
En las Escrituras, Dios le concede a Su pueblo una participación sorprendente y, a veces, incómoda en Sus propósitos eternos. Con frecuencia, Él aguarda para llevar a cabo Sus planes hasta que pueda realizarlos a través de nosotros. Espera hasta que oremos.
Dios no parece tener ninguna prisa. Más bien, Él obra en nuestros corazones para que lo busquemos, anhelemos Su reino en la tierra y pidamos con audacia que Su gloria la cubra por completo. Nuestras oraciones, literalmente, cambian el mundo. Dios ha dispuesto este camino inesperado y singular hacia Su gloria y, de hecho, es Él quien al final recibe la gloria.
Conocemos a Moisés como el gran líder de Israel y como uno de los profetas más destacados del Antiguo Testamento. Pero ¿nos hemos detenido a considerar la extraordinaria vida de oración de Moisés?
Las audaces peticiones de Moisés
A menudo, Dios atraía a Moisés hacia Sí mismo durante días enteros, revelándole Su persona y Su voluntad. En Éxodo 32, los israelitas, cansados de esperar que Moisés descendiera de la montaña, caen rápidamente en la corrupción y se fabrican un becerro de oro con sus propias joyas. Moisés, angustiado por el pecado del pueblo y consciente de la santidad y justicia de Dios, teme que Israel sea completamente aniquilado. Entonces, acude directamente al Señor en oración y le ruega que perdone el pecado del pueblo (Éx 32:32). Dios responde que los castigará, pero accede a no destruir totalmente a Su pueblo (Éx 32:33-35).
Dios obra en nuestros corazones para que lo busquemos, anhelemos Su reino en la tierra y pidamos con audacia que Su gloria la cubra por completo
Dios le dice a Moisés que aún les entregará la tierra prometida a los israelitas, pero que Él personalmente ya no los guiará; la columna de nube, símbolo de Su presencia, no los acompañaría más. En su lugar, enviaría un ángel delante de ellos (Éx 33:1-3). Así, la primera oración de Moisés es concedida, pero él todavía no ha terminado.
Moisés se acerca a Dios por segunda vez en la tienda de reunión. Es aquí donde descubrimos que Dios hablaba con Moisés regularmente cara a cara, como se habla con un amigo (Éx 33:11). En esta conversación de oración, Moisés presenta su segunda petición, apelando primero al carácter mismo de Dios y a Su bondad. Ora así: «Considera que esta nación es pueblo Tuyo» (Éx 33:13). Está recurriendo a la fidelidad y al amor inagotable de Dios. Moisés insiste: «Si Tu presencia no va con nosotros, no nos hagas salir de aquí» (Éx 33:15). En otras palabras: «Dios, si Tú personalmente no vienes con nosotros, ¿qué sentido tiene todo esto? No basta con que envíes un ángel. ¡Te queremos a Ti, Dios!».
Esta segunda petición es, sin duda, audaz, y podríamos temer que Dios respondería con ira. Quizás le diríamos a Moisés que debería conformarse con la respuesta a su primera solicitud. Sin embargo, una oración respondida suele fortalecer nuestra fe y audacia. Así que Moisés hace esta segunda petición, y parece que a Dios le agrada aún más. Dios responde: «Haré también esto que has hablado, por cuanto has hallado gracia ante Mis ojos y te he conocido por tu nombre» (Éx 33:17). La segunda oración también es respondida.
Jugué baloncesto todos los días durante la secundaria y la universidad, y puedo decirte algo: si encestaba un triple, entonces quería lanzar otro. ¿Y si encestaba dos? Ya no había quién me detuviera para lanzar un tercero. Les digo lo mismo a mis hijos: «Si estás en racha, ¡no es momento de ser tímido, sigue lanzando!». Creo que Moisés está pensando básicamente lo mismo. Lleva dos de dos. Está en una buena racha. ¿Por qué no intentar un tercero?
Con una osadía que raya en lo inverosímil, Moisés hace una tercera petición, la más audaz de todas: «Te ruego que me muestres Tu gloria» (Éx 33:18).
¿Puedes creerlo? Moisés pide ver a Dios en toda Su gloria. ¡Pero nadie puede ver a Dios y seguir con vida (Éx 33:20)! ¿Acaso Moisés ha perdido el juicio? ¿O estará, quizás, más cerca que nunca del corazón de Dios? ¿Le estará pidiendo a Dios precisamente aquello que Dios anhela darle?
