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La Trampa de la Venganza

Aferrarse a una ofensa no perdonada es como estarle exigiendo a alguien el pago de una deuda. Cuando una persona le ha hecho daño a otra, ésta última cree que tiene una deuda con ella. Espera un pago de alguna clase, ya sea monetario o no.

Nuestro sistema judicial existe para vengar a las personas a las que se les ha hecho un mal o un daño. Los pleitos legales son consecuencia de los intentos de la gente para que se les pague lo que se les debe. Cuando una persona ha sido herida por otra, la justicia humana dice: “Va a ser sometida a juicio por lo que ha hecho, y si se la declara culpable, tendrá que pagarlo”. El siervo que no quería perdonar pretendía que su consiervo le pagara lo que le debía a él, así que trató de obtener esta compensación por medio de los tribunales. Éste no es el camino de la justicia.

No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Romanos 12:19

No pertenece a la justicia de los hijos de Dios el que se venguen a sí mismos. No obstante, eso es exactamente lo que estamos buscando cuando nos negamos a perdonar. Queremos, buscamos, planificamos y llevamos a cabo nuestra venganza. No queremos pagar mientras la deuda no esté totalmente pagada, y sólo nosotros podemos decidir cuál es la compensación aceptable. Cuando tratamos de corregir el mal que se nos ha hecho, nos convertimos en jueces. Pero sabemos:

Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?… Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta.

-Santiago 4:12; 5:9

Dios es el justo Juez. Él es quien dicta sentencias justas, pero le va a pagar a cada uno según lo correspondiente a la justicia. Si alguien ha hecho algo malo y se arrepiente de verdad, lo hecho por Jesús en el Calvario borra esa deuda.

Usted dirá: “Pero el mal me lo hicieron a mí; no a Jesús”.

Sí, pero no se ha dado cuenta del mal que usted le hizo a Él. No tenía culpa alguna; era la víctima inocente, mientras que todos los demás seres humanos habíamos pecado y estábamos condenados a morir. Cada uno de nosotros ha quebrantado leyes de Dios que están por encima de las leyes de la sociedad. Para que se hiciera justicia, todos deberíamos ser condenados a muerte por el tribunal supremo del universo.

Tal vez usted no haya hecho nada para provocar el mal que ha recibido de manos de otra persona. Pero si coteja lo que le han hecho con lo que Dios le ha perdonado, no hay comparación posible. No haría la más mínima mella en la deuda que usted tiene. Si siente que le han hecho trampa, es que ha perdido el concepto de la misericordia que Dios ha tenido con usted.

No hay zonas grises donde sea posible el resentimiento

Bajo el pacto del Antiguo Testamento, si usted pecaba contra mí, yo tenía el derecho legal de hacerle lo mismo a usted. Se me autorizaba a cobrar las deudas, pagando mal por mal (vea Levítico 24:19; Éxodo 21:23-25). La ley era lo supremo. Aún no había muerto Jesús para hacernos libres.

Observe la forma en que Él se dirige a los creyentes del Nuevo Pacto.

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

Mateo 5:38-42

Jesús elimina todas las zonas grises donde habría podido caber un resentimiento. De hecho, nos dice que nuestra actitud debe estar tan alejada de la venganza, que estemos dispuestos a abrirnos a la posibilidad de que se aprovechen de nosotros nuevamente.

Cuando tratamos de corregir el mal que nos han hecho, nos erigimos en jueces. El siervo que no quiso perdonar en Mateo 18 hizo esto cuando puso a su consiervo en la prisión. A su vez, este siervo implacable fue entregado a los tormenta- dores, y su familia fue vendida hasta que lo pagara todo.

Si Jesús hubiera esperado a que nosotros nos le acercáramos a pedirle disculpas, diciendo:

“Nosotros estábamos equivocados y tú estabas en lo cierto. Perdónanos”.

Mo nos habría perdonado desde la cruz. Mientras estaba clavado en ella, clamó:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Nos perdonó antes de que nos le acercáramos para confesarle nuestra ofensa contra Él. El apóstol Pablo nos exhorta con estas palabras:

“De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13).

