Santidad sigue siendo un término de difícil asimilación para al cristiano de hoy. Hay un versículo en la Biblia, joya de las Escrituras, que expresa de manera rotunda la importancia que Dios le confiere a la santificación -el crecimiento espiritual de sus hijos para ser como Cristo. Dice el Señor en Hebreos: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Paz y santidad parecen ser atributos inseparables que el cristiano debería de confrontar en su caminar cristiano, pero si intentamos procurar la paz con todos y emprender conscientemente el glorioso camino de la santificación solos, va a resultar imposible alcanzar las altas metas y propósitos que el Señor ha planeado para nuestras vidas.
Únicamente creciendo en la gracia y el Espíritu de verdad, el camino será desbrozado de las muchas tentaciones y caídas que vendrán. Debemos esforzarnos sin descanso en nuestro crecimiento continuo en la santificación. No hay otro camino. ¿Y qué nos pasa si espaciamos en nuestras vidas las mil y una oportunidades que nos da el Señor para crecer espiritualmente? De ser así, pues también tendremos muy pocas oportunidades de experimentar sus bendiciones. ¿No has escuchado de hermanos en Cristo que dicen no experimentar las bendiciones de Dios? Aunque no somos aptos para juzgar, ponle el cuño; esa vida está urgida de tener un reencuentro con Cristo y retomar el sendero de la santidad, es decir, del crecimiento en el Espíritu, de enrumbar su proceso de santificación.
Las bendiciones de Dios fluyen de nuestra santificación, de nuestra lucha cotidiana contra las tentaciones y el pecado. Lo cierto es que si realmente hemos nacido de nuevo, la santificación debe ser una búsqueda constante de un crecimiento “a la estatura de la plenitud de Cristo” es ponerse el ropaje…de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen del Creador” (Col 3:10)
Dios anhela bendecirnos mediante las riquezas en gloria de su hijo Jesús, pero una vida en Cristo que no de muestras de una búsqueda de santidad, que no manifieste una lucha espiritual para vencer el pecado, que no procure la paz con creyentes e incrédulos y no preste importancia a su crecimiento espiritual, no tendrá el privilegio de ver el rostro de Dios, ni tampoco estará apto para ejercer una vida piadosa centrada en el servicio y la mayordomía cristiana. El Señor nunca nos tendrá por aptos para administrarle todo lo que le pertenece, ni seremos canal de bendición a otros, si no buscamos (o retomamos) con urgencia el camino de santidad que Él nos reclama. Nuestra santidad es un proceso que no se completa en la vida, pero las observaciones morales contenidas a los largo de toda la Biblia y en especial en las epístolas del Nuevo Testamento nos exhortan a vivir una vida de santificación progresiva y permanente para poder disfrutar de las ricas bendiciones que provienen del cielo. Dios nos exhorta en 2 Corintios 7:1 “purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación”.
Buscar la santidad es buscar a Dios y es que el proceso de santificación del cristiano es sobre todo obra de nuestro padre celestial: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo” (1 Ts. 5:23). Cristo es nuestro ejemplo, el paradigma de nuestra santificación y el Espíritu Santo es quien obra radicalmente en nosotros para modificar nuestras conductas y santificarnos; es quien produce en nosotros el fruto del Espíritu para poder “seguir a la meta” de una santificación constante y diaria y sólo entonces ser bendecidos para bendecir a los demás.
Dios nos ha llamado a la santidad y a ser un vínculo de bendición para quienes nos rodean, sean creyentes o no. Esto no significa que todo el trabajo se lo dejemos a Dios. Mientras que Dios nos va santificando, nosotros debemos luchar para ser cada día mejores, para cumplir con sus preceptos, llevar una vida de servicio humilde, sobria y piadosa alejada de los deseos de la carne. Tenemos una buena parte de responsabilidad en nuestra santificación. No se trata de sentarnos a esperar que el Señor haga la obra, sino de dar los pasos necesarios y ser activos en la búsqueda de la santidad.
Pablo le dice a los Tesalonicenses: “la voluntad de Dios es que sean santificados” (1 Ts. 4:3). ¿No es acaso una tremenda esperanza para cada uno de nosotros? Sí, Dios quiere santidad para sus hijos, que reflejemos en nuestras vidas el testimonio visible de una vida regenerada por el Espíritu, justificada por Cristo y bendecida para poder bendecir a los demás. La santidad afecta a todo nuestro ser, a nuestro intelecto, a nuestra voluntad, al espíritu, mente y cuerpo. Si cumplimos nuestra parte y trabajamos activamente con Dios en nuestro proceso de crecimiento espiritual, el Señor nos dará también el privilegio de ser bendecidos ricamente, de ser siervos más útiles y en ese camino compartir la multitud de bendiciones fruto de una vida regenerada por el poder del Espíritu. Procurar la santidad-el crecimiento en la semejanza de Cristo- nos permitirá, conforme a la promesa, ver definitivamente el rostro de Dios en aquel día.
¡Dios les bendiga!