En efecto, la respuesta de Dios es reveladora: lo hará. Permitirá que Su bondad pase delante de Moisés, pero no le mostrará Su rostro, porque Moisés no sobreviviría (Éx 33:19-23). Al día siguiente, Moisés se prepara y vuelve a subir a la montaña. El texto dice que «el SEÑOR descendió en la nube y estuvo allí con él… pasó el Señor por delante de él», proclamando Su nombre (Éx 34:5-6). Todo porque Moisés se atrevió a pedir.
¡Qué audacia! Con esta tercera petición, Moisés ha pasado de la intercesión a la súplica directa, pero la esencia no cambia demasiado. Le está pidiendo a Dios que manifieste Su ser de una manera particular. Moisés presenta ante Dios Su propio carácter y bondad, buscando más de Su presencia y poder. Le está pidiendo a Dios que haga exactamente lo que Él desea hacer. Dios se deleita en responder a todas y cada una de sus peticiones.
Descubriendo el poder de la intercesión
La intercesión es la forma de oración más dinámica y, aun así, la más subestimada en la iglesia actual. Más que un simple «orar por otros», la intercesión mueve a Dios a manifestar quien es Él en un lugar y tiempo particular.
Sabemos que Dios es fiel; al interceder, le pedimos que muestre Su fidelidad de una forma concreta hacia una persona en particular. Sabemos que Dios es amoroso; al interceder, le pedimos que revele Su amor a nuestro amigo o compañero de trabajo. La oración intercesora comienza reconociendo la grandeza y la compasión de Dios, para luego invocarlo a que aplique Su carácter y poder a alguien que lo necesita desesperadamente. De este modo, buscamos impulsar a nuestro buen Padre a la acción, no basándonos en nuestra propia credibilidad, sino en la Suya.
Veamos algunos ejemplos:
Padre, Tú has prometido que la tierra se llenará del conocimiento de Tu gloria (Hab 2:14); ¿te revelarás ahora en nuestra ciudad? ¡Glorifícate en este tiempo y en esta ciudad!
Señor Jesús, Tú eres amigo de pecadores (Mt 11:19); mi amigo Eric no te conoce y se resiste a Tus buenas nuevas; ¿podrías quebrantar su terco corazón y revelarle Tu amor?
Señor, Tú eres quien sana todas las enfermedades (Sal 103:3); ¿sanarás a mi amiga Ana de su enfermedad crónica? ¡Permite que Tu nombre sea glorificado al mostrar que hoy también sanas a los enfermos y a los de corazón quebrantado!
Señor Jesús, nuestros líderes de la iglesia enfrentan mucha oposición espiritual en este momento, pero Tú despojaste a los poderes y autoridades (Col 2:15). ¿Nos defenderás y protegerás de los ataques que el enemigo lanza contra nosotros?
Padre, Tú eres justo y misericordioso, un Dios que se deleita en la justicia, aborrece la maldad y ama al extranjero (Sal 86:15; Is 61:8; Lv 19:34); ¿defenderás ahora a los refugiados en nuestra ciudad y derribarás el sistema de injusticia que opera en su contra?
La oración intercesora es uno de los medios por los cuales Dios impulsa la historia. En Su infinita sabiduría y paciencia, a menudo espera a que oremos para cumplir Sus propósitos. Sin duda, Él podría hacerlo todo sin nosotros. Pero, como nos ama y valora Su relación con nosotros, con frecuencia retrasa el cumplimiento de Sus promesas hasta que oramos de manera específica y ferviente. No nos necesita, pero desea que participemos.
Al leer las historias de Moisés, Elías y otros, parece evidente que no le estamos pidiendo a Dios demasiado, sino más bien demasiado poco.
La oración intercesora se convierte en nuestro gozo cuando experimentamos la emoción de ver nuestras oraciones respondidas. Al leer las historias de Moisés —y ni hablar de los relatos sobre Elías y otros— parece evidente que no le estamos pidiendo a Dios demasiado, sino más bien demasiado poco.
Si no pedimos mucho en oración, no recibiremos mucho de Dios. Jesús dijo: «Pidan, y se les dará» (Mt 7:7). Santiago añadió: «No tienen, porque no piden» (Stg 4:2). Quizás tememos que Dios no responda. ¡O tal vez nuestro mayor temor es que sí lo haga!
Al interceder, le pedimos a Dios que cambie el mundo. Le pedimos que lo transforme en un lugar más justo, más consciente de Su presencia, más hermoso. Le pedimos que cambie el corazón y la vida de nuestros amigos. Anhelamos que Su justicia fluya como un río. Le pedimos que manifieste quien es Él de una manera particular. ¡Y Dios se deleita en estas oraciones!
Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (He 4:16, énfasis añadido).