Dos veces le preguntó el Señor a Elías ¿qué haces aquí? y la pregunta, a pesar de la hermosa y fiel respuesta, tenía un tanto de regaño de parte de Dios. Elías no estaba en el lugar justo donde el Señor quería que estuviese. A menudo nos pasa a nosotros mismos: respondemos al Señor con oraciones sentidas, con actitudes sublimes y altruistas, creemos haber sentido su voz y su presencia en los hechos grandes y milagrosos que Él nos permite ver y no nos percatamos que Dios, en estos tiempos de desmedido sensacionalismo, se manifiesta mucho más a menudo en un silbido suave, en un susurro dulce, en una plácida brisa que trae su Espíritu para decirnos ¡aquí estoy! ¿Qué necesitas?
Muchas veces estamos donde no debemos estar y creemos que estamos allí de parte de Dios. Pero gracias a Dios que nos ha hecho resucitar por medio de Cristo Jesús. Por su poder y nuestra fe en su dirección, podremos ser reubicados en el lugar donde podemos ser útiles y ser usados para su gloria.
Elías acababa de tener dos grandes victorias espirituales: su oración a Dios trajo la lluvia deseada a Israel tras años de sequía y de hambruna y en segundo lugar los 450 profetas de Baal habían sido derrotados (1 Reyes 18/19). Sin embargo huye despavorido y abandona su puesto del deber. Su fe se quiebra temporalmente, sus temores le deprimen, comienza a quejarse del pueblo que, a pesar de estos dos milagros, continuaba obstinado en pecar. Dios se le aparece y lo llama de nuevo a terminar la obra con esta simple pregunta ¿qué haces aquí Elías?
Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.
1 Juan 5:4
¿Alguna vez has sentido que Dios te ha hecho esa misma pregunta? Honestamente, yo sí. El cristiano también tiene necesidad de que Dios de vez en cuando envíe su lluvia para apagar con sus sequías espirituales y su hambre insatisfecha. Sí, también a veces nos escapamos de las fronteras del deber y huimos y perdemos de vista que Dios está en el control de todas las cosas y que no hay nada que temer. ¡Qué bueno es saber que el Señor conoce a los que son suyos y que, a pesar de nuestras debilidades, nuestro amor por Él, nuestro celo por Él nos consuma como a Elías.
¿Quién pudiera en todo tiempo contestar como Elías a la pregunta del Señor ¿qué haces aquí, Elías? Lo cierto es que cuando sentimos el celo del Señor por su obra, cuando nuestro amor por él produce sufrimiento en nuestro interior al ver que las cosas no andan bien a nuestro alrededor, cuando en su amor, el llamado a seguirle nos convoca a la obediencia de su Palabra y nos pone en una posición de privilegios (¡como hijos del Altísimo!), no puede haber otra respuesta.
Donde quiera que estés, si tu amor te consume por el Señor, estoy seguro que Él te saldrá al encuentro y te pondrá donde Él quiere que estés. ¡Ah!, que la fe a veces te quebrante, que no encuentres explicación a tus sentimientos de temor y cansancio, que de pronto presientas seco tu corazón, no es nada que pueda quitarte el sueño. Dios estará allí, a tu lado, no harán falta estruendos, ni terremotos, ni que Su fuego consuma tus sacrificios. Él te alcanzará en un susurro suave que bañará tu ser de Su presencia, te vestirá del lino fino de su santidad, te pondrá un anillo como símbolo de que le perteneces y te pondrá en el lugar exacto donde lo único que cuente sea Su gloria.
Te invito a que leas 1Reyes 18 y 19. Tal vez Dios te hable en este pasaje como me habló a mí
Y él respondió: «He tenido mucho celo por el SEÑOR, Dios de los ejércitos; porque los Israelitas han abandonado Tu pacto, han derribado Tus altares y han matado a espada a Tus profetas. He quedado yo solo y buscan mi vida para quitármela.»
1 Reyes 19:10
¡Dios te bendiga!