Cuántas veces se nos ha presentado una oportunidad financiera, una oferta de compra, o una oportunidad romántica que parecía demasiado prometedora para rechazar, a pesar de que las señales espirituales por todas partes nos indicaban, “¡Aléjate lo más pronto posible!” Sencillamente, esa atractiva posibilidad que tanto parecía prometer no estaba en sincronía con los planes de Dios para nuestra vida. De todas formas, proseguimos obstinadamente con nuestra decisión, simplemente porque era demasiado atractiva para rechazarla, a pesar de entender claramente que estábamos procediendo en desobediencia. Tarde o temprano, recordamos, las consecuencias negativas se dejaron sentir, y tuvimos que acudir a Dios maltrechos y avergonzados para que nos rescatara.
Alguien ha dicho: “Cuando Dios pone un punto y aparte, no pongas un signo de interrogación”. Dios ha declarado: “La obediencia es mejor que sacrificio”. El lugar más seguro para el hijo de Dios es dentro de su voluntad. Las falsas promesas de la desobediencia no se comparan con la seguridad de habitar y moverse dentro de la aprobación divina.
La Biblia declara: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). Ya hemos visto que el creyente no procesa la realidad de la misma manera que los que no conocen a Dios. La persona sabia, antes de hacer cualquier decisión importante, inquiere sobre la voluntad de Dios. El apóstol Santiago declara (Santiago 4:13-15):
13 ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos;
14 cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.
15 En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.
El sobrio dictamen del salmista nos recuerda que el único fundamento sólido para la vida está en alinear nuestras acciones con la voluntad de Dios (Salmos 127:1 y 2 ):
1 Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia.
2 Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño.
Por dura experiencia, he aprendido en mi ministerio y en mi vida personal que antes de hacer cualquier decisión debo preguntarme: “¿Fluye esto en afinidad con los principios de la palabra de Dios, o con Su voluntad específica para mi vida”? Si no puedo contestar a esta pregunta afirmativamente, la única alternativa legítima para mí es desechar esa opción, y decidir a favor de la voluntad divina.
Ir en contra de la voluntad de Dios, no importa cuán agradable o prometedor parezca al principio, ¡es una receta infalible para el desastre! Esa acción desobediente, prometedora al principio, es un mero espejismo, una promesa fatua que al final sólo sabe entregar decepción y desengaño. Matemáticamente, la desobediencia sólo puede producir fracaso. En formas obvias o sutiles, a corto o largo plazo, nos demos cuenta o no, el proseguir obstinadamente por nuestros propios caminos producirá pérdida. Se trata de una ley infranqueable del universo.
Sabia es la persona que se orienta humildemente por la vida, inquiriendo primeramente de parte de Dios antes de lanzarse a cualquier empresa, obedeciendo estrictamente el manual de la Palabra, y ciñéndose sin cuestionar al dictamen divino.