Imaginemos a Josué parado en la ribera del Jordán escuchando la voz de Dios, comisionándole a continuar Su plan iniciado por Moisés. Moisés no pudo ver la tierra prometida desde Abraham y ahora Josué era el elegido del Señor para guiar a su pueblo. Una promesa segura: «como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé» (v. 5)
-Yo estaré contigo- dice el Señor. Una condición irremplazable: sé obediente en cumplir toda la Ley sin desviarte de sus principios. La consecuencia de esta obediencia: tendrás victoria, tú y tu pueblo.
El éxito de Josué no dependía de sus fuerzas, sino del esforzarse en cumplir y hacer cumplir la Palabra de Dios. Toda la orden de Dios giraba en torno a la obediencia a su Palabra. Exigía fidelidad y esfuerzo. ¿Acaso no se necesita un esfuerzo sobrenatural para obedecer la Palabra?
El Jordán estaba por delante. El mismo Jordán donde Jesús recibiría el bautismo de Juan mil y tantos años después. El Jordán donde la iglesia de Cristo necesita sumergirse para hacer suyas las promesas de Dios si es obediente a la Palabra. La iglesia avanza cuando decide cruzar su Jordán en obediencia confiando en que, como cuerpo de Cristo, no será abandonada, sino animada en el Espíritu. El Jordán donde mueren las prioridades mal enfocadas, las falsas doctrinas, los rescoldos del humanismo que trata de filtrarse para confundir y dividir el cuerpo de Cristo. El Jordán donde renunciamos a nuestras propias tácticas y estrategias, a nuestras suficiencias. El Jordán de donde emergemos con fragancia de santidad a una nueva vida en Cristo, obedientes, fortalecidos, llenos del Espíritu.
Habrá que ser valiente y esforzarse. La iglesia de Cristo requiere valentía para salirle al paso a todo lo que interfiere los planes de Dios para el avance del Reino y de su pueblo. Debe esforzarse confiando en su Palabra porque aunque Dios le ha prometido tierra nueva y cielos nuevos, la iglesia tiene el privilegio de la conquista para Su gloria. Conquista de almas perdidas, conquista de corazones destrozados de hombres y mujeres cautivos del pecado.
La verdadera motivación para la iglesia viene de la Palabra de Dios. El éxito de la iglesia depende de su obediencia. Mientras el mundo –y algunas iglesias pervertidas- piensa en otro tipo de prosperidad, Dios promete hacer prosperar a sus hijos si cuidamos hacer todo lo que está escrito en su Palabra. (Josué 1.8). Su presencia en medio de su pueblo es la garantía de la victoria segura, a pesar de los falsos profetas de estos tiempos y pesar de los Jordanes que tendrá que cruzar.
Solamente sé fuerte y muy valiente. Cuídate de cumplir toda la ley que Moisés mi siervo te mandó. No te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas.
Josué 1:7Pero el que guarda Su palabra, en él verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios. En esto sabemos que estamos en El.
1 Juan 2:5
¡Dios bendiga su palabra!