“Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.” Éxodo 33:14-15
Uno de los errores más grandes del ser humano es menospreciar las cosas que tienen verdadero valor, las cuales muchas veces son intangibles, pero tienen efecto en lo tangible. Menospreciamos ciertas cosas porque, a veces, sentimos que ya logramos, que ya alcanzamos. El pueblo de Israel, repetidamente dejó a Dios. Dios los saca de Egipto, y ellos adoran un becerro de oro, se quejan, abandonan a Dios; no pueden disfrutar de la presencia de Dios en medio del desierto, por ende, tampoco de las bendiciones que Él les estaba dando. Moisés está claro de que, lo que tenían, era por causa de Dios, y lo que fueran a alcanzar, no tendría valor si lo obtuvieran sin Dios. La presencia de Dios no era requisito para entrar a la tierra prometida. El pueblo podría entrar porque Dios lo prometió. Dios no se impone sobre nadie; lo que Él promete, lo cumple, a pesar de nuestras decisiones. Pero triste sería obtener la promesa de Dios y perderlo a Él.
La prioridad en tu vida debe ser Dios; la promesa sin Él no sirve. Un paisaje hermoso, pero que no esté tu cónyuge contigo, no es lo mismo. Tus momentos buenos y malos están ligados a un lugar, y una persona; son estos factores los que hacen especial un momento.
El pueblo de Israel experimentaba a Dios en Egipto, pero a medias, no por el pueblo, sino por el lugar. Vivían en Gosén, protegidos; pero eso no era lo que Dios quería para ellos; allí los oprimían, los sobrecargaban, no tenían fuerzas para adorar. Dios estuvo con ellos, los cuidó; ellos se multiplicaban y crecían. Pero el lugar no era el apropiado para tener una relación. Antes de crear al hombre, Dios crea el lugar, porque una relación debe tener: Un lugar y una persona. Puedes estar en el lugar apropiado, pero no rodearte de la gente correcta; y puedes endiosar tanto el lugar que te olvides de que es la persona quien lo hace importante. Lo que Dios te ha prometido, Él lo va a cumplir, pero Él va a poner personas en tu vida, y te va a poner en un lugar apropiado para la manifestación de la promesa.
Dios está en todas partes, pero no en todas partes se manifiesta de la misma manera. La experiencia que tienes de Dios en un lugar, no necesariamente es la que Él te va a dar en otro. Dios te da una experiencia en un lugar, rodeado de ciertas personas; porque la diferencia en tu vida la hacen los lugares y las personas. Lo mismo pasa con la presencia de Dios. Moisés entendía eso, pero el pueblo no. La gente ve los beneficios, pero no saben de dónde salieron. Cuando ya hemos logrado ciertas cosas, tendemos a menospreciar nuestro entorno y lo que Dios está haciendo; pero no debería ser así porque todo juega un papel importante. Y Moisés sabía que nada de lo que tuvieran en la tierra prometida les serviría, si Dios no estaba con ellos. Dios estuvo con ellos en Egipto, pero no es lo mismo estar con Dios en la tierra prometida. Hay quien entra a la tierra prometida, y no entiende que lo que hace la diferencia en la tierra prometida es estar en la tierra prometida con Dios.
Hay varias maneras en que experimentamos a Dios. Está lo que llamamos un toque de Dios. Son momentos en los que sentimos a Dios. Esta experiencia es una que no necesariamente se repite o permanece. El problema es que, muchas veces, la gente quiere repetir la experiencia, confundiendo la experiencia con Dios. Puede que, en medio de una experiencia con Dios, te eches a reír; pero no siempre que te ríes es Dios, ni tienes que reírte siempre para saber que Dios está. Quizás, en ocasiones, lloras; pero no tienes que llorar siempre para tener a Dios. No puedes hacer de la experiencia y del toque tu Dios.
Otra expresión es estar llenos de Dios, de su Espíritu. Cuando Dios te llena, es Dios capacitándote para algo. Llenarte no es para sentir, sino para hacer. Los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo para, ese día, predicar la Palabra. Sansón se acostaba con prostitutas, pero es que Sansón no vivía lleno; Dios lo llenaba en ocasiones específicas para cumplir un propósito; lo llenaba hoy, y mañana se le iba. La llenura no es una experiencia personal para tú sentirte lleno, sino porque Dios te quiere capacitar para hacer algo.
Otro nivel es andar en el Espíritu; es cuando la presencia de Dios está en ti de manera tal que tu conducta se modifica. La religión también modifica conducta, pero eso no quiere decir que una persona esté llena del Espíritu. Una cosa es que tus hijos te obedezcan cuando tú estés; otra, que lo hagan cuando no. Andar en el Espíritu es cuando el Espíritu está dentro de ti, modificas tu conducta; dejas el adulterio, la fornicación; comienzas a caminar en orden, no por obligación, sino porque el Espíritu te lleva a hacerlo porque quieres agradarle a Él. El problema de los religiosos es que tampoco estas cosas –no adulteran, no fornican – pero el corazón está dañado; entonces, hacen de la conducta su Dios. Pero no es que tu conducta traiga la presencia; tu conducta debe ser resultado de la presencia. Te puedes comportar tan bien como tú quieras, pero eso no quiere decir que Dios esté; esto lo vemos en cómo Dios llena y usa a Sansón, a pesar de su conducta.
Hay un cuarto nivel; el de intimidad con Dios. Es caminar con Dios, y Él contigo; verlo en tu vida; sentir su perdón cuando fallas, y no condenación; sentir su abrazo y su amor; es cuando aceptas las cosas que llegan a tu vida como de parte de Él, aunque no las entiendas, y las recibes porque vienen de Él. Si lo que te manda es maná, te lo comes con Él, sabiendo que, si te comes el maná hoy, algún día te vas a comer las uvas que Él tiene para ti. Pero, si no ves a Dios en el maná, tampoco lo vas a ver cuando Él te dé las uvas.
Para este nivel, hace falta constancia en oír a Dios, constante reajuste; por eso es importante ir a la iglesia, constantemente; recibir palabra; porque una relación no se construye una vez al mes, sino 24 horas al día.