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Las muerte violenta de Mujeres es tema de las Iglesias Evangélicas

La muerte de mujeres por hombres que dicen amarlas, constituye un grito desafiante y urgente. Lo que está pasando con los feminicidios, lo que ha pasado iniciando este año 2020 harta e indigna, interpela y avergüenza, es algo terrible que no soporta un minuto más de desatención, de aplazamientos y espera. Es un llamado que hay que atender sin más excusas ni postergaciones.

Si hay iglesia evangélica en la República Dominicana, iglesia que se ufana de su activismo y presencia social, si hay gente que cree que los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, entonces debemos preguntarnos: ¿para qué estamos aquí, y cuál es nuestra misión?

En la cara de nuestros ministerios, del mío como comunicador y pastor, no pueden seguirse produciendo tantos hechos atroces que ofenden y degradan la dignidad del ser, no puede continuar este festín de atropellos, esta masacre sin nombre que pone a doblar las campanas por todos. Campanas siniestras de luto y dolor que deben sonar con la suficiente estridencia en nuestras conciencias hasta que el reteñir de sus repiques nos despierte al reconocimiento de que todos somos hijos de Dios y que también hay homicidios por omisión.

Si ante esta burla, si ante este desprecio a la vida, si ante este desdén antojadizo y caprichoso, inexplicable y sangriento que lleva algunos hombres a matar a sus compañeras, nos limitamos a pasivos lamentos cotidianos y a inútiles coloquios para exacerbar la curiosidad y darnos por informados, entonces el aparataje institucional y religioso que acompañamos de un garbo pietista que nos da prestancia, nombradía y titularidad ministerial es solo una fachada inútil que tiene poco sentido.

Cuál es la trascendencia de nuestras reuniones, de los apuros sociales que nos mueven y atosigan, de los contactos y formalidades que llenan nuestros días, si en nuestra agenda no aparece la pregunta: ¿Qué podemos hacer hoy por una mujer que, asediada por la pasión obsesiva y enajenante de un hombre, cae o va caer víctima de su furia, de su crueldad y desaprensión?

Si las mujeres que están muriendo víctimas de estos egos machistas apasionados y obsesivos que han degenerado en agentes de destrucción y exterminio, no son asunto número uno de nuestras agendas ministeriales, yo me preguntó: ¿Qué evangelio, qué Dios estamos predicando?

No es que esté pensando que con un toque mágico de fe religiosa se resuelva todo. Creo que se trata de un problema complejo, psicológicamente y científicamente exigente, espiritual y socialmente demandante, degradante, ofensivo e íntima y particularmente humillante. Pero nuestra comprensión de la fe, nuestros presupuestos cristianos nos dicen que estas inclinaciones perversas y pecaminosas son una realidad que tienen origen en la depravación del ser humano, pero también nos anuncia que esta no es la voluntad de Dios y que la indiferencia, el desconocimiento y la tolerancia pasiva ante estos crímenes no puede ser la respuesta de quienes el Señor ha puesto en la tierra para afirmar y defender la vida.

La muerte violenta de mujeres en esta sociedad es un asunto de las organizaciones que Dios nos ha dado, de las iglesias, de los concilios, de los organismos para eclesiásticos, de los ministerios diversos, de las entidades educativas cristianas que gerenciamos y promovemos. Este es un asunto que debe convocarnos para mirarnos a los ojos unos a otros y preguntarnos en actitud de humillación y ruego, de arrepentimiento profundo y sonada mea culpa: ¿Para qué Dios nos ha puesto aquí?

En nuestro país tenemos códigos legales modernos y actualizados, policías expertos, programas y políticas de prevención diseñadas con mecanismos y medidas harto ensayadas y estudiadas, además de medios de comunicación que disponen de contenido educativo y sensibilizador, de cuerpos de profesionales que se ocupan de la salud mental, pero no tenemos, en su conjunto y con una orientación específica, una iglesia que llena de amor y compasión cristiana esté tomando iniciativas para integrarse a la elaboración de una respuesta efectiva que comience a producir los cambios necesarios para comenzar a revertir este afrentoso e indignante fenómeno, este incontenible río de sangre que está manchando el tono blanquecino que decora las puertas de los templos donde se albergan nuestros “pujantes ministerios”.

Entre los recursos e instituciones que tenemos en la República contamos con una entidad privilegiada, una institución única y de una elevadísima y exclusiva misión. Se trata de la Universidad Nacional Evangélica, de la cual formo parte, y desde dónde estoy proponiendo un gran congreso de psicología y consejería pastoral para que se establezca de manera clara y efectiva cuales son los niveles de convergencia, de combinación práctica y efectiva entre la ciencia que estudia la conducta humana y el ejercicio de la consejería pastoral.

Estoy proponiendo un acercamiento entre Atenas y Jerusalén, entre la ciencia y la fe para responder a estas necesidades urgentes, para así articularnos con todos los actores de la sociedad darle una respuesta apropiada y urgente a un tema que, como la muerte violenta de mujeres de parte de hombres cegados por el machismo, amerita una reacción más compromisaria, creativa y que, sin dejar de ser científica, sea más contundente, sensible y amorosa. Necesitamos fundar, armados de racionalidad, de compasión y amor abundante una nueva cultura basada en la ternura. Como ha dicho mi amigo Harold Segura, ya ensayamos todas las revoluciones y han fracasado, “vamos a emprender la revolución de la ternura”.

La propuesta consiste en que a partir de este congreso podamos establecer una gran alianza social de vida y salud mental y espiritual que articule las iglesias con todos los demás actores que tienen responsabilidad en el ordenamiento social y jurídico de nuestra sociedad. Una alianza que alcance a todos los sectores sociales y que apunte a producir un cambio significativo en donde la ternura de convierta en un valor de primer orden que todos procuremos exhibir.

Fuente:
Tomas Gómez Bueno

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