A veces la vida te da con todo, te aplasta, te arrolla, te arruina, te tritura, te machaca, te estruja, te hunde, te inunda, te apabulla, te vence, te abruma, te parte en pedazos, te coloca en la cuerda floja, te deposita en arena movediza.
David así se sentía, pero, acudió a la instancia correcta, como tenemos nosotros también hacer. Y una vez en Su Presencia, empezó Adorar, diciendo:
“Te amo, Señor; tú eres mi fuerza. El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección. Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro. Clamé al Señor, quien es digno de alabanza, y me salvó de mis enemigos. Me enredaron las cuerdas de la muerte; me arrasó una inundación devastadora. La tumba me envolvió con sus cuerdas; la muerte me tendió una trampa en el camino. Pero en mi angustia, clamé al Señor; sí, oré a mi Dios para pedirle ayuda. Él me oyó desde su santuario; mi clamor llegó a sus oídos.” Salmos 18:1-6 NTV
Gracias a Dios por su inmenso recurso de la oración que nos levanta cuando el agua está a punto de traspasar nuestro cuello y la posibilidad de sobrevivir parecería inexistente.
Expresa el apóstol Pedro; unas palabras de aliento en momentos de crisis profunda:
“Pues ustedes saben que Dios pagó un rescate para salvarlos de la vida vacía que heredaron de sus antepasados. No fue pagado con oro ni plata, los cuales pierden su valor, sino que fue con la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que no tiene pecado ni mancha. Dios lo eligió como el rescate por ustedes mucho antes de que comenzara el mundo, pero ahora en estos últimos días él ha sido revelado por el bien de ustedes. Por medio de Cristo, han llegado a confiar en Dios. Y han puesto su fe y su esperanza en Dios, porque él levantó a Cristo de los muertos y le dio una gloria inmensa.” 1 Pedro 1:18-21 NTV