En otro versículo, Pablo nos exhorta:

“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).

Cuando le dije a aquella señora con la que hablé en Tampa, Florida: “Usted no lo quiere perdonar hasta que él le diga: ‘Yo estaba equivocado y tú estabas en lo cierto’”, le corrieron las lágrimas por el rostro. Lo que ella quería era poca cosa, comparado con toda la angustia que él les había causado a ella y a sus hijos. Pero se hallaba esclavizada a la justicia humana. Se había erigido en juez, reclamando que tenía derecho a la deuda, y esperando el pago. Aquella ofensa había sido un obstáculo para su relación con su nuevo esposo. También había afectado su relación con todas las autoridades masculinas, porque su antiguo esposo también había sido su pastor- Jesús comparó muchas veces el estado de nuestro corazón al del suelo. Se nos exhorta a estar enraizados y cimentados en el amor de…Dios, Cuando esto sucede, la semilla de la Palabra de Dios echa raíces en nuestro corazón, crece y termina produciendo el fruto de justicia. Este fruto es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23).

El suelo sólo produce lo que se ha sembrado en él. Si plantamos semillas de deudas, falta de perdón y ofensas, brotará otra raíz en el lugar del amor de Dios. Es la raíz de amargura.

Francis Frangipane da una excelente definición de la amargura: “La amargura es la venganza no cumplida”. Se produce cuando no se satisface el deseo de venganza al nivel que nosotros queremos.

El escritor de Hebreos habla directamente de este tema.

Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.

Hebreos 12:14-15

Observe las palabras “muchos sean contaminados”. ¿Será posible que aquí también se esté hablando de los “muchos” que Jesús dijo que encontrarían tropiezo en los últimos días? (vea Mateo 24:10).

La amargura es una raíz. Si se cuidan las raíces; se las riega, protege, alimenta y atiende, aumentan en profundidad y fuerza. Si no se las arranca con rapidez, se vuelven difíciles de arrancar. La fuerza de la ofensa seguirá creciendo. Se nos exhorta a no dejar que se ponga el sol sobre nuestra ira (Efesios 4:26). Si no resolvemos con rapidez el problema de nuestra ira, en lugar de que se produzca el fruto de justicia, veremos una cosecha de ira, resentimiento, celos, odio, luchas y discordias. Jesús dice que estas cosas son frutos de maldad (vea Mateo 7:19-20).

La Biblia dice que la persona que no busca la paz a base de liberar las ofensas, termina contaminada. Algo que es muy valioso termina corrompido por la vileza de la falta de perdón.

La contaminación de un rey en potencia

Después de la muerte del rey Saúl, subió David al trono. Fortaleció a la nación, disfrutó de éxitos militares y económicos, y retuvo con firmeza su trono. Entre sus hijos estaban Amnón, su hijo mayor, y Absalón, el tercero de sus hijos varones.

Amnón, el hijo mayor de David, cometió una malvada ofensa contra su media hermana Tamar, quien era hermana de Absalón. Fingió estar enfermo y le pidió a su padre que le enviara a Tamar para que le sirviera los alimentos. Cuando ella fue, les ordenó a los sirvientes que salieran y la violó. Entonces la despreció e hizo que se la llevaran de su vista. Había profanado a una princesa real virgen, devastando su vida con la vergüenza (vea Samuel 13).

Sin decirle una palabra a su medio hermano, Absalón llevó a su hermana a su propio hogar, y cuidó de ella. Pero odiaba a Amnón por haberla profanado.

Absalón esperaba que su padre castigara a su medio hermano. El rey David se sintió indignado cuando supo la obra de maldad realizada por Amnón, pero no hizo nada. Absalón se sintió devastado por la falta de justicia de su padre.

Tamar había usado las vestiduras reales reservadas para las hijas vírgenes del rey; ahora estaba revestida de vergüenza. Era una joven hermosa, y es probable que el pueblo la hubiera tenido en alta estima. Ahora vivía recluida, incapaz de casarse, porque ya no era virgen.

