“Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a Dios.” Mateo 5:8
El deseo de ver a Dios es algo que observamos en los grandes hombres de la Biblia. Moisés, en una ocasión, le dijo a Dios que quería verlo, que quería tener esa experiencia de verlo; y lo grande es que Dios le dijo a Moisés en aquella ocasión: no me puedes ver, solo puedes ver mis espaldas. Y lo escondió en una hendidura en una peña, y le dio tan solo una pequeña experiencia de lo que es estar delante de la presencia del Señor.
Pero cuando vamos al Nuevo Testamento y miramos esta expresión, se nos dice claramente que tenemos posibilidad de realmente ver a Dios. Nuestra experiencia de Dios puede ser una, más grande que la que tuvo Moisés. Moisés vio a Dios a través de milagros, a través de demostraciones, pero nunca pudo tener ese contacto de intimidad, ese momento personal que tú puedes tener, cuando tú eres capaz de vivir bajo esa posición espiritual de limpieza de corazón.
Es maravilloso cuando tú puedes hoy saber que realmente tú tienes hoy acceso a la presencia de Dios y que puedes acercarte a Él, y lo que muchos desearon en el pasado y no les fue posible, por causa de lo que Cristo hizo en la cruz del Calvario, a ti te es posible. Por eso, la Biblia dice que nos acerquemos, pues, confiadamente, al trono de la gracia, para hallar oportuno socorro.
Tú tienes la oportunidad de tener un encuentro con Dios, que muchos en el pasado solo lo desearon.
Una mejor palabra para limpio, según el texto original, sería puros. Por supuesto, para ser puro, hay que limpiar; pero el principio o el concepto de la pureza, es algo más allá que simplemente limpiar algo. Cuando hablamos de una sustancia pura, hablamos de algo que no está diluido, algo que está en su esencia, que está de la manera en que fue creada, intacta; es ese estado original donde una persona puede vivir en esa conexión divina, en ese estado de inocencia, de integridad en el corazón, donde no está diluido ni mezclado con ningún otro pensamiento o idea.
El mero hecho de pensar en la limpieza nos lleva a pensar que de alguna manera u otra nosotros podemos limpiar el corazón; y aunque de forma práctica hay ciertas cosas que podemos hacer, tenemos que saber que lo que Dios está diciendo es que tenemos que llegar al punto de entender lo que es vivir una vida de total integridad en el corazón, donde no estamos diluidos en nuestros pensamientos por absolutamente nada.
En la Palabra, vemos que hay tres dimensiones de lo que es el concepto de la pureza.
- La pureza por excelencia solo la tiene Dios. Dios es el único que guarda su esencia, a través de todos los tiempos. En Él no hay sombra de variación. Es la pureza perfecta.
- La pureza en la creación inicial. Cuando Dios forma a Adán y lo crea y pone en él su alma, crea a un ser puro, con el corazón íntegro, donde no estaba diluido en su corazón y en sus pensamientos absolutamente por nada.
- La pureza a través de la revelación del Evangelio, de la palabra de Dios, del nuevo nacimiento. Esta es la que experimentamos hoy, la pureza a través de la transformación del corazón, que solo Dios lo puede hacer.
En el tiempo que vivimos, en nuestra sociedad, en la cultura, realmente, todo lo que vemos va en contra de la pureza del corazón. Todo lo que observamos a través de la televisión, lo que oímos en la radio; todo lo que observamos en tantas ideologías y pensamientos, va en contra de la pureza de corazón. Mantenernos puros es un trabajo constante. Dios te hace puro a través de su palabra. Él te limpia y te da ese estado de pureza, pero ahora tú tienes que cuidarte para poder mantener esa pureza del corazón en una sociedad que todo lo que busca es precisamente llegar y dañar al corazón.
