Nos quejamos del clima, del tráfico, de nuestro matrimonio, hijos, trabajo, amistades, ministerios, iglesia y de cualquier otra cosa que no resulte como esperamos. La queja es un pecado que con facilidad puede volverse parte de nuestro día a día, sin siquiera percatarnos de que lo estamos cometiendo.
Pero el hecho de que este pecado nos envuelva con facilidad no debe llevarnos a pensar que nuestras murmuraciones son solo palabras que se lleva el viento. Esto es porque la queja es la voz de un corazón descontento, de uno que se ha dejado envolver por la ingratitud y la incredulidad.
Ahora bien, permíteme aclarar algo. Quejarse no es necesariamente lo mismo que expresar que algo que se está haciendo —aun contra nosotros mismos— está mal. Bajo la realidad de este mundo caído, otros pecarán contra nosotros y evitar la queja no implica necesariamente guardar silencio. Hay momentos y circunstancias que ameritan hablar y expresar que lo que está sucediendo es pecado. La diferencia es la manera en la que lo hacemos y la actitud del corazón detrás.
Habiendo dicho lo anterior, la Biblia no es silente frente a la murmuración. De manera especial, a través del pueblo de Israel, nos muestra la condición de nuestro corazón frente a este pecado.
La queja del pueblo de Israel
Dos meses después de haber sido liberados de la opresión del Faraón, a través de hechos portentosos, nos encontramos con la murmuración del pueblo de Israel:
Partieron de Elim, y toda la congregación de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, el día 15 del segundo mes después de su salida de la tierra de Egipto. Y toda la congregación de los israelitas murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto (Éx 16:1-2).
El pueblo de Israel recibió la liberación que tanto deseaban, pero no necesitó mucho tiempo para que el descontento invadiera sus corazones y la queja fuera la expresión de sus labios.
La queja es la voz de un corazón descontento, de uno que se ha dejado envolver por la ingratitud y la incredulidad
Ahora, el pueblo de Israel y nosotros no somos muy diferentes: tenemos la misma tendencia a sentirnos descontentos debido a nuestra ingratitud e incredulidad. Por esta razón quisiera que veamos cinco realidades que Éxodo 16 nos enseña sobre la queja.
1) La queja nos lleva a tener una visión nublada de la realidad.
Los israelitas les decían: «Ojalá hubiéramos muerto a manos del SEÑOR en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos» (Éx 16:3).
Cuando leemos la historia del pueblo de Israel en Egipto bajo el dominio de Faraón, en ningún momento vemos el nivel de disfrute y saciedad que ellos decían tener. En cambio, vemos un pueblo desesperado bajo la opresión de duros trabajos (Éx 1:11) y vidas amargadas con dura servidumbre (Éx 1:14). Su corazón descontento, manifestado a través de la queja, los llevó a tener una visión distorsionada de lo que había sido su realidad.
Nosotros también, en un intento de crear justificaciones internas para nuestras quejas, podemos llegar a ver la realidad nublada, perdiendo de vista muchas veces de dónde el Señor nos sacó y lo que ha hecho a nuestro favor.
2) La queja nos hace olvidar las bondades de Dios.
Justo antes de la queja que estamos viendo, el pueblo de Israel expresó adoración y cantó al Señor por la liberación que les había dado (Éx 15:1-21):
Mi fortaleza y mi canción es el SEÑOR,
Y ha sido para mí salvación (v. 2).
¿Quién como Tú entre los dioses, oh SEÑOR?
¿Quién como Tú, majestuoso en santidad,
Temible en las alabanzas, haciendo maravillas? (v. 11)
Pero luego de todas estas palabras de adoración y reconocimiento del poder y obrar de Dios vemos murmuración. El pueblo había sido pronto en olvidar que el mismo Dios que obró a su favor y a quien adoraron era el mismo que estaba con ellos en el desierto. Este es el mismo Dios que en ocasiones olvidamos que no nos dejará, aún en nuestras peores circunstancias.
Cuando olvidamos Su presencia, soberanía y bondad podemos terminar hundidos en la queja.
3) La queja nos lleva a conclusiones incorrectas.
