Voz del Tabernáculo

La Oración. Luz Para las Naciones y Transformación del Corazón

La oración no es solo un acto individual, sino un clamor que une a las naciones. En tiempos de incertidumbre, cuando el mundo parece tambalearse, hay una verdad que permanece inmutable: Dios escucha la oración de los justos (Santiago 5-16). Cada intercesión sincera es una semilla de esperanza que puede transformar corazones, hogares y hasta naciones enteras.

Las naciones claman por la oración porque en ella hay poder. En Juan 14-13-14, Jesús nos recuerda que cualquier cosa que pidamos en Su nombre, Él la hará, para que el Padre sea glorificado. Esto significa que la oración no solo trae respuestas individuales, sino que es un instrumento divino para traer luz y restauración a un mundo herido.

Pero para que la oración sea efectiva, debe estar acompañada del temor de Dios, no como un miedo paralizante, sino como una reverencia profunda y un anhelo de vivir conforme a Su voluntad. Proverbios 9-10 dice: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. El temor de Dios nos lleva a una vida de integridad y nos aparta de caminos que nos alejan de Su propósito. Cuando las naciones buscan a Dios con reverencia, la justicia florece y la paz se establece.

La transformación del corazón es el fruto de una vida de oración. Ezequiel 36-26 nos promete: “Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. La oración sincera no solo cambia circunstancias externas, sino que primero obra en nuestro interior. Un corazón transformado por Dios se convierte en un canal de bendición para otros, irradiando amor, misericordia y esperanza.

Por eso, en este tiempo, más que nunca, debemos unirnos en oración por las naciones. Que nuestra voz se eleve al cielo pidiendo avivamiento, justicia y misericordia. Que el temor de Dios regrese a los corazones y que cada persona experimente la transformación que solo Su presencia puede traer.

Que la oración no sea solo palabras, sino un estilo de vida que nos lleve a reflejar la luz de Cristo en un mundo necesitado. Y que, al interceder, recordemos que estamos sembrando semillas de fe que darán fruto en las generaciones por venir.

«Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que él escogió como heredad para sí.» (Salmo 33-12).

Margarita García

Margarita García

Directora del Tabernáculo Prensa de Dios

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