Aquello era injusto. Había acudido a asistir a Amnón porque el rey se lo había ordenado, y la habían violado. Su vida estaba liquidada, mientras que el hombre que había cometido aquella atrocidad seguía viviendo como si nada hubiera pasado. Ella llevaba el peso de todo, y su vida estaba hecha pedazos.

Un día tras otro, Absalón veía a su angustiada hermana. La perfecta existencia de una princesa se había vuelto una pesadilla. Él esperó un año a ver si su padre hacía algo, pero David no hizo nada. Se sintió ofendido por la falta de respuesta de su padre, y odió al malvado Amnón.

Después de dos años, su odio por Amnón hizo nacer un plan para asesinarlo. Tal vez pensara: Voy a vengar a mi hermana, puesto que la autoridad correcta ha decidido no hacer nada.

Preparó un banquete para todos los hijos varones del rey. Cuando Amnón menos lo sospechaba, lo hizo matar. Entonces huyó a Gesur, después de realizada su venganza contra Amnón. Pero se sintió cada vez más ofendido con su padre, sobre todo mientras estuvo lejos de palacio.

Los pensamientos de Absalón estaban envenenados por la amargura. Se convirtió en un experto crítico de las debilidades de David. Con todo, tenía la esperanza de que su padre lo mandara llamar. David no lo llamó. Esto alimentó su resentimiento.

Tal vez fueran éstos sus pensamientos: Mi padre es vitoreado por el pueblo, pero están ciegos a su verdadera naturaleza. Él no es más que un egoísta que usa a Dios para taparse. ¡Si es peor que el rey Saúl! Saúl perdió su trono por no haber matado al rey de los amalecitas, y por haberles perdonado la vida a unos cuantos de sus mejores ovejas y bueyes. Mi padre cometió adulterio con la esposa de uno de sus hombres más leales. Después cubrió su pecado haciendo matar al hombre que le era leal. Es un asesino y un adúltero; por eso no castigó a Amnón. Y todo esto lo tapa con su adoración fingida a Jehová.

Absalón se quedó tres años en Gesur. David se había consolado de la muerte de su hijo Amnón, y Joab lo había convencido de que llevara de vuelta a Absalón. Pero se negó a encontrarse con él frente a frente. Pasaron dos años más, y David le devolvió por fin el favor a Absalón, concediéndole de nuevo todos sus privilegios. Pero el corazón de Absalón se sentía tan fuertemente ofendido como antes.

Absalón era un experto en apariencias. Antes de asesinar a Amnón:

“Absalón no habló con Amnón ni malo ni bueno; aunque Absalón aborrecía a Amnón” (2 Samuel 13:22).

Muchas personas son capaces de esconder las ofensas y el odio que sienten, como lo hacía Absalón.

A causa de esta actitud crítica de ofendido, comenzó a atraer hacia sí a todos los descontentos. Se puso a la disposición de todo Israel, tomando tiempo para escuchar sus quejas. Se lamentaba diciendo que las cosas serían distintas si él fuera el rey. Juzgaba sus casos, puesto que al parecer, el rey no tenía tiempo para ellos. Tal vez los juzgara porque le parecía que en su propio caso no se le había hecho justicia.

Parecía preocuparse por el pueblo. La Biblia dice que Absalón le robó a su padre David los corazones del pueblo de Israel. Pero, ¿estaba genuinamente interesado por ellos, o sólo andaba buscando una forma de derrocar a David, que era quien lo había ofendido?

Expertos en errores

Absalón atrajo a Israel hacia sí, y se levantó contra David. El rey tuvo que huir de Jerusalén para salvar la vida. Tal parecía como si Absalón iba a establecer su propio reino. Lo que sucedió fue que lo mataron mientras perseguía a David, aunque éste había ordenado que no lo tocaran.

De hecho, Absalón fue matado por su propia amargura y su sentimiento ofendido. Un hombre con tanto potencial, heredero del trono, murió en plena juventud porque se negó a soltar la deuda que pensaba que tenía con él su padre. Terminó contaminado.

