Un treinta (30) de mayo de 1961, la República cambió de golpe. Un grupo de hombres elimina físicamente al dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien durante 31 años convirtió el país en una finca, y donde todo el que se le opuso era masacrado cruelmente.
Pero este artículo no persigue contar los eventos que rodearon el ajusticiamiento o lo que fue la Era de Trujillo. Muchas personas han escrito magistralmente al respecto. Mi interés es que nos preguntemos si realmente los objetivos de un país más solidario e inclusivo que se plantearon estos señores se han logrado.
En 57 años se ha avanzado y se ha creado mucha riqueza, pero no hemos podido redistribuir la misma para que le llegue a todos. Aún hoy, muchas personas son analfabetas, tienen hambre y viven en exclusión. La mayor parte de los empleos que no dependen del Estado son del Sector Informal, que no garantiza nada, ni seguro ni pensión ni nada. Sólo el no morirse de hambre.
Tenemos una gran debilidad institucional, con un presidente que históricamente ha sido un rey sin corona, y que somete a su antojo a los otros poderes, que se someten por la presión presupuestaria que le imponen. Y nuestros políticos no saben retirarse, sino que creen que son eternos, tronchando la oportunidad de que jóvenes incursionen en la política, y traigan un aire de esperanza y cambio.
Por ello, viendo la accidentada historia que hemos tenido desde esa noche de 1961, me pregunto, ha valido la pena tanta sangre, tantas lágrimas, tanto sufrimiento, tantos sueños truncos.
Pero creo en el futuro. Sé que algún día, que espero que sea pronto, este sufrido pueblo construya finalmente ese destino maravilloso y próspero que se merece, dando a sus hijos todos los derechos que se merecen, con cantidad y calidad. Para ello no necesitamos sangre, sino que cambiemos esa apatía, ese desinterés que tenemos y luchemos por nuestra patria, para legarle a nuestros hijos un país más digno.
