Jesús no solo nos promete la paz, sino que también Su paz. Esa paz que sobrepasa todo entendimiento y que guarda nuestros corazones y nuestros pensamientos en medio de las turbulencias de la vida. (Filipenses 4:7) Esto lo podemos entender mejor con la siguiente ilustración: En la ciencia marítima, existe algo que se llama “El Almohadón del Mar”. Esto se refiere a que debajo de la superficie del mar, debajo de esa parte que es agitada por las tormentas y llevada de un lado para otro por los vientos, hay una parte del mar que nunca es perturbada. Cuando los científicos rastrean el fondo del mar y sacan residuos de la vida animal y vegetal, encuentran que esos residuos muestran señales de no haber sido agitados, lo mas mínimo, durante centenares y miles de años. La Paz de Dios en nosotros, es esa calma eterna, que así como el “Almohadón del Mar”, se encuentra demasiado profunda para poder ser alcanzada por cualquier aflicción o perturbación.
Nos preguntamos entonces: ¿Dónde se encuentra la verdadera paz? La respuesta es sencilla. No se encuentra en las circunstancias que nos rodean, sino en nuestro interior. Es allí, en lo más profundo de nuestro ser, donde puede resonar una melodía; aun en medio de las frustraciones, vicisitudes, crisis, problemas, situaciones y enfermedades que vienen a nuestras vidas. Cuando la paz de Dios es mi descanso, puedo dormir tranquilo y hacer eco a la canción del Salmista (Salmo 4:8) “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, SEÑOR, me harás estar confiado”.