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La velocidad divina

 Hay diferentes velocidades a las que nos movemos.  La velocidad humana es de acuerdo a tus metas, a tu presupuesto.  A ti no te controla el dinero, pero pides permiso a tu presupuesto para ver qué puedes hacer y qué no.  Cuando vives así, nunca haces nada.  No pidas permiso a tu presupuesto, sino a tu fe.  Haz presupuesto y ajustes, pero no límites tu fe por tu presupuesto.  Cuando Dios te dice que vas a hacer algo, no es basado en tu presupuesto; tienes que moverte de acuerdo a la fe para pasar a otro nivel.  No se trata de endeudarte porque te pondrías sobre el límite; perderías tu norte por tener ambición y no fe.

La fe es dirigida por Dios; la ambición, por tus emociones.  La ambición te hace infeliz porque no lo tienes ahora; la fe te llena de expectativa porque aunque no lo tienes en lo natural, sí en tu interior, y estás feliz porque sabes que algún día se va a manifestar.

En tu vida, habrá también momentos de cámara lenta donde irás paso a paso, pero al menos te mueves hacia adelante y vas a completar tu tiempo.  La contraparte de la cámara lenta es la desaceleración.  Esto es cuando ibas rápido, y ahora vas reduciendo velocidad.

Generalmente, nos movemos en alguna de estas cuatro dimensiones: A velocidad humana, a sobre límite, en cámara lenta o desacelerando.  Pero, cuando conoces la Palabra y tienes acceso a un mundo espiritual y vives diferente a como vive el mundo, esto se torna en una contradicción porque sabes que deberías moverte más rápido, deberías estar en otra temporada, en otro nivel; lo que no sabes es cómo entrar en él.

Hay un quinto concepto, que es en el que tú tienes que aprender a moverte, la velocidad divina.  A veces lenta, a veces rápida, pero es la velocidad de Dios para ti; poco a poco, acelera, y comienzas a ver el cumplimiento de Su palabra y cómo Él va abriendo puertas.

No te muevas más a velocidad humana, ni en cámara lenta; muévete a la velocidad de Dios.  Las cosas van a ocurrir, no cuando el mundo quiera, sino cuando Dios ha dicho que van a ocurrir en tu vida; no tendrás tu casa cuando tu crédito se arregle, sino cuando Dios diga que vas a tenerla; no tendrás un nuevo trabajo cuando tu currículum esté completado; tendrás el trabajo, la promoción y lo que Dios tiene para tu vida, en el tiempo de Dios.

Hay momentos en que la aceleración divina es tal, que ciertas cosas comienzan a unirse.  En Amós 9, dice que llegaría un momento donde los que siembran serían alcanzados por los que recogen.  Hay un momento donde Dios une los tiempos de forma sobrenatural.  Isaías dijo que, antes que tú pidas, ya la contestación va a estar dada.  Tú has estado orando, y parece que nada ha ocurrido, pero hoy tu perspectiva cambia y comienzas a vivir en la velocidad divina; antes que termines de orar, la respuesta estará tocando tu puerta.  Eso es lo que dice la palabra del Señor, créelo.  Ya no estarás más perdido en el tiempo.

Cuando vives con esa sensación de estar perdido en el tiempo, de no saber para dónde vas, qué deberías hacer, en qué tiempo estás, no disfrutas de las cosas que Dios tiene para ti.  Te pierdes en el tiempo cuando te comparas con otros.  Te comparas con uno que está aparentemente mejor que tú, cuando tal vez está sobre su límite y va directo a un desastre; tiene un mejor carro, pero también una mayor deuda, así que tú duermes más tranquilo.  Moverte en la velocidad divina es saber que Dios va a acelerar, desacelerar y poner en pausa ciertas cosas; y, cuando llegue tu momento, Él te va a impulsar a un nuevo nivel.  Esto pasa más rápido de lo que piensas; Dios no es lento, eres tú el que te tardas en entender lo que Él quiere hacer en tu vida.  Cuando te comparas, lo que tienes no es fe, sino envidia.  No dañes tu tiempo de siembra; alégrate de que Dios se lo haya dado a otro.

Te pierdes en el tiempo cuando dejas que otros establezcan lo que debería estar pasando contigo.  Si todavía no te has casado, no te apresures; si no es tu tiempo, no es tu tiempo.  La gente te dice que tú deberías esto o aquello, pero tú no le debes nada a nadie; el tiempo de otro no es tu tiempo.  Olvídate de los debería; estos ponen una presión innecesaria.

Te pierdes en tu tiempo por la mentalidad de cosas instantáneas.  Velocidad divina no necesariamente es instantánea.  Dios te va a promover, te va a impulsar, en su tiempo; y, cuando abras tus ojos, habrá sido como si nada.  Esa es la velocidad de Dios.

Para entrar en los tiempos de Dios, tienes que percibir.  En Jeremías 1, Dios pregunta al profeta qué ve, y él responde: Una vara de almendro.  Y Dios dijo: Bien has visto; porque yo apresuro mi palabra para ponerla por obra.  Lo que hizo que se apresurara el tiempo fue que Jeremías viera.  Cuando tú ves con tus ojos espirituales, Dios acelera su palabra para cumplirla.  Él no lo hace, hasta que tú lo ves; tan pronto lo ves, pone todo en marcha.

El almendro florece al final del invierno.  Jeremías estaba en medio del peor invierno del pueblo de Israel, en medio del peor momento, pero había un almendro floreciendo.  No era tiempo de almendro, sino de invierno; pero, en el tiempo de Dios, era tiempo de almendro.  En el tiempo de Dios, aun en el invierno, es tiempo de que tú florezcas.  En tiempo de crisis, cambia tu percepción.  Mira lo que Dios tiene para ti y, en tu peor invierno, se levantará una vara de almendro que va a producir; Dios va a acelerar lo que Él te prometió.

¿Qué tú estás viendo hoy?  ¿El invierno, o lo que Dios quiere hacer contigo en el invierno?  ¿Te mueves a tu velocidad, o sobre tu límite?  Si te sobre limitas es en tus fuerzas, y terminas mal.  Hoy se acaba la sensación de estar perdido en el tiempo.  Percibe el tiempo que estás viviendo y aprovéchalo al máximo.  Hoy Dios abre tus ojos, y ves el almendro.

Fuente:
pastor Otoniel Font | Puerto Rico

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