“11 Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos.” Eclesiastés 9:11
No es tu habilidad la que te tiene en el lugar en que estás. Las habilidades son buenas y necesitas desarrollarlas; pero, en realidad, es tu carácter, es tu interior, son las capacidades internas que desarrolles las que te posicionan en el lugar correcto. Pero la gente se limita y, ante las oportunidades, piensan: No sé hablar, no sé hacer esto, no tengo el dinero; por lo tanto, no tengo posibilidad para hacerlo; sin darse cuenta que las oportunidades no son dadas a los que justifican la razón por la que se encuentran en el lugar donde están, sino a los que cualifican para ellas.
En Juan 5, se nos habla acerca del hombre paralítico que se encontraba en el tanque de Betesda. Dice la Biblia que, cuando Jesús lo vio, se dio cuenta que llevaba mucho tiempo allí. Jesús le preguntó: ¿Quieres ser sano? Y el hombre le contesta: No he podido ser sano, porque cada vez que viene el ángel y mueve las aguas, alguien se adelanta. El hombre, en vez de contestar la pregunta que le cualificaba para conseguir su milagro, decidió justificarse diciendo porqué aún no había recibido su milagro, pensando que la justificación le daría la solución, en vez de permitir que fuera su fe la que lo cualificara para el milagro.
Muchos, cuando hablan, se encuentran justificando lo que están haciendo, quiénes son, lo que sucede en sus vidas, y hasta sus decisiones. Cuando fracasan, se justifican diciendo que tenían problemas o alguna situación económica. La gente toma decisiones y se justifica para explicarles a otros por qué tienen lo que tienen, o por qué han alcanzado ciertas cosas. El mundo exige justificaciones, pero Dios solo exige que le des la respuesta que te cualifique para recibir tu milagro, tu oportunidad.
Cuando te justificas, te descalificas para lo que, eventualmente, Dios tiene para tu vida.
Como el hombre en el estanque, decimos: Mi condición está cada vez peor, porque no tengo quién me ayude. Pero estás así porque no has decidido cambiar tu vida. Estás donde estás porque no has decidido cualificar para las cosas que Dios tiene para tu vida, para entrar en el sistema de Dios y alcanzar lo que Dios tiene para ti. Estás viviendo una vida segura, justificando por qué no has hecho las cosas, solo porque no te quieres arriesgar a creer en lo que Dios tiene para ti. Pero hoy deja de justificar las situaciones que estás viviendo. No hay excusa para que tú no prosperes, para que no progreses. Haz lo que tienes que hacer; créele a Dios y prospera.
Las oportunidades son para los que cualifican para ellas. Y, como creyente, tu cualificación no viene por los estudios o por el dinero que tengas, sino por tu percepción de Dios.
En Mateo 25:14-23, Jesús enseña la parábola de los talentos. Podemos ver cómo hubo siervos que multiplicaron los talentos que el señor les entregó, excepto uno. Lo que afectó al siervo que enterró el talento y no lo multiplicó fue la manera en que veía a su señor. Podemos ver que se justifica, diciendo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Por causa de una percepción errónea, enterró aquel talento.
Hoy día, muchos no han multiplicado sus talentos, aquello que Dios ha puesto en sus manos, por la mala percepción de quién es Dios en sus vidas. La perspectiva correcta sería pensar: Lo que Dios me dio es suficiente para multiplicarlo; el año que viene voy a tener más porque Dios me hizo para ser cabeza y no cola, para estar arriba solamente, y no debajo. Puede que algún día hayas estado abajo, pero decide que tú vas para arriba.
El problema viene cuando pensamos que somos de los de abajo, cuando pensamos que no estamos cualificados. Como creyentes, nuestra cualificación no viene por el título que tengamos, por los estudios, sino por nuestra percepción de Dios. ¿Qué tú piensas de Dios? Lo que pienses de Dios, será lo que pienses de ti; así que tu fe demuestra tu identidad y tu autoestima. Lo que afectó al paralítico no fue su capacidad o su habilidad, sino su manera de ver a su señor. El veía a su señor como un hombre injusto. De la misma manera, la tradición enseñó a un Dios que persigue, juzga y condena; en vez de enseñar al verdadero Dios; Aquel que cambia tu percepción que tienes de ti mismo, diciéndote que lo puedes lograr, lo puedes alcanzar, que él te ha cualificado para hacerlo; que, cuando nadie cree en ti, él cree en ti; que, cuando nadie ve nada bueno en ti, él ve algo en ti. Cuando vemos el milagro de la redención, vemos nuestro valor, porque nadie da lo mejor de sí para rescatar algo que no sirve. Dios entregó lo mejor de sí para rescatar algo que tiene un gran valor; entregó lo mejor de sí, por tu rescate.
Sal del sistema del mundo, de la vieja manera de pensar, deja la condenación y la culpa. Entiende que no hay justificación para quedarte donde estás. Dios te creó para algo más grande y murió en la cruz del Calvario para sacarte de donde estabas, y llevarte a un lugar de poder y victoria. No vivas más en miedo y no te justifiques más. Cree que Dios te cualifica. Confía en lo que él ha depositado en ti, y multiplica.