La justicia de Dios es un tema cardenal en la Biblia, recurrente y necesario. Mucho más en esta época donde se han invertido los valores más esenciales por el desenfreno de una cultura apóstata y los estándares de justicia se han trastocados por el pecado del hombre impío. El hombre, en su locura, se afana en el logro de sus ambiciones y lo hace por propia cuenta sin importarle a quién arrastra; se deleita en la búsqueda de lo material y se ha olvidado que hay un Dios justo que ofrece justicia y misericordia si postra primero su corazón y busca los valores de su reino. La palabra de Dios habla por sí sola: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt 6.33).
La justicia de Dios habla de una relación del hombre hacia su creador y de un acto supremo de su soberanía al impartir misericordia hacia aquellos que le buscan con todo su corazón. La justicia que el cristiano está llamado a buscar delante de Dios se asienta en su comportamiento y su actuación ante Dios, ante los demás creyentes y ante los incrédulos. Dios quiere hijos e hijas que no enfoquen su relación con Él basados en la religiosidad y el cumplimiento de normas y estándares de apariencia piadosa, sino a través de una intensa y humilde relación que lo glorifique. El único que verdaderamente es justo, es Dios. No nos engañemos, la justicia de Dios es un don, como lo es la fe. Es la fe el componente básico de nuestra arquitectura espiritual, por ella vivirán los justos, -…”porque el justo vivirá por la fe” (Gálatas 3.11b)-, no por los méritos alcanzados en las contiendas contra el enemigo terrenal.
El Salmo 1, puerta que da acceso al libro devocionario más hermoso y leído del mundo, nos abre un universo de ricas enseñanzas sobre las bendiciones que reciben los justos de parte de Dios. Los justos no son perfectos, pero anhelan la perfección como una respuesta a la vida en el Espíritu. ¿Quiénes son los justos para Dios? “Queridos hijos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como él es justo” (1 Jn 3.7).
La Biblia nos ilustra, en toda su dimensión espiritual, que los justos eran y siguen siendo, los rectos de corazón, los que hacen misericordia, los creyentes fieles, los oprimidos y necesitados, los que esperan en Dios, los que buscan su rostro en todo momento y aman su nombre, los que estiman la salvación y afligen su corazón cuando pecan, los que caminan y actúan “como viendo al invisible”, los que confían y temen a Dios, los mansos, los pobres en espíritu, los que aman su palabra, los humildes, los que buscan la paz. La Biblia cuenta historias de muchos hombres de fe, que aunque pecaron, alcanzaron la misericordia y la ayuda de Dios en los momentos más difíciles de sus vidas: David, Noé, Abraham, Josué, Pablo y otros. El presente y futuro de los justos es una vida abundante, que fructifica, porque está arraigada en la Palabra de Dios. Lo contrario sucederá, ineludiblemente, para los impíos y enemigos de la justicia divina.
La justicia que proviene de Dios se revela en el evangelio (Ro 1.17) Su más grandiosa manifestación de justicia fue el sacrificar a su Hijo Jesús para borrar nuestros pecados y traernos salvación. Nuestra mente finita no puede comprender un acto tal de misericordia y de fidelidad de Dios. “Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción” (Ro 3.22). Dios ofreció a Jesucristo para revelarnos su justicia. Juan nos sorprende aún más con otra increíble revelación: Si reconocen que Jesucristo es justo, reconozcan también que todo el que practica la justicia ha nacido de él. (1 Jn 2.29). Vivamos pues para ser dignos del justo Jesús de quien hemos nacido para engrandecer su eterna justicia!
¡Dios te bendiga¡