En la actualidad la pandemia del coronavirus es el más grave y urgente problema que enfrenta la humanidad para su normal desarrollo. El Covid-19 se ha plantado como un enemigo desafiante y aterrador que ha acabado con la vida de más de dos millones de personas en todo el mundo. Esta sombría pandemia está afectando de forma significativa los ejes principales que mueven el avance de las naciones en todo el planeta.
El liderazgo mundial desde diversos frentes ha concentrado sus esfuerzos para detener los daños que a todos los niveles ha generado esta devastadora pandemia que se resiste a su mengua más allá de lo esperado. Como ha sucedido con otras pandemias en siglos pasados y en años recientes, las vacunas han sido la solución más eficaz con la que ha contado la ciencia para enfrentar los agentes destructivos que penetran nuestros organismos para dañarnos.
Gracias a Dios, la comunidad científica ha desarrollado una diversidad de esfuerzos desde diferentes países para tener disponible en tiempo récord varias vacunas que apuntan inmunizarnos contra los daños de este maligno virus.
Como todas las iniciativas que en diferentes áreas se emprenden a nivel global, en el desarrollo de una vacuna, a lo largo de todo su proceso, hay puntos a considerar en relación a los aspectos científico, ético, económico y político, entre otros que se quieran agregar. Es normal exponer consideraciones sobre estos aspectos, ya que están presentes en cualquier esfuerzo que se emprenda hoy día.
En lo que debemos tener cuidado es con el despliegue de teorías que quieren presentar las vacunas como la puesta en marcha de un monstruoso complot de exterminio humano planificado por un grupo macabro que pretende apropiarse de todo el patrimonio de la raza. Ante las escalofriantes cifras de contagios, muertes, parálisis económica, social y política que trastorna al mundo, escuchamos personas y grupos difundir la falsa teoría de que “no está pasando nada”, que todo es un engaño para mecanizarnos y controlarnos.
Para muchas personas los esfuerzos científicos para desarrollar las vacunas de inmunización contra el Covid-19 es la excusa de este supuesto grupo de exterminio poblacional masivo para reducirnos a un puñado de habitantes que no será más que un laboratorio de ratas convertidas en objetos de sus sueños de diversión y dominio totalitario. Todas esas son teorías de conspiración que no tienen asidero en la realidad que nos ocupa hoy con esta pandemia.
No niego que haya mentes y hasta grupos de enajenados que han soñado barbaridades semejantes, pero nada tienen que ver con una comunidad científica que toma tan en serio y con tanto rigor todos los pasos a dar antes de exponer a las personas a la aplicación de uno de sus productos, especialmente las vacunas.
Oponer una resistencia movida por la paranoia y el miedo a los esfuerzos médicos de vacunación que se desarrollan para frenar los dañinos y mortales efectos del Covid-19, es algo poco comprensible que nos lleva a pensar que nuestro mundo también está contagiado por el engaño y el falseamiento de la realidad.
El escándalo de nuestro día, como afirma Baudrillard, no es atentar contra los valores morales, sino en contra del principio de la realidad. Estamos hablando de los supuestos daños que se han planificado hacer desde los laboratorios que desarrollan las vacunas, pero no tomamos en cuenta que un alto porcentaje de las medicinas que tomamos a diario provienen de esos laboratorios. Si el propósito es dañarnos y exterminarnos no había que esperar que llegara un virus para eso.
Somos muchos los que hemos tomado medicamentos de esas farmacéuticas y ni siquiera las contraindicaciones nos ocupamos de leer. Lo que sucede que con frecuencia los evangélicos, quienes tenemos la palabra profética más segura (2 Pedro 1:19-21), como dice el apóstol Pedro, nos dejamos fascinar de los miedos que los creadores de teorías de conspiración saben magnificar hasta darles dimensiones apocalípticas.
Es impensable que las teorías de la conspiración, una mercancía de uso siniestro y engañoso, desacreditadas por retorcer la información veraz y por la promoción de los falseamientos y engaños que vienen con los fake news, encuentre entre los evangélicos tantos ávidos y entusiastas compradores. Lamentablemente hay una gran población de creyentes evangélicos que es receptiva a este tipo de propaganda y es uno de los sectores donde con mayor facilidad se promueven estas teorías.