Con frecuencia, los que ayudan a los líderes de una iglesia se sienten ofendidos por la persona a la que sirven. Como consecuencia, pronto se vuelven críticos; expertos en todo lo que anda mal en su líder, o en los que él nombra. Se sienten ofendidos. Su visión queda distorsionada. Ven desde una perspectiva totalmente distinta a la de Dios.

Creen que su misión en la vida consiste en liberar de un líder injusto a los que les rodean. Se ganan los corazones de los quejicosos, contentos e ignorantes, y antes de que se den cuenta, ter¬minan marchándose, o dividiendo la iglesia o el ministerio, tal como hizo Absalón.

Algunas veces, sus observaciones son correctas. Tal vez David habría debido actuar contra Amnón. Tal vez los líderes tienen aspectos en los que están equivocados. ¿Quién es el juez: usted, o el Señor? Recuerde que quien siembra vientos, recoge tempestades.

Lo que le sucedió a Absalón, y lo que sucede en los ministerios de hoy, es un proceso que se lleva tiempo. Muchas veces no estamos conscientes de que nuestro corazón se siente ofendido. La raíz de amargura apenas es distinguible cuando comienza a desarrollarse. Pero cuando se la alimenta, crece y se fortalece.’ Tal como exhorta el autor de Hebreos, debemos mirar:

“Bien, no sea que… brotando alguna raíz de amargura, nos estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (Hebreos 12:15).

Debemos examinar nuestro corazón y abrirnos a la corrección del Señor, porque sólo su Palabra puede discernir los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón. El Espíritu Santo nos da convicción cuando nos habla a través de la conciencia. No debemos permanecer sordos a esa convicción, ni tratar de apagarla Si usted ha hecho esto, arrepiéntase ante Dios y abra el corazón a su corrección.

Un ministro me preguntó una vez si había actuado como un Absalón, o como un David, en algo que había hecho. Había estado trabajando de asistente de un pastor en una ciudad, y el pastor lo había despedido. Al parecer, el pastor principal estaba celoso de este joven, y le tenía miedo, porque la mano de Dios estaba sobre él.

Un año más tarde, el ministro que había sido despedido creyó que el Señor quería que comenzara una iglesia en el otro extremo de la ciudad. Así lo hizo, y algunas personas de la iglesia que había dejado se marcharon de ella para unirse a él. Se sintió preocupado, porque no quería actuar como un Absalón. Era evidente que no tenía resentimiento de ningún tipo con su antiguo líder. Había comenzado la nueva iglesia porque el Señor lo había llevado a hacerlo, y no como respuesta a la falta de cuidado que había en la otra.

Yo le señalé la diferencia entre Absalón y David. Absalón se robó los corazones de las otras personas, porque se sentía ofendido con su líder. David animó a los demás a mantenerse fíeles a Saúl, a pesar de que éste lo estaba persiguiendo. Absalón se llevó hombres consigo; David se marchó solo.

“¿Se marchó solo de la iglesia?”, le pregunté. “¿Hizo algo para animar a la gente a irse con usted, o apoyarlo?”

“Me fui solo, y no hice nada para llevarme a nadie conmigo”, me dijo.

“Muy bien. Usted actuó como David. Asegúrese de que la gente que se vaya con usted no tenga resentimientos contra su antiguo pastor. Si los tienen, llévelos a la libertad y la sanidad.”

La iglesia de este hombre es hoy una iglesia próspera. Lo que aprecié tanto de él fue que no tuvo miedo de examinar su propio corazón. No sólo eso, sino que se sometió a un consejo piadoso. Para él era más importante estar sometido a los caminos de Dios, que demostrar que estaba “en lo cierto”.

No tenga miedo de permitirle al Espíritu Santo que le revele la existencia de alguna falta de perdón o amargura. Mientras más las esconda, más fuertes se volverán y más se le endurecerá el corazón. Manténgase tierno de corazón. ¿Cómo?

Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. – Efesios 4:32-32

Fuente:
Pastora Elsie Vega

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