El mes de marzo no es meramente el tercer mes del año para los dominicanos. Es un mes lleno de hazañas gloriosas donde el naciente Estado dominicano, a pesar de todo y contra todo, demostró su deseo de ser libres.
A los pocos días de la gesta febrerista, el gobierno haitiano, viéndose despojado de sus mejores tierras y de sus provincias más prósperas, decide aplastar como cucarachas ese levantamiento armado de sus habitantes, quienes reivindicaban sus tradiciones, su fe y el uso del español para diferenciarse del ocupante haitiano. Con tal fin, se crean dos ejércitos, uno que tomaría la ruta del norte y sería quien subyugaría el Cibao, mientras que el del sur asolaría todo el sur, encontrándose ambos frente a las murallas de Santo Domingo de Guzmán.
En el ejército haitiano había un equipamiento más que adecuado, y eran soldados profesionales, endurecidos por guerras civiles y entrenamientos rigurosos, mientras que en el caso dominicano, salvo algunas escasas piezas de fusilería y artillería, no había avituallamiento mínimo para los soldados, que eran conscriptos, o sea, no profesionales, que combatían descalzos, con lanzas o con piedras.
El ejército del sur haitiano atraviesa la incipiente frontera y tras la batalla de Fuente de Rodeo, que fue una escaramuza militar con pocos efectos reales, llega a la ciudad de Azua de Compostela acampando en el río Vía.
Sitian la ciudad, una de las primeras villas blasonadas del Nuevo Mundo, y reciben una sorpresa, de repente, andanadas de machetazos y lanzazos y pedradas que venían de todas direcciones por parte de las tropas del General Pedro Santana, nacido en Hincha pero criado en El Seibo, y defensor de los hateros y conservadores.
Por una decisión estratégica, el General Santana se retira de Azua y su Comando se ubica en Sabana Buey, recapturando la ciudad días después, hostilizando a las tropas haitianas hasta la frontera.
Mientras tanto, el ejército del norte sitia a Santiago de los Caballeros. Recibe fuego del triángulo defensivo de la ciudad (Fuerte San Luís, Fuerte Libertad y Fuerte Dios), y pone en aprietos a la defensa hasta que las tropas a cargo de Imbert, Valerio y otros militares empiezan una carga de machete que causa desconcierto entre el ejército haitiano.
También empieza a correr el parte, evidentemente falso como luego se demostró, de la muerte del Presidente Hérard en la campaña de Azua, por lo que el General Pierrot decide regresar a Puerto Príncipe rápidamente a luchar por el poder.
En esas dos batallas se empezó a definir lo que los sociólogos denominan la otredad, es decir, que hace diferente a un ente, en este caso, el dominicano, que es un pueblo creyente de Dios, cristiano, de raíces hispanas, negras y taínas y que usa el idioma español para expresar sus más caros anhelos y deseos, a diferencia de Haití, pueblo negro, con práctica mayoritaria del vudú y hablan, salvo sectores encopetados, el creole.
Esas batallas fueron nuestra acta de bautismo ante el mundo. Ahí se confirmó que el 27 de febrero no fue un evento azaroso, sino un anhelo que brotaba del interior de cada pecho dominicano y que varias veces hemos sabido reivindicar.