
En 2006, Alistair Begg predicó un sermón titulado «Ciego de nacimiento», en el que reflexionó sobre el regalo gratuito de la salvación ofrecido a través de la muerte de Cristo. Para ilustrarlo, hizo referencia al ladrón en la cruz:
¿Sabes? Siempre pienso en esto en relación con el ladrón en la cruz, cuando llega a las puertas del cielo. ¿Te imaginas cómo sería ese proceso de entrevista?
—¿Qué haces aquí?
—No lo sé.
—Bueno, ¿quién te envió aquí?
—¿Qué? Nadie me envió aquí. Yo… yo… ¡estoy aquí!
—Bueno, ¿has sido justificado por fe? ¿Tienes paz con Dios?
—No lo sé.
—Entonces, ¿qué sabes?
—El hombre en la cruz del medio dijo que podía venir aquí.
Begg señala acertadamente que el ladrón fue salvado solamente por Cristo, no por sus buenas obras, su teología ni por ningún otro mérito. Después de todo, el historial espiritual del ladrón habría sido muy breve.
En esta ilustración, Begg recurrió al ladrón en la cruz para enfatizar la salvación sin obras. Sin embargo, otros cristianos a lo largo de la historia de la iglesia han empleado la historia del ladrón en la cruz para destacar otras verdades. Teodoro de Beza (1519-1605), por ejemplo, utilizó al ladrón en la cruz para recordar a sus lectores que, aunque las buenas obras no nos salvan, necesariamente acompañan a la fe que sí lo hace.
Un pequeño libro de preguntas y respuestas
El teólogo reformado francés Teodoro de Beza fue el primer rector de la Academia de Ginebra, fundada por Juan Calvino (1509-1564). Como señala Ryan McGraw, los escolásticos reformados como Beza infundieron una dimensión pastoral en sus esfuerzos académicos. Como pastores-eruditos, estudiaban con el propósito de servir a la iglesia. Esto es especialmente evidente en su obra de 1570, Un pequeño libro de preguntas y respuestas cristianas [disponible en inglés].
En una sección sobre la santificación, Beza examina la relación entre la fe y las obras. Allí afirma:
«Las buenas obras no justifican, sino que [siguen] a quien cree y ya ha sido justificado en Cristo, así como los buenos frutos no hacen que un árbol sea bueno, sino que un árbol se reconoce como bueno por sus buenos frutos».
La conexión entre la fe y las obras lleva al interlocutor imaginario de Beza a formular una pregunta profunda: «Entonces, ¿afirmas que las buenas obras son necesarias para la salvación?». Beza responde con un silogismo afirmativo: «Si la fe es necesaria para la salvación, y las obras necesariamente fluyen de una fe verdadera (como aquello que no puede permanecer inactivo), entonces es evidente que las buenas obras son necesarias para la salvación». No obstante, Beza aclara: «No como la causa de la salvación (porque somos justificados, y así vivimos, solamente por la fe en Cristo), sino como algo necesariamente unido a la fe verdadera» (p. 154). Para Beza (quien cita Ro 8:14; 1 Jn 3:7; y Stg 2:21), la fe necesariamente produce buenas obras, no como su fuente, sino como la consecuencia vital y el acompañante inseparable de la salvación.
Beza y el ladrón en la cruz
El interlocutor imaginario de Beza plantea una nueva pregunta sobre el ladrón en la cruz: «¿Qué sucede si alguien no recibe la fe hasta el mismo momento de la muerte? Esto parece haber ocurrido con el ladrón que colgaba en la cruz. ¿Qué tipo de buenas obras podría haber producido alguien así?» (p. 155). Como pastor y teólogo, Beza estaba atento a las preguntas y necesidades teológicas de los creyentes comunes de Ginebra. Por lo tanto, esta pregunta no era meramente una cuestión de especulación académica.
Ginebra fue hogar de un movimiento libertino liderado por las familias Perrin, Favre y Berthelier, quienes se oponían al liderazgo de Calvino y sus colaboradores, especialmente a su énfasis en la necesidad de la disciplina eclesiástica. Los libertinos negaban la necesidad de las buenas obras en la vida del cristiano, convirtiéndose en precursores de los defensores de la «gracia barata» que Dietrich Bonhoeffer condenó. La pregunta «¿Qué hay del ladrón en la cruz?» probablemente era una objeción común planteada por los libertinos
En respuesta, Beza afirma: «No, la fe de ese ladrón, en ese breve tiempo, fue indescriptiblemente activa». Luego enumera cinco buenas obras realizadas por el ladrón antes de su muerte:
«Reprendió las blasfemias y la maldad del otro ladrón». Beza argumenta que, mientras el ladrón no arrepentido se unió a la multitud para burlarse de Jesús (Lc 23:39), el ladrón arrepentido «lo reprendió» al decir: «¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho» (vv. 40-41). Reconoció tanto el pecado del ladrón blasfemo como la inocencia de Cristo.
«Aborreció sus propios crímenes». En los versículos citados anteriormente, el ladrón también reconoció que su ejecución era justa porque había pecado. En esto, argumenta Beza, mostró humildad frente a su iniquidad.
«Con una fe sencilla y maravillosa, reconoció a Cristo como el Rey eterno mientras estaba en la misma deshonra de la cruz». En el versículo 42, el ladrón dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino» (Lc 23:42). Al reconocer que Jesús tiene un reino, el ladrón afirmó el señorío de Cristo. Beza señala que no hizo esto en un momento en que Cristo era popular y realizaba milagros poderosos, sino mientras experimentaba la vergüenza de la cruz.
«Mientras todos los discípulos guardaban silencio, él invocó a [Jesús] como su Salvador». Beza señala que los relatos de los evangelios subrayan cómo los discípulos se dispersaron, dejando solo a Juan junto a la cruz. Ninguno de los doce habló en defensa de Jesús ni dio testimonio de su fe mientras Él era crucificado; esta buena obra fue realizada únicamente por el ladrón en la cruz.
«Reprobó abiertamente las crueldades y las voces impías de los judíos». Volviendo a su primer punto, Beza destaca cómo el ladrón no arrepentido repitió las palabras de la multitud, que clamaba: «A otros salvó; que se salve Él mismo si Este es el Cristo de Dios, Su Escogido» (v. 35). Al reprender al ladrón no arrepentido, el ladrón arrepentido también censuró a la multitud que rodeaba las cruces.
Aunque el ladrón en la cruz realizó buenas obras que fluyeron necesariamente de su fe, fue recibido en el paraíso únicamente por los méritos del «hombre en la cruz del medio»
Beza reconoce que, aunque la muerte impidió al ladrón en la cruz realizar las obras relacionadas con la segunda tabla de la ley, sí llevó a cabo «las obras más excelentes de la primera tabla». En el caso del ladrón en la cruz, «la fe no debe considerarse inactiva» (p. 155). El ladrón tuvo fe, por lo que necesariamente realizó buenas obras. Considerando lo breve de su vida cristiana terrenal, sus cinco buenas obras son aún más asombrosas.
Conectando a Beza y a Begg
La maravillosa verdad del evangelio es que tanto Beza como Begg tienen razón. Aunque el ladrón en la cruz realizó buenas obras que fluyeron necesariamente de su fe, fue recibido en el paraíso únicamente por los méritos y la invitación del «hombre en la cruz del medio».
Esta historia ilustra simultáneamente la oferta gratuita y el poder transformador del evangelio. Al reflexionar sobre el ladrón en la cruz, podemos recordar no solo que «la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres», sino también que esta gracia está «enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente», y a hacernos «celosos de buenas obras» (Tit 2:11-14).