Los israelitas les decían: «Ojalá hubiéramos muerto a manos del SEÑOR en la tierra de Egipto… Pues nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud» (v. 3).
En medio del descontento de su corazón, el pueblo de Israel juzgó mal las motivaciones de Moisés y Aarón, al punto de concluir que la razón por la que los habían llevado al desierto era para matarlos.
Muchas veces en medio de nuestro descontento y expresiones de queja, por un corazón centrado en nosotros mismos, emitimos juicios incorrectos hacia otros y terminamos siendo, como nos dice Santiago, jueces con malos pensamientos (Stg 2:4).
4) La queja se expande y contagia a otros.
Y toda la congregación de los israelitas murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto (Éx 16:2).
Estoy segura de que el pueblo entero no se levantó un día con la misma intención de quejarse. Es más probable que la murmuración haya iniciado en algunos y se fue «contagiando» en los demás.
La realidad es que nuestras actitudes y respuestas negativas pueden terminar contaminando a otros (He 12:15).
5) La queja, en última instancia, es contra Dios y Él las oye.
Y Moisés dijo… «Pues ¿qué somos nosotros? Sus murmuraciones no son contra nosotros, sino contra el SEÑOR». Entonces Moisés dijo a Aarón: «Dile a toda la congregación de los israelitas: “Acérquense a la presencia del SEÑOR, porque Él ha oído sus murmuraciones”» (Éx 16:8-9).
Moisés le deja saber al pueblo que su queja no era contra él, sino contra Dios, porque al final la soberanía era de Dios y no de Moisés. La queja no es simplemente una respuesta del corazón a las circunstancias, sino al Dios que las orquesta.
Esta realidad revela la arrogancia que también envuelve al corazón quejumbroso, pensando que sabemos mejor lo que conviene que Dios. Nuestra queja es la voz del corazón descontento con el obrar de Dios.
La respuesta de Dios a la queja y nuestra respuesta
Algo hermoso que no debemos perder de vista es la respuesta de Dios en medio de esta queja del pueblo:
Y el SEÑOR habló a Moisés y le dijo: «He oído las murmuraciones de los israelitas. Háblales, y diles: “Al caer la tarde comerán carne, y por la mañana se saciarán de pan. Sabrán que Yo soy el SEÑOR su Dios”» (Éx 16:12).
Ellos se quejaron, pero Dios les mostró gracia y los trató con paciencia, dándoles carne y pan en el desierto. Ese es el Dios que tú y yo tenemos, quien nos sigue bendiciendo a pesar de nuestro corazón que se desvía. El Dios que nos trata con paciencia en medio de nuestra queja arrogante. Pero no debemos insistir en el pecado de la queja porque Su disciplina puede venir sobre nosotros (cp. Nm 11; He 12:6).
La queja no es simplemente una respuesta del corazón a las circunstancias, sino una al Dios que las orquesta
Frente a la realidad de nuestro pecado y del Dios santo y lleno de gracia a nuestro favor, vayamos a Él en arrepentimiento y busquemos cultivar un corazón agradecido, que aprenda a dar gracias por todo y en todo tiempo, buscando ver Su obrar aún en las circunstancias difíciles.
Por otro lado, llevemos también nuestro corazón a recordar las bondades del Señor. Fíjate cómo Dios mismo le enseñó al pueblo la importancia de hacer memoria:
Entonces Moisés dijo a Aarón: «Toma una vasija y pon en ella unos dos litros de maná, y colócalo delante del SEÑOR a fin de guardarlo para las generaciones de ustedes». Tal como el SEÑOR ordenó a Moisés, así lo colocó Aarón delante del Testimonio para que fuera guardado (Éx 16:33).
Dios les mandó a guardar un maná que no se corrompería y les serviría de emblema para recordar Su obra en favor de ellos. Si la queja acechaba sus corazones, debía recordar el amor fiel del Señor.
Tú y yo tenemos algo mejor que ese maná. Tenemos el recordatorio de la gran fidelidad del Pan de vida, Jesús, dándose a Sí mismo por amor y obrando por nosotros y no en nuestra contra todos los días de nuestras vidas. Miremos a la cruz, recordemos Su gran fidelidad a nuestro favor y que en lugar de queja nuestros corazones rebosen de gratitud.