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La unidad necesaria

Hay un proverbio africano que dice: «La unión del rebaño obliga al león a acostarse con hambre». Es una ilustración que en cierta medida nos sienta bien. Aquel que anda como “león rugiente buscando a quien devorar” sigue dándose banquete en los propios predios que Cristo ganó con su sangre preciosa para que, lejos de ser devorados, tuviéramos una vida abundante. Cada día el mundo parece caminar más a la deriva y nosotros los cristianos andamos desunidos. Los reinos divididos terminan en fracasos. Cada organización cristiana, consciente o no, engorda su propia filosofía y rechaza o cuestiona a las demás. Lo cierto es que somos nosotros mismos quienes de muchas formas provocamos que se retarde más la extensión del Reino. Todos lo sabemos, pero pocos se atreven a abordar el tema desde la esencia de la perspectiva divina. Sin la unidad necesaria vamos a tardar demasiado tiempo en alcanzar al mundo perdido.

El arte de vencer se aprende en las derrotas, decía un prócer sudamericano; y el pueblo cristiano en todas las latitudes no debe dudar que la unidad es bíblica y aspiración de todos. Dios habla hoy exhortándonos a “esforzarnos por preservar la unidad del Espíritu” (Efesios 4:3), a edificar su iglesia con los dones impartidos por el Espíritu “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios… a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).

Dios quiere que nos unamos. La unidad no sólo es requisito para el cumplimiento de la Gran Comisión, sino también es como el atalaya que hace visible ante el impío, el testimonio de una esperanza viva, el anhelo glorioso de un Cristo que viene y que, cuando esto suceda, nos preguntará por qué no fuimos más solícitos en buscar la ansiada unidad. Según el Pacto de Lausana (Congreso para la Evangelización Mundial, 1974) “la unidad visible de la iglesia en la verdad es el propósito de Dios”.

Adán pecó cuando Eva le dio de comer. Él no fue engañado (1 Ti 2:14), más bien tuvo conciencia de su participación en el pecado al desobedecer la orden de Dios. La enseñanza para nosotros hoy es que aunque Satanás sea el tentador, somos nosotros los que pecamos, por tanto no estamos justificados para negar nuestra identidad en Cristo recayendo continuamente en los abismos del primer Adán. En el tema de la unidad entre cristianos, Satanás nos sigue tentando una y otra vez.

Cuando miramos al mundo de hoy en el orden espiritual podríamos imaginarnos a la Sodoma descrita en Génesis 19, tan ceñida al pecado y a la maldad de los hombres. Pero eso ya no es noticia para nadie, lo malo es que nos hemos acostumbrado a mirar la maldad y no sentimos la necesidad de denunciarla. Cristo no tuvo reparos en confrontar las injusticias de su época y el actuar hipócrita de los líderes religiosos que decían una cosa y en la práctica hacían otras. Nuestras divisiones no solamente son penosas, sino pecaminosas. Los hilos que se entretejen conforme a tales argumentos doctrinales y filosóficos dentro de estas divisiones debilitan al cuerpo de Cristo. El primer ofendido, supongo, debe ser el propio Dios.

El Señor sigue paseándose por el jardín y nos pregunta dónde estamos. El jardín (o huerto) es como un símbolo de la unidad que Él anhela para todo su pueblo… pero a veces hay miedo, porque hay cierta desnudez que no queremos exhibir. La falta de unidad entre cristianos se parece a esa desnudez. Yo no quisiera esconderme como Adán el día próximo que el Señor pregunte. Yo quiero estar en su jardín. ¿Y tú, qué vas a contestarle? Mi oración es que podamos, más temprano que tarde, encontrarnos allí. ¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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