¡Extienda su alfombra y dele paso al Príncipe! Él rompió los moldes existentes desde su llegada al mundo. Escogió un burrito en lugar de un corcel, una corona de espinas en vez de una real, su talante es sencillo, el vestido como el de un pastor. Habló con miles (en tres años), pero le siguen millones hasta la eternidad. Su facha no era majestuosa (Is 53.2), pero su corazón ha cautivado al mundo. Es Emmanuel, el Príncipe de Paz, el ungido del Señor, el enviado a reparar los corazones heridos, el portador de la mejor noticia. No podemos verle, pero la evidencia de sus huellas es visible en el andar de su corte redimida. Desenrolla tu alfombra (tu vida) y permítele que pase. Su paz es un Shalom preciado. ¿La deseas tú?
Hoy es difícil hablar de paz, pero los cristianos no debemos dejarnos llevar por los príncipes de este mundo (los que ven las soluciones en las guerras, los que las financian, los que las encubren). Hay también guerras que no son contra otros humanos, sino contra Dios. El maltrato al medio ambiente (pura creación de Dios), la contaminación de las aguas, la capa de ozono, en fin. Amamos la paz puesto que está en nuestro ADN; si fuimos hechos nuevas criaturas en Cristo, la paz debe regir toda obra y pensamiento de nuestros corazones. “Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo” (Col 3.15a).
A El Dios Lo exaltó a Su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Hechos 5:31
A propósito, quiero compartir con ustedes esta idea. Por años hemos escuchado decir a la gente – Yo voy a la iglesia para ver si encuentro paz (o a buscar paz)-. Y nosotros, cristianos, asentimos satisfechos y damos aprobación con palmadita en el hombro y todo, como expresando con gesto piadoso nuestro contentamiento. Pero esto es falso, muy falso. A la iglesia venimos a buscar a Cristo, el Príncipe de Paz, no a la paz en sí. Nuestro singular Príncipe, anunciado por los profetas y revelado en la Palabra, es el único tesoro a buscar en la iglesia. Cuando lo encuentras, Él te da su paz, y lo demás te lo da por gracia. El evangelio lo confirma de esta manera: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas”. (Mt 6.33.)
Los conceptos de paz, sosiego, tranquilidad, amor y consuelo que muchas veces se vienen a buscar en la iglesia (en el templo en este caso), están más cercano a los estándares y patrones del mundo, que a los verdaderos motivos de Dios. Apodérese de Cristo y Él se empoderará en Ud. Busque el Reino de Dios y la paz le llegará por Su gracia.
La Palabra de Dios nos dice: “Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz”. (Col 1.19-20). Es su sangre derramada la génesis de nuestra paz, lo que nos convoca a la paz.
Dios prometió paz a su pueblo. Es promesa y su Palabra es firme, porque Él es siempre fiel: Dice el Señor: “Aunque cambien de lugar las montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará mi fiel amor por ti ni vacilará mi pacto de paz. (Is 54.10). Los pactos del Señor con sus hijos siempre se cumplen.
Dios exaltó a Jesús; Él llevará los principados sobre sus hombros e inaugurará un tiempo de paz eterna para los redimidos en su sangre; mientras tanto hagamos de la paz un estandarte que le honre, que testifique en nosotros su nombre, el cual es lleno de toda gracia: Su nombre es ¡Consejero, Admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz! (Is 9.6)
Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, Y la soberanía reposará sobre Sus hombros. Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6
¡Dios te bendiga!