Los cristianos somos llamados a ser hijos de la sabiduría celestial, esa sabiduría que no proviene del mundo, sino del mismo Dios, fuente de toda verdad y justicia. Jesús dijo: «La sabiduría es justificada por sus hijos» (Mateo 11-19), lo que significa que quienes caminan en ella reflejan su pureza y propósito divino.
La sabiduría celestial no se encuentra en el orgullo ni en los logros humanos, sino en la humildad de un corazón que busca a Dios. Como hijos de esa sabiduría, nuestra vida es el testimonio que la valida. A través de nuestras acciones, demostramos al mundo el amor, la paz y la verdad de Dios. No es nuestra propia justicia la que habla, sino la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Proverbios 9-10 nos recuerda: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia». Ser hijos de la sabiduría celestial significa vivir en reverencia a Dios, reconociendo que cada paso que damos está guiado por Su mano.
Cuando reflejamos esa sabiduría, somos luz en medio de la oscuridad, agentes de paz en un mundo lleno de caos, y testigos de la justicia divina. Nuestra vida debe ser un eco constante de la sabiduría que hemos recibido: una vida que glorifique al Padre y muestre que somos justificados por Su verdad y amor.
Como cristianos, recordemos que no solo llevamos el título de hijos de Dios, sino que somos representantes vivos de Su sabiduría en la tierra. Caminemos con propósito, dejando que nuestra fe produzca frutos dignos que glorifiquen al Rey celestial. Gracia y Paz.
