
En medio de un mundo que cada día banaliza lo espiritual, los hijos de Dios estamos llamados a hacer una pausa y recordar: las cosas sagradas no se convierten en cosas comunes.
Cuando tratamos lo santo como si fuera ordinario, dejamos espacio para que se enfríe el altar del corazón. La rutina mata la reverencia, y sin reverencia, perdemos la sensibilidad a la Presencia de Dios.
Moisés lo entendía bien cuando le dijo al Señor:
“Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.” (Éxodo 33:15)
Él sabía que nada valía la pena si Dios no estaba presente.
No dejemos que el ruido del mundo, la costumbre o incluso la familiaridad con lo espiritual nos haga perder la maravilla de Su presencia. Guardemos ese fuego, alimentemos con oración, adoración y obediencia. No se trata de emociones, sino de una comunión continua y viva con el Dios que habita en lo alto, pero también en el corazón del humilde.
¡No permitas que te quiten la Presencia de Dios! Ámala, cuídala y vívela