
La Reforma no se trató solo de un debate intelectual y de tener la doctrina correcta.
Por supuesto que la doctrina importa. De allí vienen las famosas solas de la Reforma, las cuales resumen las enseñanzas de este movimiento. Pero más que solo tener la doctrina correcta, la Reforma trató de conocer cómo es el corazón de Dios hacia los pecadores.
Así que quiero invitarte a pensar en el verdadero descubrimiento de Martín Lutero y en la frase más hermosa que escribió. Pero para eso hay que entender primero cómo este monje de mente aguda llegó a abrazar la enseñanza de la justificación por la fe sola.
“A veces odio a Dios”
Cuando Lutero era joven y tenía un profundo celo por la verdad, a veces sentía que aborrecía a Dios. En varias ocasiones dijo: «¿Amar a Dios? A veces lo odio». Más adelante confesó: «Ciertamente, yo amaba al Dios justo que castiga a los pecadores… pero secretamente lo odiaba, y murmuraba grandemente contra Él».1
Lutero entendía que Dios exigía una obediencia perfecta que acompañara a la fe, para entonces ser justificados por Él y recibir Sus bendiciones. ¿Qué implicaba esto sobre el corazón de Dios? Implicaba que Él no era generoso ni lleno de gracia hacia nosotros, sino que era un tirano. Así, la única forma en que uno podía recibir algo de Él era si pagábamos por ello y lo ganábamos.
Lutero no solo conoció que Dios es bondadoso al justificarnos por la fe sola, sino que, además, nos transforma por Su bondad
Entender a Dios así nos lleva, por un lado, a vivir con una actitud calculadora y legalista, para ver qué podemos hacer para recibir algo de Dios y tratar de orquestar todo a nuestro favor. Y, por otro lado, esta visión de Dios nos empuja al desánimo y al cinismo porque, ¿en serio querríamos estar cerca de un Dios así?
Si Dios es mezquino y no quiere lo mejor para nosotros, entonces no podemos estar seguros de que somos plenamente conocidos y amados. Tenemos que vivir como calculadores o como cínicos (o una mezcla de ambos), porque al final necesitamos hacer algo si queremos ser aceptados y perdonados por Dios.
Sin embargo, la historia de la Reforma y el testimonio de Lutero nos cuentan cómo él llegó a abrazar el evangelio bíblico y la paz que tanto anhelaba su alma atribulada. Aunque creía que Romanos 1:17 hablaba de la justicia activa de Dios contra los pecadores, por la gracia de Dios, llegó a comprender que se trata realmente de «la justicia pasiva con la cual el Dios misericordioso nos justifica por fe». Somos declarados justos por el Dios lento para la ira y grande en misericordia, solo por medio de la fe en Cristo.
Lutero sintió «que había nacido de nuevo por completo y que había entrado al paraíso a través de puertas que estaban abiertas». Conoció que Dios no era un tirano que exigía obediencia perfecta para justificarlo, sino que era un Dios generoso que justifica al creyente por Su obra en la cruz. Lutero descubrió que era más aceptado y amado en Cristo de lo que Él se imaginaba.
Ahora bien, este no es todo el descubrimiento de Lutero del que quiero hablarte. Esto es solo el preámbulo. Lutero no solo conoció que Dios es bondadoso al justificarnos por la fe sola, sino que, además, nos transforma por Su bondad. Esto revela cuán diferente es Su amor al nuestro.
“El amor de Dios crea lo que le agrada”
Estoy convencido de que la frase más hermosa escrita por Lutero fue la tesis número 28 presentada en la Disputa de Heidelberg, en 1518.2 Esta tesis resume en gran parte la manera en que la Reforma protestante nos ayudó a volver a las Escrituras, para entender cómo Dios nos revela Su amor en el evangelio. La frase dice:
El amor de Dios no encuentra, sino que crea, lo que le agrada. El amor del hombre llega a existir a través de lo que le agrada.
¿Qué significa exactamente? En las tesis anteriores, Lutero argumenta que nuestra justificación delante de Dios es por medio de la fe, no por nuestra obediencia a la ley, y también argumenta que nosotros somos pasivos en la forma en que alcanzamos la salvación. Pero ahora, en esta frase, Lutero va al corazón del asunto y explica la diferencia entre el amor divino y el amor humano. El teólogo Carl Trueman lo comenta de la siguiente manera:
El amor humano, afirma Lutero, es reactivo: responde a algo intrínsecamente atractivo en un objeto, que en consecuencia lo atrae. En otras palabras, el amor humano se siente atraído por lo que primero encuentra hermoso. Cuando un esposo recuerda el momento en que se enamoró de su esposa, recuerda que vio algo intrínsecamente atractivo dentro de ella, tal vez su belleza física o su personalidad encantadora, y su corazón fue movido a amarla. Había algo en el objeto de su amor [ella] que existía antes de su amor y lo atraía hacia ella. Esta es la dinámica básica del amor humano; pero debemos recordar que la revelación de Dios en la cruz invierte tal lógica humana.
Así, el amor divino, por el contrario, no es reactivo sino creativo: Dios no encuentra lo que es hermoso y luego se mueve en amor hacia él; algo se hace hermoso por el hecho de que Dios pone primero Su amor en ello. Él no mira a los seres humanos pecadores y ve entre la masa de personas a algunos que son intrínsecamente más justos o santos que otros y, por lo tanto, se siente atraído por ellos. Más bien, la lección de la cruz es que Dios elige lo que es desagradable y repulsivo, injusto y sin ninguna cualidad redentora, y prodiga Su amor salvador en Cristo sobre ello (Luther on The Christian Life, 66).
Hermanos, esto lo cambia todo. Este es el corazón de la Reforma: el amor de Dios no es como el nuestro. El amor de Dios no encuentra, sino que crea lo que le agrada. A eso apunta la justificación por la fe y por la gracia.
Alabemos a Dios por Su amor divino que nos purifica y embellece ante Sus ojos
La belleza del corazón de Dios es revelado entonces en cómo nos redime, de manera que somos librados tanto de una actitud calculadora hacia Él (que podemos llamar legalismo) como de una actitud cínica hacia Él (que podemos llamar libertinaje).
Lutero fue un hombre con serias fallas, pero para él y los demás reformadores se trataba en realidad de conocer al Dios verdadero y no una versión distorsionada y tirana de Su carácter.
Amor que salva y embellece
El mensaje de la Reforma nos muestra que Dios no es un tirano cósmico que solo da Sus mayores regalos a quienes hacen el mejor esfuerzo hasta el ridículo o el agotamiento. Él es un Rey de bondad que da Sus mayores regalos por amor a quienes no lo merecen y no pueden hacer nada para ganarlos. Y el regalo más grande que nos da es Él mismo, cambiándonos de la manera en que más lo necesitamos.
Esta realidad sobre el amor de Dios es rechazada, oscurecida y tergiversada cuando se niega que Dios justifica y salva al pecador por Su sola gracia. Y también cuando se niega que la salvación es por la fe sola, por medio de Cristo solo y únicamente para la gloria de Dios.
Así que, en este mes de la Reforma, te invito a alabar a Dios por Su amor que le llevó a entregar a Su Hijo. Él es nuestro Salvador, quien «amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla […] a fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada» (Ef 5:25-27).
Alabemos a Dios por Su amor divino que nos salva, purifica y embellece ante Sus ojos.