Otra Navidad, otra ocasión de narrar la historia intentando que sea comprendida. El misterio de la Navidad, el milagro del nacimiento del Hijo de Dios. Los misterios son así, apenas se pueden comprender, por eso son misterios. La fe es lo único y lo mejor que tenemos para entenderlos y esa fe viene por el oír la Palabra de Dios. Ella dice que Dios se humanó para vivir con nosotros, pero al hombre todavía le cuesta creerlo, se resiste a confiar en Él, prefiere vivir sin Él.
Nadie quiere ir al fondo, a la semilla que es Jesús, para ser confrontado con su Palabra. El humanismo ha tenido la osadía de intentar maquillarle el rostro a Dios, dejándolo fuera al colocar al hombre en el trono que no le pertenece. La iglesia cada día tiene más diligencias, más programas, adoración sofisticada, micrófonos casi invisibles, audio de última generación: todo eso está bien, si la Biblia es enseñada como se debe, si los que tienen la misión de predicarla la exponen para que el hombre sea confrontado con sus verdades milenarias y sea transformados por la verdad del Evangelio.
Navidad es presentarles a Dios a los hombres, que es igual a transmitirles esperanza. Navidad es valentía de confrontar al hombre con el pecado que le separa de Dios; sumergir el hedonismo de estas fechas en el río de la gracia para que emerja un nuevo ser revestido de Cristo, manso y sensible al Evangelio de la salvación. Navidad es pararse en la brecha y no dejar entrar a voces que confunden al son de bocinas y fuegos artificiales, sino anunciar que hay un Señor que propone medicina gratis para la cura del mundo, para la guerra, para la incongruencia de una muerte por hambre con tanto alimento que se desparrama. ¿Y cuál es la enfermedad? El pecado, hombre, el pecado. Todavía no lo entendemos. Insistimos en las convocatorias para la sanidad del cuerpo, pero el alma sigue ahí, intocable, inamovible, ajena al arrepentimiento; ¿para qué arrepentirse, de qué tenemos que arrepentirnos? Cuerpo sano en mente corrompida en vez de mente sana en cuerpo sano. ¿De qué te vale todo si pierdes el alma? Pero nadie lo dice, lo callamos, y esperamos la Navidad para estrenar lo nuevo y celebramos las guirnaldas de la tienda de enfrente, y nos perdemos en el mosto de la vaciedad prometiendo ocuparnos del corazón humano en el próximo convite. Porque hemos perdido el sentido de la urgencia en predicar al Salvador a las almas apremiadas del toque de Dios.
Navidad es reencuentro con las bases sólidas y seguras de la Palabra de Dios, vivir vidas que impacten por lo que hacemos y no por lo que decimos; no podemos ofrecer a Jesús como regalo si no damos testimonio de haberlo recibido un día habiéndonos renovado las raíces para dar frutos que glorifiquen al niño de Belén. Navidad es introspección, pero no para quedarnos ensimismados, si no para darnos a la gente con un mensaje de esperanza que proponga un estilo nuevo de convivencia, de solidaridad, de convocatoria para el abrazo permanente por la impronta de Dios en el corazón cristiano.
¿Hacia dónde vamos, oh Señor? “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6.68). Esta es la idea de la Navidad, el mensaje de la Navidad: la vida eterna. Cristo nació para ofrecer vida eterna, para recordarnos que somos su familia para siempre y que tenemos la misión, en lo que nos corresponde, de hacerla crecer. ¿Quién otro ha nacido para mostrar tanto altruismo en favor del hombre? ¿Cómo es eso de que Emmanuel, no considerando el ser igual a Dios como algo a que aferrarse, se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo y se hizo semejante a los hombres? (Filipenses 2: 6-7). ¿Alguna vez nos hemos humillado de tal forma que otros nos vieran como siervos (esclavos) de Jesucristo?
Te damos gracias Señor por recordarnos lo pequeño que somos ante tanta majestad tuya y lo mucho que somos por tu gracia. Renueva en nuestros corazones el verdadero espíritu de la Navidad, el de la vida a tu lado, el de tu presencia en nuestras vidas. A todos mis hermanos en Cristo que leen y comentan estas notas con amabilidad y misericordia, a toda la familia de León de Judá, un Feliz Navidad inmenso y lleno del espíritu de vida en Cristo, nuestro Emmanuel, vástago de la única plenitud que necesita este mundo.
Todo lo que respira alabe al SEÑOR. ¡Aleluya! Salmos 150:6
¡Dios les bendiga!