Celebramos con Cristo la llegada de la adultez. Al fin y al cabo, cada año, aunque el calendario hacia la eternidad se nos revele hostil y discrepante en tanto vivimos en esta lesa humanidad, al mismo tiempo, y definitivamente, dejamos de pensar en “la carga” de nuestra cuenta atrás -¡…5, 4, 3, 2…1! – y dirigimos la mirada a Cristo, quien es la meta gloriosa. Como la venidera ancianidad con Cristo nos acercará cada día más a esta promesa, disfrutar hoy de una plena adultez en su viña se convierte en un sorprendente e indescriptible estado de gracia.
El vencedor heredará estas cosas, y Yo seré su Dios y él será Mi hijo.
Apocalipsis 21:7
Pero siempre hay «montes» en la vida; montes que debemos conquistar a toda costa porque el Señor nos lo entregó en heredad, no porque los merezcamos, sino porque sencillamente también esos montes, ora bendiciones o aparentes obstáculos, son mensajeros de Su gracia. Aun así, debemos conquistarlos aunque nos vaya la vida en el empeño y creamos por momentos que las fuerzas no alcanzarán para lograrlo. Hay “montes” de bendición y otros de sorpresas, unos de transgresión y otros de grandeza, pero todos del Señor. En tiempos antiguos los «montes» eran considerados territorios sagrados, símbolos de la eternidad (Génesis 49:26), la fortaleza y la estabilidad, porque Dios es incomparablemente fuerte e inalterable. También los «montes» representan los tortuosos impedimentos de la vida. Los «montes», cualquiera que sea, tiemblan delante del Señor porque Él es más poderoso que ellos (Job 14.18). Fueron los «montes», por voluntad divina, el escenario de sus grandes intervenciones con el fin de exaltar la solemnidad y autoridad de su mensaje (Dt.27;Jos 8.30–35).
El invierno se parece a la adultez, que es cuando el hombre de Dios comienza a emparentarse más con la esperanza. Y la esperanza es Cristo. Y siempre habrá montes que derribar por Él, que heredar de Él, que conquistar para Él.
En el año que recién comenzó te invito a hacer el inventario de tus montes para que te enfoques en la nueva conquista de los montes que te faltan para alabanza de su gloria, para establecer – o restablecer- tus pilares y sembrar nuevos olivos en la tierra fértil de tu Betel donde habita para siempre el único y perfecto Dios. Allí ni llegarás a la ancianidad, ni siquiera serás adulto, sino raíz, y dejarás legado para todos los Calebs que decidan un día derrotar gigantes en Su nombre.
Adéntrate en tus «montes» pues no hay gigante que nuestro Dios no pueda derribar. Verás cuán parecido eres a Elías, a Moisés, a David o a Esther. Ruego a Dios porque en esta nueva jornada Él renueve tu fe y vigorice tu espíritu de conquistador y sientas que el buen Pastor te ha dado nuevas fuerzas como de águila para no esperar más por tu heredad y clamar:- Señor, ¡dame, pues, ahora este monte!
Todavía estoy tan fuerte como el día en que Moisés me envió. Como era entonces mi fuerza, así es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Ahora pues, dame esta región montaños[pull_quote_center][/pull_quote_center]a de la cual el SEÑOR habló aquel día, porque tú oíste aquel día que allí había Anaceos con grandes ciudades fortificadas. Tal vez el SEÑOR esté conmigo y los expulsaré como el SEÑOR ha dicho.
Josué 14:11