Cuando elegimos creer lo que Dios dice en su Palabra, la mente se renueva. El mentiroso que ha ofuscado el entendimiento de este mundo para que no se conozca el evangelio de Jesucristo hace todo lo posible para que el cristiano viva sintiéndose culpable por los pecados pasados, las decepciones sufridas, las pérdidas, los actos depravados de nuestra vieja naturaleza.
Hay púlpitos también, que como no encuentran nada alentador que decir de parte de Dios, le hacen juego al diablo en una suerte de vanas palabrerías conformes a cualquier cosa, menos a Cristo. Dios elevó la espada de su Palabra para instruirnos definitivamente en este sentido. El perdón que Dios propició en la cruz del Calvario es la puerta de la mayor exponencia de su gracia. El cristiano lo sabe, pero al diablo se le ha concedido un poco de poder para tentarnos, para probarnos. Las engañosas filosofías vienen de su mente. “Pero nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co 2.16).
¿Cuándo le vamos a creer a Dios para sentirnos verdaderamente liberados de toda culpa y pecado? Si no creemos haber sido verdaderamente liberados de la esclavitud del pecado es como si le dijéramos a Dios que su promesa de redención para la humanidad es una utopía, que Cristo murió en vano, que su sangre no tuvo realmente poder para limpiarnos de toda maldad. En el proceso de santificación vamos a pecar, pero ya no pertenecemos a la estirpe de los hijos de desobediencia, porque ahora ostentamos una nueva identidad que está consumada en Cristo, el Redentor (el que pagó por nuestro rescate de la esclavitud del pecado).
Bueno es el SEÑOR, una fortaleza en el día de la angustia, y conoce a los que en El se refugian.
Nahúm 1:7
No acabamos de liberarnos de la esclavitud del pecado porque las tradiciones y las engañosas filosofías del mundo intentan a toda costa absorber las verdades eternas sobre nuestra liberación. Todavía hay púlpitos que predican más del pecado que de la gracia de Dios y constantemente están recordando el pasado que Cristo borró para siempre con un perdón restaurador repleto de promesas y bendiciones, así como llamados a la obediencia. Mientras Ud. crea que es “un miserable pecador”, el diablo estará de fiestas y usted continuará arrastrando la incomparable gracia de Dios convertida en cadenas de muerte. Sus decisiones reflejarán el sentido de identidad y pertenencia al Señor de Señores. La Palabra de Dios dice: “Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. (Col 1.22-23).
Si desea saber lo que dice Dios de usted en su condición de cristiano redimido por la sangre de Cristo, le recuerdo que considere leer en la carta a los Efesios, capítulo 1, los versículos del 3 al 7. Lo que Ud. cree de sí mismo determinará el nivel cualitativo de sus decisiones y la manera de confrontar la vida. Constantemente tomamos decisiones debido a los problemas, incertidumbres y necesidades que necesitamos satisfacer y, lamentablemente, en ocasiones la impaciencia y el deseo de ejercer la voluntad propia nos conducirá por derroteros obscuros y callejones sin salida. Sin embargo, la palabra de Dios nos insta a no confiar en nuestro propio juicio, sino en él y en su mente prodigiosa, impidiendo así los descalabros inevitables de la necedad. Salomón lo dejó escrito para nosotros hoy: “Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia” (Pr 3.5).
La vida cristiana trae bendición cuando le pedimos dirección al Señor en la toma de decisiones, conscientes de que, como herederos de su prole celestial, gozamos de un sitio privilegiado en su corazón. No somos cualquier cosa, ni ciudadanos de segunda categoría. Él quiere que decidamos por la vida. A veces no sabemos qué hacer porque sencillamente no hemos tomado tiempo para preguntarle a Dios en oración. Sin embargo, Cristo nos afirma con su amor extraordinario: “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10.27).
¡Dios bendiga su Palabra!
Miren que nadie los haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios (las normas) elementales del mundo y no según Cristo.
Colosenses 2:8