”, el apóstol Santiago agrega: “Si ustedes son sabios y entienden los caminos de Dios, demuéstrenlo viviendo una vida honesta y haciendo buenas acciones con la humildad que proviene de la sabiduría” (Stg 3.13). Aquí hay una enseñanza extraordinaria para los hijos de Dios, a saber.

  1. Son sabios los que entienden los caminos de Dios. La manera en que usemos la sabiduría definirá nuestra condición cristiana.
  2. Si nuestra sabiduría proviene de Dios, llevaremos una vida honesta.
  3. Tal honestidad debe reflejarse en nuestro testimonio de humildad y en nuestras buenas acciones que son fruto de la sabiduría verdadera, la que proviene de Dios.

Moisés advertía de la importancia de obedecer los estatutos de Dios y llamaba a la obediencia del pueblo: Obedézcanlos y pónganlos en práctica; así demostrarán su sabiduría e inteligencia ante las naciones. Ellas oirán todos estos preceptos, y dirán: En verdad, éste es un pueblo sabio e inteligente; ¡ésta es una gran nación! (Dt 4.6 NVI).

¿De qué nos vale tener mucho conocimiento y sabiduría si no los ponemos en práctica en el orden que el Señor nos lo demanda? Por ahí andan muchos sabiondos: encumbrados científicos con plumajes de pavo real, falsos profetas que tergiversan la palabra y se creen Dios mismo, apóstoles que han convertido sus iglesias en quincallas de bisutería barata con ciertas pinceladas de cristianismo, palabreros de la demagogia y del engaño a los más débiles en la fe. Son los lobos con piel de oveja que pervierten el evangelio y lo proclaman a su conveniencia.

¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el erudito? ¿Dónde el filósofo de esta época? ¿No ha convertido Dios en locura la sabiduría de este mundo? (1 Co 1.20). Sólo Dios es sabio. Somos llamados a anhelar la sabiduría de Dios, alejarnos del celo y la contención, de la envidia, la perversión y solicitarla con todo el corazón conforme al evangelio de la paz y la reconciliación. La sabiduría humana se contrapone a la sabiduría de lo alto. El apóstol Santiago dice que es diabólica cuando no se sujeta a la voluntad de Dios, tampoco es racional (Stgo 3.15). Pablo le escribía a los romanos: “…y quiero que muestren sabiduría para hacer lo bueno, pero no para hacer lo malo”. Quien tiene a Cristo ha sido inseminado con la sabiduría de lo alto, porque tiene la simiente para hacer lo bueno y para dar frutos de bondad, compasión y justicia; en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2.3) que le son revelados a su amada iglesia para redención y salvación de la humanidad. Tú y yo somos parte de esta revelación.

¡Dios te bendiga!

Lectura sugerida: Salmo 145/Santiago 3

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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