El Señor dijo “bienaventurados los de puro corazón”, no dijo”bienaventurados los de pura mente” o los de “limpia mente”. Aún en la iglesia, se nos enfatiza la importancia de trabajar con nuestros pensamientos, con nuestra mente; y definitivamente, trabajar con tus pensamientos es algo vital, importante; la Biblia habla de la renovación de tu mente, es algo necesario, pero la batalla más grande en tu vida no es por tu mente, sino por tu corazón. El día que el corazón se compromete, el día que se daña, el día que pierde la pureza, el día que el corazón es tocado de alguna manera u otra, en ese momento es que el enemigo ha logrado ganar un gran terreno en nuestras vidas. Es en ese momento que nosotros perdemos realmente de vista la perspectiva y la percepción de quien es Dios.
Sansón pecó múltiples veces, falló naturalmente hablando múltiples veces, pero Dalilah lo único que hizo diferente a las otras mujeres con las que él estuvo fue una sola cosa; dice la Biblia que Sansón le entregó el corazón a Dalilah. Y el día que él le entregó el corazón a Dalilah, ese día se terminó todo. Por eso es que, en tu vida, nadie merece tu corazón. La realidad es que tu corazón solo tiene que ser única y exclusivamente para tu Padre celestial. La única manera en que puedes amar a alguien es si amas a Dios primero. Por eso, los mandamientos se dividen en dos muy sencillos: Amarás a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todo tu ser, y entonces amarás a tu prójimo como a ti mismo. Ahí es que tú tienes que llegar, donde solo Dios sea quien ocupe tu corazón de forma total. Es la única manera que tu corazón quedará protegido para que cuando alguien se acerque y llegue a tu vida, el mismo Dios que es el dueño de tu corazón, proteja la pureza e integridad de lo más profundo de tu ser.
El día que le abres la puerta al enemigo, le das tu corazón, le has dado acceso a toda tu vida.
Cuando miramos la transición de madurez del ser humano a través de la palabra del Señor, de la revelación, observamos que la pureza es algo que Dios pide desde el comienzo, desde el principio. Por supuesto, en la antigüedad, en el Antiguo Testamento, el énfasis de la pureza era externo, en vez de interno. No es que no se procuraba la pureza del corazón, pero para poder hacer el énfasis en la Palabra y en la sociedad, se daba una exhortación constante acerca de la limpieza. Todo había que limpiarlo, purificarlo de alguna u otra manera. No se podía entrar al templo, no se podía adorar a Dios, si no se pasaba por un ritual de ciertos baños, no se podía hacer nada delante de Dios y en el altar, si no había esa pureza externa. Así también en la casa, en la sociedad, en el negocio; todo tenía que ser limpio. Era un gran énfasis todo el tiempo. Cuando miras todas las leyes que Moisés levantó para poder manejar la sociedad en aquel momento, te vas a dar cuenta que una y otra vez, este principio de la limpieza y la pureza, lo vemos de forma constante, todo el tiempo, a través de múltiples leyes, una y otra vez.
El problema de esta pureza externa es que se llevó a una religiosidad, donde se dio énfasis única y exclusivamente a la parte externa, creando una religión inútil, fútil.
La batalla más grande que tuvo Jesús con la religión en aquellos tiempos era por el enfásis que se le daba a la parte externa y no a la condición del corazón, no a la pureza del interior. La realidad es que cualquiera de nosotros puede hacer lo correcto, pero si el corazón no lo hace con la intención correcta y desde el lugar correcto, delante de Dios, pierde todo valor.
No nos damos cuenta que la realidad es que lo más importante es la pureza del corazón en medio de todo lo que hacemos. Que tú corazón sea íntegro, de una sola pieza, para que tú puedas realmente aprovechar cada espacio de tu vida, y que todo lo que hagas no sea para agradar a los hombres, sino para agradar a Aquel que examina nuestros corazones todos los días.
La purificación de tu corazón, mantenerlo puro, es una batalla constante que todos tenemos que tener, día a día, para mantener nuestros corazones centrados en Dios.