
En el Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús delegó en sus discípulos la tarea de llevar su mensaje a todas las personas. Esta misión, conocida como la Gran Comisión, nos recuerda que todo creyente tiene un llamado profético:
«Acercándose Jesús, les dijo: ‘Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y recuerden: Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo'».
(Mateo 28:18-20)
El Anhelo del Antiguo Testamento: Todos Profetas
El corazón de Moisés expresó este deseo siglos antes:
«¡Ojalá todo el pueblo del SEÑOR fuera profeta, que el SEÑOR pusiera su Espíritu sobre ellos!»
(Números 11:29)
Este sueño comenzó a cumplirse con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, como profetizó Joel y explicó Pedro:
«Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; y sus hijos y sus hijas profetizarán…»
(Hechos 2:17)
Hoy, cada creyente ha recibido poder para ser testigo de Cristo (Hechos 1:8).
El Llamado Profético del Creyente
No todos somos profetas en el sentido ministerial, ni estamos llamados a inventar nuevas revelaciones.
Pero sí todos somos enviados a proclamar el mensaje de la Palabra de Dios, hablar de las maravillas de Cristo y llamar a otros a reconciliarse con Él:
«Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros: en nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!»
(2 Corintios 5:20)
¡Es tiempo de responder!
No podemos quedarnos callados. No podemos vivir una vida cristiana pasiva.
¡Hemos sido capacitados por el Espíritu para hablar vida y verdad!
Pregúntate hoy:
¿Estoy viviendo como embajador de Cristo?
¿Estoy usando mi voz para llamar a otros a conocer a Jesús?
¿Estoy dispuesto a dejar que Dios hable a otros por medio de mí?
No subestimes el glorioso llamado que Dios ha puesto en tu vida.
¡Levántate y responde al llamado profético que es para todo creyente!