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La soledad

Uno de los grandes problemas de la vida moderna es la soledad. Podemos estar rodeados por miles de personas y sentirnos solos. A pesar de vivir en la era de las comunicaciones, la verdadera comunicación humana está en crisis.

Mi esposa y yo visitamos en el extranjero a una pareja amiga. Tras años sin vernos, fue emocionante encontrarnos y constatar que aunque vivimos lejos y no nos vemos con frecuencia, nuestra relación se mantiene viva y fuerte. Sin embargo, ellos dijeron que su problema mayor era la soledad. “No conocemos a una sola persona en el barrio”, dijeron con tristeza. Nunca ven a nadie cuando entran o salen de su casa. No tienen nuevas amistades. Lo triste es que viven en la misma casa hace casi nueve años.

Cada vez más somos presa del individualismo y la búsqueda de la propia satisfacción personal que es característica de la cultura occidental. Conocemos a muchas personas que están solas, o se sienten solas, aunque estén rodeados de familiares y vecinos, ya que cada cual tiene sus propias ocupaciones e intereses. ¿Algunas de las personas que me leen esta meditación, sufren de soledad?

Sentirnos solos muchas veces depende de nosotros mismos y de la forma en que nos relacionamos con otros. También las características de la vida contemporánea, su movilidad, sus contingencias y versatilidad la propician. Hay que esforzarse para mantener una relación cálida y constante con quienes nos rodean, y no caer en la tentación de aislarnos o encerrarnos. Esta última actitud solo refuerza la posibilidad de sentirnos cada vez más solitarios.

Hay una compañía siempre disponible sobre la cual quisiera hablar con quienes lean estas meditaciones. Además de preocuparnos por lograr una buena relación con familiares y vecinos, nuestra mayor necesidad es tener una buena relación con Dios.

Jesucristo dijo a sus discípulos: He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Sin embargo, a veces descuidamos el mantener viva la relación espiritual con el creador, quien es una fuente inagotable de amor y fortaleza. ¿Por qué despreciar la compañía de alguien que sí desea estar constantemente a nuestro lado? De modo que si te sientes solo o sola, buscar a Dios es un remedio rápido y a la mano.

Cuando se acercaba la prisión y la muerte de Jesús él sabía que sus discípulos en algún momento lo dejarían solo. Sin embargo, se aseguró de que ellos lo supieran: no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Es un gran consuelo saber que la compañía de Dios jamás va a fallarnos. Otros pueden dejarnos y traicionarnos, pero Dios jamás lo hará. En mi vida pastoral he conocido a muchísimas personas que obligadas por circunstancias de la vida a vivir solas, siempre me han asegurado que sienten tan real la compañía de Dios que jamás se sienten solos o solas.

Es hermoso y consolador saber que Dios siempre está ahí, solo al alcance de una oración.

¡Dios les bendiga!

Fuente:
Alberto González Muñoz

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