El evangelio no es una espiritualidad religiosa que en una desesperación emocional se pliega a un misticismo cualquiera. El evangelio tiene base sobre la realidad concreta, no es una realidad científica en sí misma, pero soporta el acercamiento de la ciencia y no contradice sus metodologías y benéficos hallazgos, porque acercarse a la ciencia en su más genuina esencia, es acercase a Dios mismo.
Pero aquí viene el dilema, ¿Cómo vivimos y comprendemos los evangélicos nuestra fe? La comprendemos sobre la base la realidad y desde las evidencias más razonables y hasta científicas, o la comprendemos desde toda suerte de teorías que andan en busca de mentalidades vulnerables y temblorosas que se agarran de cualquier idea para afirmarse seguras o protegidas. O creemos en la revelación de Dios, o le damos nuestra aquiescencia a las teorías más oscuras y peregrinas que a mentes atormentadas e inestables puedan ocurrírseles.
Estamos orando para que Dios erradique el coronavirus, pero renegamos de los recursos que Dios ha provisto para que el hombre les haga frente a las enfermedades que nos azotan. Nos olvidamos que Dios trabaja a través de la ciencia y otros recursos en colaboración con los hombres.
Dios produjo el milagro de abrir el Mar Rojo para que su pueblo pasara al otro lado; sin embargo, cuando cruzaron les entregó un extenso manual de medidas de higiene sanitaria para que protegieran el habitad en el que vivían. Dios, y puede hacerlo, no hacía un milagro de sanidad todos los días, en cambio, le proveyó de medidas apropiadas a su pueblo para que aseguraran su salud y el mejor ambiente para su convivencia.
Muchas de nuestras iglesias evangélicas fortalecerán su testimonio de compasión y diaconía cristiana prestando sus templos para centros de vacunación y cooperando para que las vacunas alcancen al mayor número de personas.
Esta fue mi experiencia en Visión Mundial con la pandemia del VIH-SIDA. En principio, hasta la palabra Sida resultaba repugnante para la mayoría de los evangélicos; sin embargo, un trabajo de concienciación bíblica y compromiso cristiano volcó –y sucedió aquí en Republica Dominicana– a las iglesias a desarrollar un gran trabajo misionero a favor de prevenir el contagio y apoyar aquellas personas que estaban afectadas por el síndrome del VIH-SIDA.
Los cristianos, como sostiene el doctor Pedro Tarquis, debemos darle seguimiento a la fiabilidad y seguridad de las vacunas, y una vez orientados sobre todos los protocolos necesarios desde el punto de vista científico y médico, proceder a vacunarnos como una forma segura y eficaz de prevenir enfermedades y salvar vidas, hoy más que nunca, ya que se trata de una provisión de Dios que nos evitará enfermedades y sufrimiento, a nosotros mismos y a la población en general, incluidos los más vulnerables.
Es mucho más probable que una persona sufra un daño grave como resultado de una enfermedad que como resultado de una vacuna. Las enfermedades que se pueden prevenir con una vacuna, como el sarampión, la meningitis o la poliomielitis, pueden ser mortales o causar enfermedades graves y discapacidades.
A principios de la década de 1950, antes de que Jonás Salk descubriera su vacuna, la poliomielitis mataba a 350.000 personas al año, la mayoría niños. Debemos tomar en cuenta que en la actualidad disponemos de vacunas para protegernos contra al menos 20 enfermedades, entre ellas la difteria, el tétanos, la tos ferina, la gripe y el sarampión. En su conjunto, esas vacunas salvan cada año tres millones de vidas.
Los evangélicos estamos ante la disyuntiva de seguir alentando las oscuras teorías de conspiración, promotoras de falsedad y engaño, insensibles a la enfermedad y la muerte que sufren nuestros semejantes, o apelar en compasión cristiana a los aportes que Dios les ha provisto a los hombres de ciencias para tratar enfermedades, proteger y prologar el tiempo de vida saludable que Él quiere darnos en esta tierra.
Soy pastor dominicano, tomadas las consideraciones de lugar, no tengo ningún resquemor para de manera responsable prestar el local de mi iglesia para que opere como centro de vacunación al servicio de la vida y la salud para gloria de Dios.