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Mi Dios es creador

¿Ha pensado alguna vez, en su condición de ser humano, en el lugar que ocupa en el universo ante la inmensidad y majestad del que creó el mundo de la nada? ¿Ha pensado en lo insignificante que parecemos en el concierto de tanta maravilla dibujada por la voz y el dedo de Dios? El primer versículo de la Biblia da respuesta a todas las preguntas de la filosofía de todos los tiempos en su búsqueda infructuosa sobre el origen de todo lo que existe. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1.1.) y creó al hombre y a la mujer y le dio autoridad para señorear sobre todo lo creado. Cuando el hombre equivocó el rumbo que debía tomar por la autoridad dada por Dios, desobedeció y cayó en el oscuro abismo del pecado y de la separación de Dios. El hombre olvidó que la suprema autoridad es Dios, quien todo lo hizo para su gloria.

El Señor de la historia, el creador, perfecto y redentor del mundo, puso sus ojos en el hombre, se preocupa de su relación con Él (Sal 8.4-8), nos habla, nos exalta, nos colma de favores y como si esto no fuera suficiente, el Dios de la eternidad imparte al hombre, corona de su creación, la salvación en Cristo Jesús.

El Salmo 8 es una exaltación al Dios, creador de todas las maravillas, que se preocupa por su creación y más por el hombre; un ser débil, olvidadizo, orgulloso, desobediente. Aun así, el Señor lo dignifica, le da autoridad, le hace mayordomos de todas las cosas y nos hace responsables de cuidarlas. A pesar de nuestra pequeñez en el universo, nos recuerda que debemos ser como niños para caminar a su lado y alcanzar victorias en la vida espiritual, que la humildad del corazón del hombre es de su entero agrado y que, por sobre todas la cosas, estamos sujetos a su autoridad porque Él es dueño y Señor de toda la creación. De este sometimiento a la voluntad del Señor, dependerá el sentido espiritual de la mayordomía que tenemos por mandato para que administremos todas las cosas en su nombre.

El profeta que más claramente visionó al Mesías que había de venir, su nacimiento, su muerte y su gloria venidera, nos retrata en un simple versículo: “… todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo” (Is 40.6 NVI). En el próximo verso aclara que la hierba se seca y la flor se marchita. A pesar de esto el Señor exalta al hombre pecador porque nos ama, nos promete el cielo que nunca hubiéramos podido ganar con nuestros esfuerzos y nos asombra con el regalo de la vida eterna en Cristo Jesús.

No somos el resultado de una circunstancia arbitraria, ni un ente engendrado por la casualidad. Dios coronó su creación con nuestra creación. Moldeó la arcilla con sus manos y le dio vida con su aliento. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.» Sí, somos parte de ese todo que hizo Dios y por tanto, delante de Él somos buenos, aunque débiles como la flor del campo. El pecado es nuestro gran problema porque atenta en favor del menosprecio y perjuicio de la creación. La ecología está siendo destruida por el hombre pecador y el cristiano no puede permanecer indiferente.

Jesucristo es el Señor de la creación, quien no consideró el ser igual Dios, sino que se despojó de su gloria, se hizo semejante al hombre y se humilló hasta morir (Flp 2) para dar a esta humanidad, al ser humano frágil e inconsistente, el beneficio de la redención y hacernos herederos, junto con Él, de todas las cosas creadas y por crear. “Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas” (Heb 1.2)

Dios creó a al ser humano para su propia gloria y toda la creación da testimonio de esa gloria que el hombre toca con sus manos al permitir que Cristo entre en su vida. Él es un Dios cercano y personal, y tú ¡eres su gloria!

¡Dios te bendiga!

Lectura sugerida: Salmo 8

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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